“Siempre tuvo en la mente que estaría aquí y se llevaría la medalla”, insiste orgullosa Mónica, la esposa de Oribe Peralta. (Archivo)
Nadie grita como ella, la relampagueante anotación que pone a la Selección Mexicana Sub-23 en el umbral de la puerta que conduce al paraíso. Mientras Oribe Peralta recibe felicitaciones sobre el pasto sagrado del estadio Wembley, Mónica es abrazada por decenas de aficionados en las tribunas.
No podía ser de otra manera. Es la dueña del corazón del hombre que arrebató los de la afición mexicana, el soporte del feroz delantero que hoy es venerado por su memorable actuación.
Se emociona, sufre, vuelve a gritar, llora... Celebra efusivamente cuando llega el silbatazo final. Su Cepillo le ha cumplido la sentida promesa que le hizo hace casi un par de meses.
"Desde que vino para acá, me dijo que se iba a llevar la medalla de oro y siempre confío en él", revela Mónica. "Lo mismo me dijo del campeonato del Santos...".
Aunque la de ayer trasciende más allá de la Comarca Lagunera, cuna del nuevo ídolo tricolor.
Una rotura fibrilar en el muslo derecho estuvo a punto de costarle no emprender el viaje más dulce de su carrera. Eso se pensó tras la final del Clausura 2012, aunque él jamás contempló no recuperarse a tiempo.
"Siempre tuvo en la mente que estaría aquí y se llevaría la medalla", insiste, orgullosa. "Nunca agachó la cabeza ni dijo que no podía".
Otra de las muchas virtudes que la sedujeron. Está consciente que unir su vida a la de un futbolista es complicado. Los constantes viajes y partidos reducen mucho el tiempo para estar juntos. Todo queda pagado con momentos como el de ayer, cuando ambos reciben premio a sus múltiples esfuerzos.
"Estar lejos de él siempre implica un sacrificio, pero ahí voy a estar hasta donde vaya, apoyándolo. [Estoy] muy orgullosa, siempre se lo he dicho. Cada que salta a la cancha se me pone la piel chinita, porque está cumpliendo el sueño que siempre quiso", precisa Mónica.