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La costosa vulgaridad

FEDERICO REYES HEROLES
"...los grandes parlamentarios nunca emplearon una expresión vulgar."— Eugenio Garza Sada

Es un lugar común decir que los mexicanos, sobre todo los del Altiplano, somos muy cuidadosos de nuestras expresiones. Buscamos caminos y vericuetos para evitar la confrontación. Utilizamos el diminutivo en un afán por suavizar cualquier fricción o roce. Un taxista madrileño nos parece rudo. Los norteños de nuestro país presumen de francos, de sinceros, le agregan el ote, sincerotes, para recalcar que no se andan con rodeos. Pero quizá esa imagen sólo corresponde a un estereotipo caduco.

Basta con ver la degradación del lenguaje entre los jóvenes -incluidas ellas- o las expresiones que se usan en las relaciones con quienes realizan trabajos manuales, por ejemplo en un restaurante o con el servicio doméstico, para toparse con otra realidad. La grosería como forma de convivencia se ha instalado en la vida cotidiana de los mexicanos, de todas las clases sociales. Incluso me atrevería a decir que la degradación aumenta con los ingresos, que entre las clases pudientes de nuestro país hay ejemplos notables de vulgaridad sistemática que contrasta con una sobria educación popular. Puede sonar burgués o una apreciación privada en un espacio que debe ser dedicado a lo público. Pero va más allá.

La crisis del exacerbado presidencialismo mexicano como expresión de un culto y reverencia al "Señor Presidente", provocó en la vida política nacional una reacción pendular: de la adulación nos pasamos al insulto. Recordemos el último informe de Miguel de la Madrid que entre interpelaciones y gritos se convirtió en el inicio de la agonía de ese ritual. Un cuarto de siglo después estamos en el peor de los mundos: ahora si el presidente hace SU fiesta, el Legislativo se automarginó. Gritarle no sólo al presidente sino a cualquier autoridad se convirtió en sinónimo de una actitud progresista. La convivencia entre autoridades y ciudadanos se volvió cada vez más difícil. Había que resguardar a las autoridades de lo peor. Pero resulta que el respeto a las formas no sólo es respeto a la autoridad. En el sentido inverso es el respeto exigible al propio ciudadano.

Al llegar Fox a la presidencia su carácter, su forma de ser desparpajada -no hubo novedad- se convirtió en estilo de gobierno. Romper el ambiente sacro parecía parte de su misión. Comenzamos con las analogías botánicas en la campaña, las tepocatas y víboras negras para referirse a los priistas- continuamos con el provocador crucifijo en la toma de posesión y nos acostumbramos al uso de la segunda persona, del tú, del presidente a cualquiera. Resultado: se la cobraron, se convirtió en Vicente. Calderón ha sido cuidadoso y en ese sentido restauró -con la valiosa ayuda de Margarita Zavala- un estilo más respetuoso. Pero su chip antipriista lo llevó a lanzar expresiones ofensivas en contra del priismo y su historia. Qué decir del presidente del PAN que anunció una cruzada para terminar con la cultura política priista.

Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto señales de civilidad muy alentadoras. Calderón recibió a Peña Nieto antes del pronunciamiento del Tribunal. Se deslindó así de algunas pifias de su partido. Sonrientes y respetuosos aparecieron ante las cámaras mandando una imagen de respeto. Días después Calderón y Peña -con sus respectivos equipos- aparecieron de nuevo en una reunión específica sobre seguridad. Hace pocos días el presidente electo apareció con los gobernadores panistas en un reconocimiento tácito de la necesidad de una buena relación entre estados y la Federación en beneficio de todos. Más cerca aún, el miércoles pasado, el gobernador priista del Estado de México, en una inauguración con Calderón, lanzó términos elogiosos al trabajo de su gestión. Las señales son muy positivas.

Podrían parecer anécdotas pero van mucho más allá. Como en cualquier democracia las formas sirven a la convivencia de los diferentes. PRI, PAN y PRD tienen frente a sí una convivencia forzada, esa fue la expresión popular y el mandato. La etapa de gritos en la Cámara de Diputados, con algunos payasos protagónicos muy conocidos, tuvo factura para la imagen del Legislativo y también, en lo particular, para cada partido. Ahí están los datos: las expresiones violentas reciben rechazo popular. Entre más graves y profundas sean las diferencias mayor cuidado se debe prestar a las formas: desde el hogar o el trabajo, hasta la plaza pública.

El esfuerzo debe venir de todos los frentes. La pedagogía jurídica es clara: la violencia comienza con la interrupción en un diálogo; acallar a alguien no es democrático. Reconocer los méritos de los otros engrandece a quien lo hace, habla de su seguridad personal. El respeto a las formas, comienza en la puntualidad y se plasma en la palabra, es muestra de respeto a la vida del otro y eso facialita los acuerdos. Una sana dosis de formalismo republicano nos caería muy bien.

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