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La tiranía del debate y el voto

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

El espectáculo no es nuevo. Lo hemos visto mil veces y no deja de ser ridículo. Buena parte de la bancada de izquierda toma la tribuna por asalto con la intención de impedir, o por lo menos obstruir alguna votación. Uno puede imaginarse la emoción épica de los organizadores de la toma: cuando se dé paso a las votaciones, nos ponemos las camisetas, sacamos las pancartas y subimos hasta la mesa directiva. Tú arrebatas el micrófono mientras todos gritamos "No al PRIAN". El asalto transforma el espacio legislativo y a los legisladores. El congreso deja de ser un lugar para el debate para ser carpa de un espectáculo absurdo e ineficaz. Los diputados dejan de ser los representantes populares sujetos a un código deliberativo y se convierten en actores de una mala comedia política que tiene por objeto la conquista del micrófono, la ocupación de una mesa, la repetición de consignas bobas -toda consigna es boba.

Muchos dirán que se trata de una banalidad; que no tendríamos ya por qué perder el tiempo con esos espectáculos triviales. Creo en lo contrario: los actos que pretenden impedir el funcionamiento del congreso son inadmisibles y mal haríamos en pensar que se trata de simples anécdotas irrelevantes. Difícilmente podremos tener una democracia sólida si no contamos con congresistas que defiendan al Congreso, que respeten el principio deliberativo y el criterio de votación mayoritaria. Lo curioso del espectáculo frecuente en nuestra legislatura es que el operativo proviene precisamente de los legisladores. Son los diputados los que pretenden imponer su voluntad por medio de una conquista física del congreso. Son ellos quienes querrían silenciar a los otros e imponer su voluntad por encima de los votos.

La toma de tribuna es un espectáculo de inspiración radical y de expresión burlesca. Retórica épica y teatralidad caricaturesca. Por una parte, parece un acto esencialmente revolucionario: los verdaderos representantes del Pueblo toman el poder en sus manos para cambiar la historia. Desplazan a los traidores para instaurar el gobierno del pueblo. Pero este acto sin riesgo termina en simple desahogo. Los diputados gritan, repiten algunas frases, muestran camisetas, despliegan pancartas y se regresan a sus asientos, seguramente satisfechos de que dieron lo mejor de sí mismos para impedir el atropello. La sesión continúa tarde o temprano, después del paréntesis.

La ocupación de la tribuna del Congreso tiene una misión justiciera, por supuesto: impedir la tiranía del debate y esa imposición grotesca de la votación mayoritaria. A la pedestre lógica de la deliberación contraponen la retórica de los cuerpos que ocupan físicamente el espacio legislativo, los gritos que asfixian cualquier argumento. Se trata, como siempre advierten, del último recurso: ellos querrían quedarse a escuchar el debate desde su curul, pero se ven obligados al asalto. No les queda de otra. Se ven forzados a impedir a gritos que otros hablen y que se imponga la cuenta de los votos. Quienes toman la tribuna definen sus contribución a la vida parlamentaria en los términos más pedestres: bultos que gritan. A su grupo político aportan cuerpo y ruido.

Hay, desde luego, una filosofía detrás de la toma de tribuna. Es la denuncia del mayoriteo, extrañísima expresión que convierte a la regla básica de la democracia en acto reprobable. Mayoritear: verbo de una democracia vergonzante. Valdría recordar para acentuar el absurdo que el nuevo congreso se formó con el reconocimiento de todas las fuerzas políticas. Si en la elección presidencial hubo inconformidad, no la hubo en cuanto a la formación de las asambleas federales. En ese sentido, la idea de boicotear la decisión mayoritaria es aún más aberrante. No se cuestiona la representatividad del Congreso y aún así se pretende, desde el Congreso mismo, obstaculizar su funcionamiento.

Afortunadamente, el último asalto recibió una trompetilla de la mesa directiva de la Cámara de Diputados: si lo que les importa es el espacio físico del palacio legislativo, quédense con las sillas y con los micrófonos. Nosotros dirigiremos la sesión desde el palco. Hay que romper el circuito del chantaje y exhibir la ridiculez de una conducta políticamente ineficaz, pero democráticamente corrosiva.

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