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Buen uso del tiempo
Conservamos como horrendos avaros una serie de cosas que para muy poco sirven y casi siempre nos perjudican: comida en abundancia, objetos de lujo que nunca empleamos, decenas de objetos que guardamos por si algún día llegaran a hacernos falta.
Pero el tiempo, que es la esencia de la vida, la tela de la que está hecho el vestuario de la existencia, lo malbaratamos, lo despreciamos de tal modo que si no sabemos qué hacer con él, nos llenamos de hastío. Cuando atravesamos por un mal momento o por circunstancias adversas, nos decimos: ¡que pase esta mala racha, ojalá ya se termine el año!
Si la avaricia, que es una enfermedad del alma, quisiera encontrar su buena excepción que confirme la regla, sería que adquiriera un destello de espléndida belleza, al ser codiciosa con el tiempo.
La verdad es que si medimos la duración de nuestra existencia, cualquiera que ella fuere, en relación a la eternidad todos seríamos iguales. Nada es nuestro tiempo en relación con la eternidad. ¿Esta reflexión nos sirve para desvalorizar el tiempo o para valorarlo en alto grado? Si toda la existencia va a caber en una palpitación del Universo, ¿no habrá mayor locura que tirar el tiempo al igual que un pescador arroja al mar un objeto inservible que ha atrapado su red?
Breve e irreparable es para todos el tiempo de la vida, escribió Virgilio. Lo que llamamos riqueza, como casas lujosas, joyas, costosas vestimentas, depósitos bancarios, nos pertenecen sólo en calidad de cosas prestadas y ni eso son, si no obtenemos de ellas provecho o deleite. Esas precarias posesiones no son parte de nosotros. En cambio el tiempo sí es nuestro, sin él no podríamos ser niños, jóvenes, ni siquiera existir. La Naturaleza quiso que el tiempo fuera la posesión más útil de todas. Sólo que encierra una sagrada y trágica paradoja: con él podemos crearnos un cielo en la Tierra, asombrarnos ante las bellezas y misterios de la Naturaleza; pero ese hilo de oro cualquiera puede cortarlo y retirarnos de la vida. Es como la mariposa, pintada de los más hermosos colores, capaz de surcar los espacios, pero tan delicada que puede morir si teniéndola entre los dedos ejercemos una leve presión.
Los humanos somos tan insensatos con el tiempo, que permitimos a quien sea que nos haga esperar horas, días o más, a fin de lograr un objetivo; podemos emplear años en tareas absurdas e inútiles y envejecer haciendo lo que detestamos. Lo malgastamos como si se tratara de algo que no existe. Somos capaces de disponer del tiempo ajeno cual si fuera nuestro y al retirarnos no tenemos la menor conciencia de que no podremos devolver ni un segundo.
Todos creemos tener el derecho a pedirle minutos o más a otro, siendo esta una frase hueca pues en realidad no valoramos el tiempo que nos dan ni el que regalamos.
No podría haber una mayor distorsión que equiparar el tiempo al dinero. ¿Por qué precio nos comprometeríamos a jamás ver ni tomar en brazos a nuestros hijos? ¿Cambiaríamos la posibilidad de admirar la Naturaleza, de ejercer nuestra vocación, por todo el oro que guardan las entrañas de la Tierra?
Coge, oh doncella, las rosas mientras están en flor y tú en tu adolescencia, acuérdate de que al igual que ellas, tus horas pasan velozmente, escribió el romano Ausonio. ¿Podremos coger las rosas de las miradas de nuestros hijos, o de quien estamos enamorados, si no lo hicimos en su tiempo?
Una de las tragedias que más nos sucede consiste en no tomar plena conciencia de lo trascendente. ¿No es momento ya de hacer con el tiempo lo que más nos importa? Mirar con mayor detenimiento, conversar con los amigos, escuchar la música que nos agrada, cumplir con nuestra vocación, disfrutar sin culpa el ocio y así apagar el fuego ardiente de la adicción al trabajo y a los falsos objetivos.
Pensemos que tiempo suficiente tenemos para amar, crear, exprimirle a la vida todo su jugo divino. El inmenso Cicerón de la Roma antigua, escribió: Para vivir como es debido, el breve tiempo de la vida es bastante largo.
La afirmación de Cicerón la reiteró el gran pensador Séneca, quien creía tenemos el tiempo necesario para lograr una buena vida y el tiempo se nos hace poco, porque poco valioso es lo que hacemos con él.
El inmenso genio de Shakespeare en su obra Enrique IV, segunda parte, nos muestra la profunda conciencia que tenía del tiempo cuando el príncipe Enrique en uno de sus parlamentos dice: “Perdemos el tiempo como estúpidos y los espíritus de los sabios se burlan de nosotros sentados en las nubes”.
¡Darnos plenamente cuenta del infinito valor del tiempo, constituiría un enorme tesoro para nuestra existencia! ¡Hagamos con el óptimo empleo de nuestro tiempo, el supremo arte de nuestra vida!
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