A la memoria de Alonso Lujambio, hombre de convicciones, mexicano probo y un extraño caso de servidor público que nunca dejó de estudiar
La iniciativa preferente mostró sus bondades. México transitó de un Ejecutivo muy poderoso a uno casi impotente frente al Legislativo. La expresión parálisis -que no es exacta para describir la situación- ha sido utilizada para referirnos a esa condición de un sistema presidencial sin mayoría en el Congreso. No es exacta porque hay muchas propuestas aprobadas por mayorías simples e incluso por unanimidad. Los presupuestos son un ejemplo. Pero también es verdad que el Legislativo, sobre todo sin reelección, manda a la "congeladora" iniciativas de enorme relevancia. Por eso lo acontecido la semana pasada en el Congreso es trascendente.
El Senado aprobó la Ley de Contabilidad Gubernamental que permitirá homologar los términos en los que la Federación y las 32 entidades rinden cuantas públicas de su quehacer. Parecerá un asunto contable, pero no lo es. Esa ley es quizá el paso más importante en los últimos diez años para garantizar al ciudadano su derecho a conocer con claridad en qué consiste el gasto público. La reforma al Artículo Sexto, impulsada por Alonso Lujambio, que busca homologar las condiciones de autonomía de los institutos estatales de acceso a la información, por desgracia no ha llegado a buen puerto. La República, así de grandilocuente como suena, ahora estará obligada a hablar el mismo lenguaje contable. Se entierra un expediente de falsa soberanía de los estados para hacer su balance, su debe y haber, en "estilos" diferentes. Ingreso es ingreso, gasto es gasto y deuda es deuda.
La otra excelente noticia es la aprobación en la Cámara de Diputados y también por iniciativa preferente, de la reforma laboral. Por supuesto que falta un capítulo sobre transparencia en el manejo de los recursos sindicales. Por supuesto que las elecciones internas de las dirigencias sigue siendo un gran pendiente. Pero la reforma permitirá flexibilizar la contratación y despido de acuerdo a los ritmos que lleva el mundo globalizado. La palabra despido está cargada de un halo negativo. Pero la realidad es otra. El mundo ha cambiado a velocidades inimaginables. En la primera mitad del siglo XX, con una esperanza de vida 25 años menor y sin mercados globales, la rotación laboral era escasa. Un trabajador duraba muchos años en un mismo empleo. Pero las cosas cambiaron.
La esperanza de vida aumentó, sobre todo en los países industrializados y en aquellos como México en camino al desarrollo pleno. Otro factor es que el incremento en el comercio internacional, que se convirtió en la gran revolución de los ingresos para muchos países, obliga a las empresas a actualizarse o cambiar de giro. Eso ha provocado que infinidad de productos se abaraten en beneficio de ese gran nuevo actor que es el consumidor. El despido sin morosidades, pero sin injusticias, es producto de esa transformación. Las empresas necesitan reaccionar rápido para poder enfrentar los retos de los mercados globales. Es imposible garantizar a un trabajador que permanecerá en el mismo empleo por décadas. En la mayoría de los casos, no es nada personal. Si queremos crecer más se necesita flexibilidad laboral. Si queremos que se generen más empleos formales, necesitamos flexibilidad laboral.
No debemos olvidar que al final del día lo importante es que ese trabajador tenga empleo, no el mismo empleo en la misma planta durante toda su vida, sino que más trabajadores encuentren empleos así sea rotando. Una cifra de la OCDE daba como resultado que en los países miembros los trabajadores llegan a cambiar más de quince veces de empleo a lo largo de su vida laboral. Eso también los obliga tener habilidades diferentes. La transformación del mundo laboral es apasionante y tiene como fin último la generación de más riqueza y por supuesto más empleos. Todos somos consumidores y que los bienes y servicios que adquirimos estén a un precio conveniente en beneficio de esa universalidad del consumidor a la cual todos pertenecemos, incluidos los trabajadores de cuello azul que, por cierto, son minoría frente a los de cuello blanco. En las sociedades desarrolladas el cuello azul oscila en alrededor de 30% del total de la PEA y decrece. Mientras tanto los servicios crecen y alcanzan más del 65%. La reforma es un gran paso a un mayor crecimiento.
Qué tristeza que los opositores a esa reforma -130 diputados- hayan acudido a un acto violento -la "toma" de la Tribuna es un acto violento- para tratar ingenuamente de impedir que la clara y conocida coincidencia entre el PRI y el PAN prosperara. Frente a esas actitudes que tanto han costado a la izquierda ante la opinión pública, no reconocer civilizadamente sus derrotas, el uso del balcón por parte de la gran mayoría -351 diputados- fue un recurso válido para hacer prevalecer el principio de cualquier democracia: el gobierno de las mayorías.