TERCERA PARTE
Existen algunos empresarios que simpatizan con la campaña de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y cabildean en su favor, quizá porque no se percatan de que es un enemigo acérrimo del sector privado y la antítesis de la libertad económica de los particulares. Veámoslo sin careta.
Primero, la paranoia. AMLO, al igual que Hugo Chávez, ve complots y conspiraciones en todos lados. Un ejemplo fue su visita a fines del 2011 a España, donde se las agenció para decir muchos disparates en pocas palabras, culpando de todos los males de México y la humanidad a una conspiración mundial.
Él afirmó que "la crisis de México viene de tiempo atrás, aunque se precipitó desde la década de los 70, cuando un grupo de potentados en el ámbito internacional, ordenó a sus técnicos y a sus políticos diseñar y aplicar un nuevo modelo para dominar a los estados nacionales y apoderarse de los recursos naturales y de los bienes de la inmensa mayoría de los seres humanos".
Segundo, se opone abiertamente a las "llamadas 'reformas estructurales' en materia laboral, energética, fiscal y de seguridad social que, en esencia, significan más privatización, beneficios para una élite y costosos retrocesos sociales".
Los empresarios saben que urge en México, entre otras, una reforma laboral que flexibilice el mercado de trabajo y mejore la competitividad de las empresas en los mercados externos. AMLO se opone a ella, pero no a cambios socializantes que interfieran más con la operación de los negocios.
Él tiene la pretensión desde su campaña de 2006 de "impulsar la representación de los trabajadores en los consejos de administración de las empresas públicas y privadas, para aumentar la productividad de las empresas y para garantizar un reparto justo de la riqueza que generan."
Tercero, muestra un gran desdén por la determinación de los precios en el mercado. La estrategia de AMLO en lo que toca a los precios de los energéticos es que no los determine el mercado, ni su costo de oportunidad, sino un conjunto de burócratas omniscientes.
El manejo de esos precios desde los escritorios de la burocracia siempre tiene resultados desastrosos en la asignación eficiente de recursos, más cuando incluye la promesa electorera de reducir los precios del gas, la gasolina y la electricidad.
Esos menores precios, en la medida que no son resultado de las fuerzas del mercado, beneficiarían a las clases medias y altas, restarían recursos de tareas que en realidad ayudarían más a los pobres, como el transporte colectivo, propiciarían mayores congestionamientos viales y más contaminación ambiental, así como perjudicarían a las generaciones futuras, al agotar aceleradamente nuestros recursos naturales.
Una alternativa sensata sería dejar que esos precios se movieran de acuerdo a las fuerzas del mercado, mediante una reforma energética que promoviera una mayor competencia al permitir la participación del sector privado. Eso no está en la agenda estatista de AMLO, quien equipara la privatización de las empresas estatales a un saqueo de las riquezas y de los bienes de la nación.
No es posible en este espacio comentar los muchos otros planteamientos populistas y estatistas de AMLO, pero termino con dos que confirman su peligroso parecido con los gobiernos nefastos de Venezuela y Argentina.
El primero afectaría seriamente a la clase trabajadora del país. Me refiero a la intención de AMLO, si llegase algún día a la presidencia, de emular a Hugo Chávez y Cristina Fernández para meter su mano en los fondos de pensiones de los trabajadores, con lo que acabaría por comprometer la integridad de los mismos.
En efecto, él ha planteado "reformar los sistemas de pensiones para promover una política de inversión en infraestructura con los fondos que actualmente administran empresas del capital financiero. De esta manera un 50% de los fondos continuarán en las Afores y el otro 50% restante los manejará el Estado…".
El peligro mayor, sin embargo, es un proyecto que abriga desde su campaña de 2006, similar al que usó Hugo Chávez para perpetuarse en Venezuela, de "realizar una consulta amplia y formal para que la sociedad determine si quiere o no una revisión integral de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y cuál es la mejor vía para realizarla, sea esta la aprobación de un proyecto por el procedimiento ordinario de reformas constitucionales, o sea mediante la convocatoria a un Congreso Constituyente".
En síntesis, la retórica paranoica y populista de AMLO, así como su delirio de grandeza caudillista llevarían al país, si llegase a ganar las elecciones, en la ruta del retroceso económico. Desechemos, por tanto, esta opción pésima, y conformémonos con alguna de las otras dos, que son malas, pero no tanto.