Guillermo Prieto, con su elocuente discurso, provocó la emoción de los sentimientos patrióticos de su auditorio durante la noche del 15 de Septiembre de 1864, en la hacienda “San Juan de la Noria Pedriceña”.
La noche del 15 de septiembre de 1864, en la hacienda San Juan de la Noria Pedriceña, el presidente Benito Juárez y su comitiva celebraron el “Grito” de Independencia en compañía de los lugareños en sorpresiva e improvisada ceremonia; austero evento que estuvo permeado de emotivo patriotismo. Tal suceso sería citado, a la postre, por las plumas de historiadores y escritores como Victoriano Salado Álvarez, Fernando del Paso, Vicente Rivapalacio y Enrique Krauze. La histórica noche patria de Pedriceña también fue recreada en la telenovela “El Carruaje”, estelarizada por el actor José Carlos Ruiz, quien representó al Benemérito de las Américas acompañado de un gran elenco; esta serie fue patrocinada por una institución oficial, en 1972, año al que por decreto presidencial de Luis Echeverría Álvarez se le denominó “Año de Juárez”.
LA LLEGADA DE JUÁREZ A PEDRICEÑA
Procedente del territorio coahuilense al ser perseguido por el ejército francés, el presidente Benito Juárez tomó la decisión de continuar su peregrinar hacia el Estado de Durango, atento al curso de los acontecimientos de la guerra contra el invasor.
Corrían los días de septiembre de 1864, estuvo enMapimí el 7; en la hacienda “La Goma”, el 13 (de paso); y en hacienda “La Loma”, el 13 y 14. La hacienda San Juan de la Noria Pedriceña (su nombre original), por aquellos años, era un pequeño caserío inserto al norte del Estado de Durango, en un paraje semiárido donde los mezquites y la gobernadora siguen vistiendo su suelo. “…Mira el paisaje: inmensidad abajo/ inmensidad, inmensidad arriba/ en el hondo perfil la sierra altiva…” así describió las llanuras y los cerros desérticos de la Comarca Lagunera, Manuel José Othón, en su famoso poema “Idilio Salvaje”, narración que se ajusta a la imagen geográfica que por siglos ha prevalecido en los asoleados entornos de Pedriceña. Desde kilómetros de distancia se puede atisbar la pintoresca silueta de su capilla virreinal, centenaria y silente coprotagonista de la historia de la región, en cuyo interior se pueden apreciar diversos óleos de arte sacro que datan del barroco mexicano. A pocos metros de distancia, serpentea el Arroyo de Pedriceña, donde corren las aguas en la época de lluvias y que es afluente del Río Nazas.
Los habitantes de la hacienda San Juan de la Noria Pedriceña, constantemente eran atacados por las tribus de indios bárbaros que asolaban el norte del país, su propietario Juan de la Pedriza y de la Hozeja, era un español de origen montañés, quien también poseía una casona en la ciudad de Durango con marcos y cornisas de cantera labrada, la que aún se levanta y podemos apreciar en la esquina noreste del crucero que forman las calles de Bruno Martínez y Negrete.
El carruaje que llevaba al presidente Benito Juárez, arribó al histórico lugar el 15 de septiembre de 1864, en medio de una polvareda levantada por aquel tropel de civiles y militares errabundos. Los vecinos y los trabajadores de la hacienda ya esperaban al primer mandatario, a quien se le dio alojamiento junto a sus ministros en la casa grande, ubicada frente a la capilla; el grupo de militares del batallón de Guanajuato –encargado de garantizar la seguridad de Juárez- fue instalado en el interior del templo. El gris crepúsculo del desierto con sus rojizas nubes preludiaba el final de la jornada, el fresco del atardecer desplazó al quemante calor del día, aquella vasta estepa pronto sería cubierta por los oscuros telares de la noche y sus argentíferos luceros; las mujeres del lugar se aprestaron a preparar la cena a sus huéspedes. (México a Través de los Siglos. Autor: Vicente Riva Palacio. Gráfica Impresora Mexicana. México, 1984).
FUNCIONARIOS OLVIDADIZOS
Después de cenar, Juárez se despidió de sus acompañantes y sus anfitriones para retirarse a dormir y reanudar al día siguiente la marcha a la Villa de los Cinco Señores (Nazas, Durango), donde ya era esperado por sus habitantes. Minutos antes de la medianoche, el presidente y sus ministros escucharon un agitado vocerío que interrumpió el silencio nocturno, llenos de curiosa alarma se aprestaron a indagar el origen de aquel barullo; no fuera a ser que la tropa se estuviese insubordinando. El mandatario ordenó, al ministro poeta, que fuera a inquirir el porqué andaba tan alborotada la gente y la tropa.
José Guillermo Ramón Antonio Agustín Prieto Pradillo, se apersonó ante el gentío vociferante, nervioso y desconfiado inquirió a los soldados cuál era el origen de esa alharaca.
-¿Qué es eso muchachos? ¿Qué buscan?
-Miren, -dijo un militar.
-‘Aiga’ -exclamó uno- ¿pues qué no sabe el día en que vive?
-¿Pues qué sucede?
-Que esta noche es la noche del “Grito”. ¿Qué nada le dice su corazón?
-Cierto hijo, -exclamó Prieto avergonzado de su olvido-.
-Noche divina, güero, la noche del “Tata” cura Hidalgo.
-¡Bravo dolor… eso de dejar de celebrar el Grito… ¡Si todavía nos acobijamos con la Patria!
-¡Tiene razón! –concluyó el ministro de Juárez.
Prieto retornó veloz a la casa grande de la hacienda para informar el motivo de aquel jolgorio a Juárez y su comitiva. Al ser enterado, el Presidente también manifestó con pena haber olvidado la significativa fecha de la noche del “Grito” libertario de Miguel Hidalgo, en Dolores, Guanajuato, de 1810. De inmediato, el Indio de Guelatao giró instrucciones a sus colaboradores para que lo acompañaran al exterior de la finca, a fin de atender la convocatoria que le demandaba aquel gentío del que ebullía un genuino y sincero sentimiento patriótico. El grupo de funcionarios se plantó ante los moradores de Pedriceña y la soldadesca, el inesperado festejo requería las voces del Presidente y de algunos de sus funcionarios, para vitorear con ánimo a los héroes de la Independencia de México.
Benito Juárez, narró el escritor y periodista Victoriano Salado Álvarez, “estaba en pie, metido dentro de un capotillo con esclavina que le daba aspecto clerical… Negrete acababa de sacar de su baúl un riquísimo zarape (sic) del Saltillo, verde, blanco y rojo, con su águila respectiva parada en el nopal, destrozando a la víbora que yacía vencida y sojuzgada”.
El aborigen patriarca de aquella falange errante, hizo uso de la palabra y exaltó a los próceres que iniciaron la lucha libertaria de 1810, convocó a los presentes a seguir peleando con valentía para defender la soberanía mexicana que se encontraba amenazada ante el invasor francés; la concurrencia aplaudió las frases presidenciales, y reclamó la presencia de un orador que disertara con emotivas palabras para encender el alma patriótica de la concurrencia. Acto seguido se escuchó el vibrátil grito de un espontáneo:
-¡Arriba el güero!
-¡Sí, sí arriba el güero! Que nos diga algo…!
-¡Arriba, arriba Guillermo!
-Pero… pero si no tengo nada preparado… -contestó el ministro-.
-¿Qué preparación se necesita para decir algo a estas gentes de buena voluntad-, dijo un miembro del séquito presidencial.
LA ELOCUENCIA DE GUILLERMO PRIETO
Al que fuera destacado político, escritor y periodista del diario liberal “El Siglo XIX”, donde firmara sus colaboraciones con el seudónimo “Fidel”, no le quedó otra alternativa que apersonarse ante el populacho ávido de escuchar sus disertaciones.
Brillante tribuno, poseedor del poder de la palabra, seductor de masas y laureado en 1890 como el poeta más popular de México, Prieto concluyó su cívico discurso ante los vecinos de Pedriceña y las tropas republicanas, así:
“La patria es sentirnos y hacernos dueños, amplios y grandes con nuestro cielo y nuestros campos, con nuestras montañas y nuestros lagos; es nuestra asimiliación con el aire y con los luceros, ya nuestros; es que la tierra nos duela como carne yque el sol nos alumbre como si trajera en sus rayos nuestro nombre y el de nuestros padres. Decir patria es decir amor y sentir el beso de nuestra madre, las caricias de nuestros hijos y la luz del alma de la mujer que dice: ‘yo te amo’. Y esa madre sufre y nos llama para que la libertemos de la infamia y de los ultrajes de extranjeros y traidores”.
La fuerza expresiva de Guillermo Prieto se adueñó de la noche, su mensaje caló en los corazones de sus interlocutores, los rostros de los lugareños entre los que había niños, mujeres y ancianos, delataron emotivo júbilo. De él dijo Ignacio Manuel Altamirano: “Cuando el pueblo lo ve aparecer en la tribuna cívica, o en medio de la plaza pública, o ponerse en pie en cualquier altura, se agrupa, se arremolina en torno a él, se calla y escucha conmovido de antemano, porque aquella figura que ve alzarse es la del bardo que canta sus dolores o sus esperanzas…”
Prieto el orador fue ovacionado con entusiasmo por sus escuchas, sus palabras vibrantes gratificaron el alma de Juárez y sus acompañantes quienes eufóricos se fueron sobre él para colmarlo de felicitaciones.
Así los emocionó el hombre que tuvo infancia huérfana, probó las penurias de la vida, vivió y murió como impoluto funcionario con la decorosa sencillez de su salario. (Las Herencias Ocultas. De la Reforma Liberal del siglo XIX. Autor: CarlosMonsiváis. Litográfica Ingramex, S.A. de C.V. México, 2006).
UNA VERBENA EN EL DESIERTO
Cuentan las crónicas de la época que el clima que imperó durante la histórica noche del 15 de septiembre de 1864, en la hacienda de San Juan de la Noria Pedriceña, fue benigno. El cielo despejado dejó que la luz de la luna tendiera su ropaje de plata sobre el paisaje nocturno del desierto duranguense, las fúlgidas estrellas clavadas sobre la bóveda celeste eran incontables, en la lejanía se divisaban las oscuras siluetas de las montañas que parecían dormidas en la quietud de la noche; una refrescante ventisca y la algarabía de los vecinos, templó las bélicas pasiones de los republicanos trashumantes. Después del “Grito” y los discursos pronunciados, fue encendida una gran fogata que iluminó al río humano, al caserío de la hacienda y la fachada de su vetusta capilla novohispana; el súbito convite se transformó en una verbena popular en el yermo terruño de Pedriceña.
Los celebrantes olvidaron, por unas horas, los angustiosos y trágicos acontecimientos de la guerra contra el ejército francés y los conservadores; Salado Álvarez llamaba a los últimos “ranas pidiendo rey”. La grave voz de una tambora y las cuerdas de un chillante violín, interpretaron canciones mexicanas, hombres y mujeres bailaron danzas y jarabes vernáculos.
Juárez y sus funcionarios se habían retirado a sus aposentos, hasta la ventana de su habitación se presentó el bullanguero gentío que seguía la fiesta y con la música de la melodía “La Paloma”, cantó así: Si a tu ventana llega un papelito Ábrelo con cariño, que es de Benito; Mira que te precura felicidá, Mira que le acompaña la libertá.
Juárez y sus correligionarios quedaron satisfechos por el espíritu patriota que demostraron todos los participantes en aquel inesperado evento. Brotó de la espontaneidad, de la improvisación, de lo imprevisto; fue una fiesta de la mexicanidad que protagonizaron la falange republicana peregrina y los habitantes del yermo terruño de Pedriceña, histórico suceso que quedó anotado en las páginas de la historia nacional. (Episodios Nacionales Mexicanos. Autor: Victoriano Salado Álvarez. Fondo de Cultura Económica. México, 1984).