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Indignados

Diálogo

YAMIL DARWICH

El término indigno, según el Diccionario de la Lengua Española, Océano, se refiere al que "no corresponde a las circunstancias" o "es inferior a la calidad y el mérito de la persona con quien se trata"; en tanto: indignado es el irritado, enfadado por el estado particular que guarda alguna situación o cosa.

Ese sentimiento ha provocado la aparición de una nueva organización mundial llamada Movimiento Ciudadano 15-M, por las manifestaciones del 15 de Mayo en España, encabezado por estudiantes, con protestas pacíficas, inspirados en el escritor y diplomático francés Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en su libro "¡Indignaos!", donde plantea un alzamiento contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica.

Promueven una democracia más participativa y han definido sus propósitos con enunciados como: "no somos marionetas en manos de políticos y banqueros".

A los estudiantes se han ido sumando personas de otros países y ciudades; entre ellos Nueva York y San Francisco, de EUA; Viena, de Austria; Berlín, de Alemania; Milán, de Italia, etc.

Todos, se muestran dispuestos a manifestarse en los espacios públicos, renuentes a continuar tolerando las condiciones de vida del mundo actual, encontrando las raíces del problema en los sistemas económicos que parecen ser injustos, desigualitarios y generadores de pobreza.

Así, colocándose bolsas de papel en las cabezas, con frases que demuestren su inconformidad, refiriéndose a los intereses monetarios que ahora están por encima del bien común y mejor calidad de vida, protestan por la deficiencia alimenticia, de salud y/o habitacional, que llega a la miseria moral.

Apoyan las quejas de países que quedan fuera del alcance de los estándares de vida de los denominados ricos, que van perdiendo las posibilidades de acceder a los recursos mínimos para la dignidad humana, incitando a promover un humanismo renovador.

En tales países, -caso de México- las garantías individuales empiezan a ser tan sólo referencias de convivencia pacífica y orden social, escritas para "conocimiento", al no alcanzar la real posibilidad de ser aplicadas en igualdad, para todos.

Como consecuencia, el propio sistema empieza a mostrarse deshumanizado, al no atender al humano y sí a los intereses de otro tipo, caso de los financieros y económicos; o más grave aún: los políticos militantes de partidos que luchan por llegar al poder para aprovecharse de él, haciéndose con ello ineficientes, innecesarios y hasta indeseables.

Así, se va cayendo en un estado de indignación, cuando ya no es posible soportar las diferencias abismales que existen entre pobres y ricos, débiles y poderosos; los primeros, día a día más limitados en sus oportunidades de alcanzar la calidad de vida aceptable para humanos; los segundos, cada vez más amenazados en perder lo conquistado con el esfuerzo y el trabajo individual y/o con el abuso de la administración de poder.

De ahí el descrédito que reciben los políticos actuales, que se ven "maniatados" por el propio sistema político-partidista, anulados para tener un desempeño efectivo en sus funciones; o los empresarios y comerciantes, luchando por permanecer vigentes, en condiciones de competencia, a veces rebasando los conceptos básicos de humanismo.

Quienes administran la riqueza también son corresponsables en ese sentimiento de rechazo, irritación y enojo creados, al perseguir la meta económica por encima del beneficio común y sin descuidar el propio; ¡al fin y al cabo así somos!, reconociendo la existencia del derecho moral y social, sólo por definición, para que otros los cumplan.

La pobreza moral se refiere a la pérdida de capacidad para dimensionar las normas y leyes que nos rigen buscando la vida pacífica y de convivencia; cuando el propio sistema y sus administradores inician un proceso transformador de las instituciones y personas, hasta llegar a ser tiranos y explotadores de las mayorías, aprovechándose del poder y la fuerza que les confiaron.

Caso aparte es la justicia y la deficiente aplicación de la misma; la pérdida de la fuerza como poder coercitivo y hasta represor del Estado, que ha sido transferido a los menos: ladrones, secuestradores, extorsionistas y criminales, que agobian a las comunidades -como la nuestra- sin una visión de solución al corto plazo.

Los indignados van incrementándose en número y en grado de sentimiento de agravio; la solución está en la participación ciudadana y hacer sentir a los administradores que deben corresponder a nuestra confianza y que el poder adquirido les ha sido otorgado como depositarios, del que deben respondernos.

Ya son varios los movimientos nacionales a favor de la paz, la calidad de vida, la seguridad y la correcta aplicación de la justicia; todos, dentro de las leyes que nos rigen, respetando el orden común.

Integrarse a alguno de ellos es una buena forma de actuar y promover el cambio, que esperemos se constate, al menos en el mediano plazo.

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