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La muerte de una madre
Completar el ciclo de vida debe ser una buena noticia tanto para quien lo protagoniza como para quienes le rodean; tal visión permitiría asumir con calidad la ausencia del ser querido. Sin embargo no es la reacción habitual, ni es fácil de adoptar, sobre todo tratándose de la muerte de una madre.
Lo esperado es que los hijos acompañen la muerte de sus padres, fundadores de la familia nuclear y presidentes de la extensa. La ocasión es tan importante que no conviene dejarla a la deriva, como si nunca fuera a suceder. Una oportunidad para reflexionarlo la tenemos de manera cotidiana: el día comienza y se termina, las plantas nacen y se marchitan, el propio cuerpo se renueva desde el ciclo de sus células. Hay ausencia y presencia por doquier y cada persona experimenta con suficiente naturalidad las dos caras de la moneda que encontramos en la vida.
La prueba por excelencia llega cuando la madre muere. Aunque cada individuo enfrenta de manera particular los fallecimientos, muchos coinciden en que perder a la mamá llega a ser el más devastador de los decesos. ¿Por qué esa percepción?
MADRE SÓLO HAY UNA
El vínculo materno-filial, es único e irrepetible, tanto en el contexto biológico como en el adoptivo. Está integrado por el componente físico, que se concreta por ejemplo en el espacio intrauterino y el abrazo; y el psicológico, que se vive en el amor, la comprensión y el acompañamiento, sin importar la distancia que separe a los dos protagonistas.
La calidad de ese nexo está influida por los roles culturales asignados a la madre y al padre, los cuales suelen privilegiar las actividades de la crianza para ella y de la manutención para él.
Los momentos de encuentro con los hijos muestran una clara y marcada diferencia, pues mamá suele estar más tiempo en casa. Así, hay mayores oportunidades para jugar, platicar, degustar, discutir y negociar con ella, y eso se traduce en un profundo conocimiento mutuo, un cariño especial y en la construcción y actualización del mundo interior en ambos.
Asimismo, dos grandes regalos de la figura materna son la confianza en sí mismo y el amor. Con ellos, la madre queda grabada para siempre en la mente y en toda la persona de su hijo, y abre el camino para el ingreso de una figura paterna que acompañará el contacto y la inserción del pequeño en el mundo exterior, en la realidad social donde se desarrolla la mayor parte de la existencia humana.
MORIR VIVIENDO
La muerte física completa el ciclo de una vida y también el de todas las ‘pequeñas muertes’ que cada quien experimenta en sí mismo, con respecto a múltiples aspectos de su realidad, en este caso, referidos a la madre.
Cada instante, cada día, abre y cierra una etapa normalmente imperceptible, donde lo que era ya no es, y lo que es muy pronto deja de serlo. Si ampliamos la perspectiva, podremos observar las ‘pequeñas muertes’ de una madre: dejó de ser la anterior, distinta, más joven, la del hijo pequeño, luego adolescente y finalmente adulto. Conforme él crece, ella ha muerto muchas veces y en cada etapa renace, se actualiza y mantiene su presencia física en congruencia con el deterioro natural del cuerpo y la primacía de la sabiduría en que deviene su experiencia. Todas esas transiciones son una práctica y preparación para que ambos aprendan a cerrar, natural y cualificadamente.
Ante el fallecimiento, el dolor de la pérdida es inevitable y proporcional a la dimensión alcanzada por la relación hijo-madre.
Es saludable si implica una despedida limpia, sin reclamos ni pendientes; cuando el cierre conlleva la gratitud y pone el acento en la cara luminosa de la existencia. Un dolor así genera muchos y muy buenos dividendos, pues el testimonio materno incrementa las posibilidades de que su hijo lo asuma e incluso lo supere, no sólo en cuanto a expectativa de vida sino también en la calidad de la misma. El predominio del dolor saludable es crucial, muy importante para el futuro del hijo, de su familia de origen y de la que él ha fundado o fundará.
El dolor es tóxico cuando el adiós está contaminado, cargado de adeudos y culpas; cuando el final es de cobranzas, incluso de litigios, y la cara oscura es protagonista del suceso.
Altos niveles de toxicidad abren la puerta al sufrimiento, indicador psicológico de un duelo insano y del riesgo de infección en las diferentes áreas de la existencia. La prevención se encuentra en la preparación ordinaria, desde las ‘pequeñas muertes’, para el cierre último.
Una gráfica permite visualizar los dos caminos: la disminución gradual del dolor natural durante un periodo máximo de un año, o el incremento significativo del dolor tóxico en un periodo de tres a seis meses contados a partir del fallecimiento. El primero requiere de tiempo y de una red social activa, cercana y disponible, conformada por familiares y amigos. El segundo, además de los recursos mencionados, debe considerar la necesidad de un acompañamiento profesional.
Si el duelo es bien llevado, el beneficio psicológico supera poco a poco y cada vez más claramente a la separación. Si no lo es, tiende a transformarlo todo en daño.
SÓLO QUIEN SE VA, SE QUEDA
La muerte de una madre implica tanto pérdidas como ganancias, mismas que se sintetizan en la ausencia física y en la presencia psicológica.
La primera etapa del duelo muestra con una fuerza extraordinaria el hueco que deja la mamá, quien ha acompañado al hijo desde su concepción. Cualquier lugar del entorno personal dice con crudeza: “Ya no está”. El dolor alcanza su cima, la desaparición se concibe irreparable y la incertidumbre invade la percepción de un futuro sin mamá. Todo habla de ella: absolutamente todo. La frase lo expresa firmemente: “Aquí está”...
Sí está, pero ya no... ¿Quién la suple? Nadie. Presente o ausente, una madre siempre es titular en la ‘cancha’ de su hijo.
Y es que así lo ha experimentado él desde niño, al desprenderse físicamente de su madre e incorporarla cada vez con mayor fuerza en lo psicológico. La escena muestra al hijo pegado a ella, dependiente, buscando su contacto hasta que poco a poco, conforme va creciendo, aprende a llevarla con él sin necesidad de verla. Así también, una vez que termina el ciclo vital, puede mantener ese vínculo.
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