Fieles. Desde pequeños, los mexicanos comienzan a demostrar su devoción por San Judas Tadeo.
Ella es la entrevistada y sin embargo, no puede dejar de ser la entrevistadora. Magali Tercero no claudica, no se despoja de la cronista curiosa que es, la que retrata los fenómenos sociales, la que ha hablado del narcotráfico, de la pederastia, de los niños de la calle, del arte que reivindica y, por supuesto, del fenómeno social en que se ha convertido el culto a San Judas Tadeo.
Sentada en el altar de la iglesia de San Hipólito, la casa de ese santo que ha sido desplazado por San Judas Tadeo, Magali Tercero conversa y no deja de sorprenderse ante los actos de fe de que son capaces los miles de asistentes que llegaron el pasado 28 de marzo al templo fundado por los españoles en 1521. Habla con sacerdotes, con seminaristas, con los devotos que regalan lo mismo cristos de popotillo, pulseras con la estampa del santo o veladoras con el San Judas, que es el santo patrono del no empleo o de las causas perdidas.
Magali se emociona cuando mira cómo los miles de fieles levantan lo más que pueden la imagen de San Judas que cargaron desde tierras lejanas, desde Cuautepec, Chalco, Ecatepec o Neza. Esas esculturas de "San Juditas" que los dueños adornan con collares, escapularios, estampas y pulseras van rodeados de flores, casi siempre con ramilletes de rosas rojas. Pero en esta ocasión algo es distinto, esas rosas o claveles rojos se entreveran con un tejido de palma. La suerte quiso que el pasado 28 de marzo cayera en Domingo de Ramos.
La periodista y cronista urbana que ha documentado el culto a San Judas Tadeo desde hace más de cinco años, no deja de hacer preguntas. Su crónica "San Judas Tadeo, santería y narco" ha sido publicada recientemente por la Universidad Autónoma Metropolitana dentro de su colección "Los gatos sabrán".
En cuanto la cronista arriba a los alrededores del templo que está bajo la orden de los misioneros claretianos -que han promovido el culto del santo patrono de los que claman salud o empleo-, Magali Tercero se engolosina, pregunta al padre René dónde están los libros en los que los devotos escriben sus peticiones, las promesas o los agradecimientos; interroga al seminarista proveniente de Jalisco sobre cuánta agua bendita utilizan cada día 28 del mes para rociar entre los feligreses.
LOS MILAGROS DE SAN JUDAS
Magali Tercero era una escéptica suprema desde los 12 años, cuando intentó confesarse y el sacerdote que la escuchaba la regañó por formarse en la fila de los hombres. Su penitencia fue irse a la cola de las niñas. Entonces ella salió enojada, maldiciendo al cura.
Desde aquella ocasión entró una sola vez a una iglesia para atestiguar la boda de una amiga y, luego, hasta cuando la sedujeron las grandes masas de creyentes que se acercaban a la iglesia. Magali entró al templo y comenzó a leer el libro de peticiones: "San Juditas, por fa, no permitas que muera mi esposo Javier. Lo amo para siempre. Sánalo, hazme el milagro", o el recado que dice: "Comprende que si me he hecho ratero no es por gusto, es necesidad. Consígueme un trabajo, mi Juditas Tadeo, y dejo el robo y también mi otro vicio del alcohol".
Sentada en uno de los escalones del altar, en voz baja para no interrumpir la misa de once, que es tan sólo una de las 18 eucaristías que se celebran todos los días 28 y que siempre están abarrotadas, Magali comenta: "Hubo un momento en que yo había terminado de atravesar una cuestión grave de salud en un ojo y estaba con mucho tiempo libre; como a mí me gusta mucho el Centro, empecé a venir y a leer el cuaderno de peticiones que siempre está del lado izquierdo". Ahí se dio cuenta de que ése era el tema de una crónica, y también de que sentía confianza en el santo: "Llegó el momento en que hice mi petición a pesar de que yo era tan escéptica. Fue un paso más tras esa etapa de mala salud".
EL SANTO PATRONO DE LOS JÓVENES
Desde donde está sentada, la cronista observa todo: los miles de fieles que ingresan, algunos incluso vestidos como su santo, con camisón blanco y manto verde; otros, con un traje deportivo blanco que en la espalda tiene dibujado al santo de cuerpo entero y el nombre del portador, un muchacho de apariencia campesina, pero con el cabello a rape y un copete teñido de amarillo. Por ese atuendo el pagó 400 pesos.
En los últimos cuatro años Magali Tercero ha sido testigo de un fenómeno: el arribo de los jóvenes mexicanos al culto a San Judas. Ella ha visto cómo miles de fieles visitan el templo durante todo el día; muchos son muchachos de rostros morenos, de cabello a rape, con gorras cargadas de cuentas brillantes y pantalones arrugados o ajustaditos.
Ellos destacan entre el gentío que satura la iglesia y que quiere a toda costa ser mojado por los chorros de agua bendita que los seminaristas lanzan con mangueras, como si los fumigaran.
Magali los describe: "Son muy jóvenes; son muchachos obreros que escuchan rock, algunos son punk, todos tienen una estética de música underground, del tipo de tianguis cultural del Chopo y algunos tienen muchas ideas sociales".
En los últimos cinco años -dice la periodista- al templo de San Hipólito que está enclavado en avenida Hidalgo, a un costado de la estación del Metro, se ha dejado caer "una banda inmensa que trae sus tachitas escondidas en el puño. Uno de ellos me dijo: 'siempre vengo en activo, como que siento más'. Muchos vienen en activo a la fiesta, se hacen sus tatuajes en el rostro con la figura de San Judas, los más tradicionales vienen con sus túnicas, pero la mayor población de jóvenes es obrero-roquera".
Magali Tercero explica que el santo fue muy venerado en la Edad Media; luego, su culto fue abandonado al ser confundido con el Judas traidor hasta que, a finales del siglo XIX, fue recuperado sobre todo en Chicago".
El actual culto, según Magali, responde a una necesidad de creer que tienen los mexicanos. "En los ochenta, cuando se asentó el culto aquí en México, habíamos pasado una devaluación, eso nos muestra que siempre está asociado a lo económico. 'Protégeme ya que tengo un gobierno que no me hace caso y me ignora'. Hay mucho de eso".
A la salida del templo, la periodista se hace tatuar un Judas en el antebrazo a cambio de un peso; no deja de observar y suelta: "Mira, ve cómo intentan esparcir por todo su cuerpo el agua bendita que les cae en la cara". Luego voltea y sonríe al ver al recién nacido que, en brazos de su madre, parece una pequeña reproducción del San Judas que está en el altar, o de aquellas esculturas de tamaño natural que los dueños llevan a misa, pero que deben dejar al pie del altar porque pesan lo que valen en milagros.
MAGALI TERCERO Periodista