
¿Humanos inmutables?
La personalidad es una estructura dinámica cambiante, y reacciona a las variables biológicas, psicológicas y sociales. Aunque muchos afirmen “así soy y no puedo cambiar”, lo cierto es que nuestra forma de ser y actuar puede modificarse en cualquier momento de la vida.
La vida es un proceso continuo de cambios ceñidos a un ciclo en donde cada fase está delimitada por etapas, y en ellas la adquisición de nuevas estructuras y habilidades influye en las adaptaciones que las personas necesitan hacer cada día para seguir adelante. Podemos deducir que somos organismos en evolución y por lo tanto el cambio forma parte de nuestra naturaleza. Pero paradójicamente tendemos a desarrollarnos apostándole a no renovarnos, con la ilusión de que las cosas no se modifiquen ni terminen, para estar cómodos sin necesitar ajustes que implican un esfuerzo. Parte de ese deseo se refuerza cada vez que afirmamos cosas como “la gente no cambia” o “quisiera cambiar, pero siempre he sido así”.
No obstante, es un hecho que los seres humanos nos transformamos continuamente. Estamos diseñados para enfrentar las variaciones y adaptarnos a ellas. Desde la perspectiva evolutiva, quienes no aceptan el cambio y no saben enfrentarlo sufrirán más y tendrán condiciones de vida muy limitadas.
SIEMPRE CAMBIANTES
Uno de los argumentos más comunes para negarse a rectificar una actitud negativa, es que ésta forma parte de la personalidad. La personalidad se construye simultáneamente en varios niveles que tienen componentes biológicos fijados genéticamente. Podríamos decir que obedecen a un plan estructurado donde el cuerpo madura desde la concepción hasta la muerte, basándose en un patrón fijo que no depende de la voluntad. Dicho de otro modo: los seres humanos no escogen ser niños, adolescentes, adultos y ancianos, esa secuencia obedece a un programa genético que las influencias medioambientales pueden impactar mas no modificar. Por su parte, los hábitos adquiridos definirán el estilo y muchas veces la calidad de vida de los individuos. Así, este componente biológico se asocia con el temperamento, el cual es una de las estructuras que establecen la personalidad al igual que el carácter. Éste se determina por influencias externas como la interacción familiar, la cultura y los vínculos afectivos con la gente significativa (maestros, amistades, parejas, entre otros).
Mientras crecemos, incesablemente vamos ajustándonos a las situaciones que el entorno y nuestra biología nos presentan. La mutabilidad es fundamental en todo momento, de ella dependemos para sobrevivir. Así que afirmar que las personas no pueden cambiar después de cierta edad es una creencia errónea: estamos en un proceso continuo de transformación.
Es cierto que hay circunstancias inamovibles como la muerte o la forma en que el organismo atraviesa cada fase vital, pero muchas otras sí podemos transformarlas en todo momento. Una de ellas es precisamente la actitud con la que enfrentamos el proceso de vivir. Así como en la infancia se establecen las estructuras que darán origen a conductas más complejas, en las fases subsiguientes se formarán otras funciones de igual importancia, las cuales pueden estipular conductas adaptativas a las carencias del desarrollo temprano.
La plasticidad cerebral nos permite desplegar nuevas conexiones donde los estímulos iniciales no activaron la formación de redes nerviosas que dan origen a las conductas. La formación de esas conexiones en las neuronas se produce por medio de los estímulos que recibimos del ambiente. En otras palabras, las experiencias afectivas van dejando huellas que se reflejan en nuestro comportamiento ante los retos. La actitud con la que nos enfrentamos a éstos se modifica constantemente y depende de la motivación interna.
Cuando los cambios nos asustan buscamos evitarlos y nos paralizamos. Sin embargo poseemos el potencial para realizar ajustes en cualquier nivel de la vida. La historia nos muestra cómo nuestra especie ha superado continuamente las adversidades y ha desarrollado los conocimientos y la tecnología para adaptarse a las condiciones más complejas. De igual forma, esa posibilidad existe en cada individuo. Si alguien desea corregir una característica que no le agrada en su modo de ser, puede hacerlo. Poseemos una mente capaz de generar soluciones a los problemas más complicados. Cuando aprendemos a escuchar a nuestra mente y le formulamos las preguntas adecuadas, ella nos ofrece alternativas y escenarios para solventar las dificultades. Es una estructura maravillosa que tiene la sabiduría para facilitarnos la evolución. Su diseño es el resultado de su función principal: integrar los cambios y ayudarnos a enfrentarlos para vivir con calidad.
SI LO QUIERES, ES POSIBLE
Los estímulos del medio ambiente, al igual que las necesidades básicas que surgen en el organismo, nos motivan a realizar modificaciones y a comprometernos con un estilo de vida diferente. Por ejemplo, si identificamos que un hábito puede causarnos estragos en la salud o ya la ha afectado, queda en nuestras manos hacer los ajustes necesarios para desecharlo. Lo mismo aplica si una conducta está perjudicándonos en el ámbito de las relaciones interpersonales. Pensar que algo en nosotros no se puede rectificar, nos pone en la posición de habituarnos cada vez más a ello y formar el concepto de que “la vida es así” y no seremos capaces de salir adelante.
Buscar el cambio no es algo que necesariamente se deba hacer para corregir algo nocivo. También se puede buscar la transformación por el mero hecho de integrar elementos positivos, como adoptar un estilo de alimentación más saludable, una rutina de ejercicio, ingresar a un programa de enseñanza de algo que nos apasiona... Todo ello lo podemos realizar en cualquier momento de la existencia.
Cambiar un rasgo, sea cual sea, dependerá básicamente de que tengamos el auténtico deseo de conseguirlo, estando convencidos de querer integrar o eliminar (según sea el caso) esa característica. Si la modificación nos la pide alguien más y no estamos convencidos de desear ese movimiento, no habrá una verdadera intención de parte nuestra y no veremos resultados favorables.
Lo importante es no olvidar que la facilidad de cambio y el aprendizaje de nuevas conductas siempre son posibles, gracias a la plasticidad cerebral y a la personalidad dinámica, que nos permite ser cada día mejores. El sentido de estar vivos es nuestra evolución individual y social.
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