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La herencia de Calderón

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

A menos de un mes de que deje la Presidencia, y en medio de una larga e interminable gira de despedida, la pregunta obligada es ¿qué nos deja la presidencia de Calderón?; ¿qué es, para bien o para mal, diferente en México que hace seis años?

Felipe Calderón no fue un presidente simpático. Nos puede caer mejor o peor que otros, pero nadie puede alegar que fue un presidente carismático. "Lo que natura no da, Salamanca no presta", dice el dicho, y el que no es simpático no lo será nunca, ni yendo a bailar a Chalma, ni siendo presidente. Lo suyo, lo suyo, no es caerle bien a la gente, y ése fue un factor clave en su Presidencia.

Sabiendo lo anterior, Calderón gobernó en función de lo que él creía que se debía hacer y no en función de las encuestas. Y, efectivamente, quizá el gran error de Calderón es que gobernó solo, muy solo. Oyó menos de lo que habló y no fue propiamente un gobernante parlanchín como Fox o López Portillo. Felipe fue tan adusto como solitario; lo adusto es una virtud en el manejo del poder; lo solitario, una condición del ejercicio del poder, pero que el Presidente Calderón llevó al extremo.

Sin duda, lo que marcó los seis años de Calderón fueron los 60 mil muertos de la guerra contra el narcotráfico que la versión simplista adjudica íntegros al Presidente, como si él hubiera jalado el gatillo, y los defensores extremos justifican como muertes entre narcotraficantes y aseguran que la política pública no tiene nada que ver con eso. Ambas cosas son falsas o, por lo menos, verdades a medias. Atribuir a Calderón la responsabilidad por los 60 mil muertos de la guerra al narco es tan absurdo como atribuir al dueño de las Chivas todos los goles recibidos en el torneo. Él es, sin duda, el responsable final de todo lo que sucede en el país, pero no el responsable directo.

La guerra al narco fue la gran apuesta del Presidente. Una apuesta que pasó de una preocupación de seguridad nacional, comprensible, atendible y agradecible, a una obsesión. ¿Hoy México es más seguro que hace seis años? Probablemente no, pero sin duda es más seguro de lo que hubiera sido sin la obsesión del Presidente por combatir el crimen organizado. La pregunta, pues, no es cómo era México antes, sino cómo hubiera sido con una política de seguridad más laxa o menos radical.

La herencia de Calderón será una de las más difíciles de dimensionar. Tendrán que pasar años antes de que podamos hacer una evaluación definitiva de un sexenio atípico con un presidente antipático.

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