
Hijo sano, ejemplo sano
“Mi mami me da de comer y me baña, Santa Claus me trae el regalo en Navidad, y tú papi, ¿qué?”, le dijo a una niña a su papá un tanto extrañada porque lo veía poco entre semana, ya que él llegaba por la noche del trabajo, y sólo los domingos lo veía desde que ella despertaba y convivía unas horas.
Hace unos 25 años atrás, la familia tradicional consistía en que la mayoría de las mujeres se quedaba en casa a cuidar a los niños y realizar las labores domésticas. Era la que convivía más con sus hijos y, por lo tanto, a la que más querían y mayor confianza le tenían, pero la situación económica, paralela a la llamada liberación femenina, trajo como consecuencia un cambio al interior de la familia.
Ahora es común ver al padre llevar a sus hijos a la guardería o la escuela, cambiarles el pañal y prepararles su alimento porque la mamá se encuentra ya en el trabajo o se está preparando y no le alcanza el tiempo. También ha cambiado en forma positiva el cuidado que debe observar el padre, que se ha hecho consciente de su salud física y mental para tener hijos sanos.
Es indiscutible que un hombre con hábitos saludables, que haga ejercicio con regularidad y se alimente en forma balanceada, tenga más posibilidades de tener hijos sanos que el que fuma, lleva una vida sedentaria e ingiere bebidas embriagantes con frecuencia.
Hoy en día es fácil obtener información sobre diversos métodos de ejercicio, alimentación y orientación para una mejor educación que los padres deben utilizar en beneficio propio y de sus hijos. El que no lo aprovecha es porque no lo desea, así de simple.
Ahora la responsabilidad es más compartida y la mayoría de los varones aceptan su rol e impulsan a sus mujeres a salir adelante en su trabajo o profesión, aunque hay otros que no y eso se convierte en un motivo fuerte de conflicto, sobre todo cuando ella gana más dinero que él, lo que repercute en forma negativa en la formación de los hijos.
En la actualidad, la vida es más cara y difícil y por lo general requiere un esfuerzo mayor tanto del padre como de la madre para sacar a sus hijos adelante y darles una mejor educación, pero este tiempo ha tocado vivir y hay que enfrentarlo de la mejor manera posible.
Cuando escuchamos al pequeño decir su primera grosería o palabra altisonante, por lo general nos resulta gracioso, pues en muchas ocasiones, los mismos padres le enseñamos, pero al crecer el niño, ¿cuántas vergüenzas nos hace pasar al utilizar esas expresiones en momentos inapropiados y delante de quien menos queremos que lo haga? A veces olvidamos que los niños son muy perceptivos e inteligentes.
Más que hablarles y reiterarles cómo se deben comportar nuestros hijos, debemos comportarnos como deseáramos que ellos lo hicieran durante toda su vida, respetar y hacer respetar nuestro hogar como un templo. Hay que recordar que un ejemplo vale más que mil palabras.