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La dictadura perfecta

ENRIQUE KRAUZE

El inminente arribo del PRI al Poder Ejecutivo federal, y su amplia presencia en el Congreso y los gobiernos estatales y municipales, me ha llevado a recordar un famoso episodio del "Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad", que congregó a cerca de 40 pensadores y autores del mundo (entre ellos varios Premios Nobel) para discutir sobre el estado de diversos temas capitales en el umbral del siglo XXI: la libertad, la religión, los nacionalismos, la economía, la justicia, el socialismo.

El episodio al que me refiero ocurrió a fines de agosto de 1990, frente a millones de televidentes. Mario Vargas Llosa formaba parte de un panel que yo moderaba, y Octavio Paz estaba en el público con el resto de los participantes. Tras una primera ronda de presentaciones en la que Vargas Llosa había comenzado a señalar, suavemente, el carácter antidemocrático del PRI, Paz tomó la palabra para precisar su visión.

El PRI -explicó- es un partido hegemónico (no dictatorial) surgido de una revolución (es decir, dotado de una raigambre popular de origen) y cuyo acierto (a diferencia de los casos homólogos de Francia o Rusia) fue evitar los males paralelos de la guerra civil y el cesarismo revolucionario. Si bien no negaba el carácter "astutamente" manipulador del PRI en su relación con obreros y campesinos, le acreditaba el respeto a las libertades cívicas y la sociedad civil (inexistentes en la URSS o en Cuba) y, sobre todo, su vocación cultural: haberle "dado fisonomía al México indígena y mestizo". No obstante, Paz criticaba a los gobiernos priistas por haber "usurpado" lugares que no le correspondían en la economía y advertía algo más grave: "el partido hegemónico... está en crisis, en vías de desaparecer, si no se transforma. El dilema para el PRI es muy claro: o se transforma y se democratiza, o bien desaparece".

Es de notarse que Paz no hacía referencia a la democratización como un proceso externo en la sociedad sino interno del PRI. Veinte años antes, marcado aún por el crimen de Tlatelolco, se había referido al PRI en términos casi equivalentes a los de Vargas Llosa: "En México no hay más dictadura que la del PRI y no hay más peligro de anarquía que el que provoca la antinatural prolongación de su monopolio político" (Posdata, Siglo XXI, 1970, p. 57). Pero la experiencia de los años setenta y ochenta lo había convencido de que ni la izquierda (por su falta de autocrítica frente al pasado estalinista y su tenaz simpatía por el régimen totalitario de Fidel Castro) ni la derecha (por sus viejas fidelidades clericales) eran alternativas deseables para México. Por eso insistía en la reforma democrática interna del PRI, como un estadio histórico previo a la adopción de una democracia sin adjetivos. "La crítica política del régimen -agregó- exige, en primer término, el restablecimiento de la democracia interna en los sindicatos".

Mientras Octavio hablaba, Vargas Llosa me deslizó una pequeña nota preguntándome si podía intervenir enseguida, con una crítica más dura. Asentí, por supuesto, y tras recomendar yo mismo el "suicidio pacífico" del PRI, pregunté su opinión. Fue entonces cuando, no sin ofrecer disculpas por la posible "inelegancia" de lo que estaba por decir, acuñó la célebre frase "México es la dictadura perfecta":

La dictadura perfecta no es la Cuba de Fidel Castro: es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es, pero que de hecho tiene, si uno escarba, todas las características de una dictadura.

Vargas Llosa no encontraba diferencias mayores entre las tradicionales dictaduras latinoamericanas y el régimen mexicano. En aquellas permanecía un hombre, en éste se eternizaba un partido. Pero lo verdaderamente característico del PRI -el veneno maquiavélico que lo volvía "perfecto"- era el modo en que había "reclutado al medio intelectual" alentando sutilmente la crítica y financiando aun a los grupos de oposición. Entre esos intelectuales, Vargas Llosa hacía distingos: "Es verdad que ha habido una crítica interna muy talentosa, muy generosa, muy valerosa, de muchos intelectuales mexicanos, naturalmente entre ellos Octavio Paz". No obstante, creía su deber "denunciar" el caso mexicano:

... como este país se está abriendo a la libertad, quiero ponerlo a prueba, quiero decirlo aquí abiertamente, porque esto lo he pensado desde la primera vez que vine a México (a este país que, por otra parte, yo admiro y quiero tanto), que aquí se ha vivido durante décadas, con unos matices muy particulares, el fenómeno de la dictadura latinoamericana.

El público quedó estupefacto. El episodio, que puede verse en YouTube, despertó las suspicacias de muchos, que atribuyeron la súbita salida de Vargas Llosa del país a un berrinche presidencial o a una desavenencia con Paz. No hubo tal. La frase quedó en la memoria mexicana como una estocada de antología.

¿Quién tuvo razón? Ahora pienso que ambos. Si bien la dominación del PRI -por las razones que aducía Paz- no correspondía propiamente a la de una dictadura, su larguísima permanencia en el poder -como pensaba Vargas Llosa- era injustificable. ¿Hubiese bastado la reforma democrática interna para desatar -como proponía Paz- un proceso paulatino de democratización nacional, tutelado por el PRI? Nunca lo sabremos porque esa reforma al interior no ocurrió. Lo que sí ocurrió fue el proceso de democratización externa que Vargas Llosa favorecía.

Estoy convencido de que esa era la mejor alternativa. Creo que la sociedad abierta de hoy es más incierta y peligrosa que la sociedad protegida de ayer, pero también es más real. Y, sin embargo, no dejo de recordar la zozobra en el rostro de Octavio Paz cuando preguntaba, en sus días postreros: "¿qué va a pasar con México?". Creo que vislumbraba una forma de la anarquía. Y tenía razón.

En el actual marco democrático, el PRI deberá enfrentar un México inseguro y violento, sin posibilidad de regresar el reloj a los tiempos de la dictadura perfecta. Y la advertencia de Paz sigue vigente: sin una reforma democrática interna que ponga límite a cacicazgos y privilegios sindicales, el nuevo gobierno vivirá en una insalvable y desgastante contradicción.

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