
De antaño. El problema de la basura tiene historia.
El sistema de reciclaje y separación de residuos era, para los 250 mil habitantes que llegó a tener la gran Tenochtitlan, una práctica cotidiana. El orden y la limpieza imperaban en las plazas, calles y mercados de esa ciudad antigua.
Sobre ese estricto sistema de pulcritud dan cuenta las descripciones de algunos cronistas de la época, como Fray Toribio de Benavente (Motolinia), quien refiere que las calles de esta ciudad prehispánica estaban "tan limpias y barridas que no había cosa en que tropezar".
Las normas de higiene entre la población azteca iban desde la formación de un grupo de personas que se encargaba de barrer las calles dos veces al día, hasta la ubicación de grandes braseros en los que se quemaba la basura y que, de paso, funcionaban como alumbrado público.
La condena a ser una ciudad sucia y mal oliente -que hoy parece repetirse-, comienza a gestarse con la sobrepoblación y la introducción de desechos industriales que aparecieron con la llegada de los españoles.
El arqueólogo Leonardo López Luján, encargado de los trabajos en el Templo Mayor, corazón de Tenochtitlan, asegura que el sistema de reciclaje formaba parte de los hábitos cotidianos: "Sabemos que los habitantes de Tenochtitlan reciclaban los desechos orgánicos, como materia prima para la elaboración de instrumentos utilitarios, como composta, comida para los animales domésticos y hasta como combustible".
"En el caso de los excrementos, había canoeros que pasaban a las casas a recogerlos, pues también se utilizaban en la curtiduría de pieles y como fertilizantes en los campos de cultivo. Los residuos inorgánicos también tenían muchos usos, por ejemplo, como materiales constructivos y de relleno", detalla el especialista, y concluye que hubo este sistema de reutilización puesto que no ha habido hallazgos de basureros prehispánicos, mientras que sí abundan los de tiempos de la Colonia.
Según las crónicas de Fray Juan de Torquemada, agrega Diana Martínez Yrizar, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para arrojar la basura los habitantes de Tenochtitlan disponían de grandes braseros que "flameaban durante la noche de trecho en trecho, lo que al mismo tiempo servía para alumbrar las calles y las calzadas".
Para el tratamiento de las materias sépticas se seguía un procedimiento ingenioso y útil: "En lugares adecuados se amarraban unas barcas a tierra firme, las cuales permanecían por largo tiempo estacionadas y los vecinos depositaban en ellas sus desperdicios. Cuando se llenaban, la carga era vendida en calidad de abono".
Otro procedimiento ingenioso era poner en las casas vasijas de barro donde se recogía la orina, que más tarde servía como mordiente en la pintura de las telas.
Para la limpieza en Tenochtitlan, indica la historiadora de las epidemias Ana María Carrillo Farga, había también un estricto control de los canales que abastecían de agua: "No se trataba sólo de la limpieza de calles y plazas, que eran barridas diariamente por un gran número de empleados públicos, y de los mercados, donde reinaba gran orden; sino también de los canales y ríos, cuya limpieza cuidaban los antiguos mexicanos", asegura la investigadora de la UNAM.
Carrillo Farga relata que en una carta a Carlos V, Hernán Cortés describió la existencia de dos enormes acueductos: uno de ellos conducía el agua fresca desde manantiales hasta la ciudad de Tenochtitlan, mientras el otro permanecía vacío, hasta que aquél tuviera que ser limpiado.
LA CIUDAD CORROMPIDA
En los siglos que siguieron a la Conquista, la abundancia de la basura en las calles llegó a convertirse en un problema de salud pública que, además de los malos olores, generó el desarrollo de epidemias y endemias.
Según Marcela Dávalos, historiadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, es hacia finales del Siglo XVIII, con el virrey Revillagigedo, cuando se comienza a implantar de manera formal un sistema de limpieza en la Nueva España.
El panorama de la ciudad en los años que precedieron a estos intentos de reglamentación sanitaria -aunque ya existían algunos basureros ubicados en la periferia de la ciudad, en los llamados pueblos indios-, se resume a calles sucias, llenas de materia fecal humana y de animales de transporte y carga; abundaban los desperdicios que se arrojaban a la calle desde carnicerías, jabonerías y otros comercios; por si fuera poco, en el paisaje urbano era común ver zopilotes devorando animales muertos.
"Con el virrey Revillagigedo es cuando se empieza a crear por primera vez una política de organización de un sistema de limpieza para la ciudad, lo cual implicaba, además de la construcción de tiraderos de basura, la implementación de unos carritos jalados por mulitas que recogían la basura. Se dispuso que la gente tenía que salir a las calles a tirar sus basuras cuando escuchara el sonido de la campanita", comenta Dávalos, autora del libro "Basura e Ilustración. La limpieza de la Ciudad de México a fines del Siglo XVIII" (INAH, 1997).
Somos lo que desechamos
La basura, material considerado como desecho, es para los arqueólogos un invaluable documento para conocer los hábitos de consumo de las sociedades del pasado.
"Es muy cierta la frase de 'dime qué tiras a la basura y te diré quién eres', pues un basurero arqueológico es una mina de información científica sobre la vida de las sociedades antiguas", afirma el arqueólogo Leonardo López Luján, y agregan que el tema se ha vuelto una corriente de estudio en la arqueología.
Diana Martínez, del Laboratorio de Paleoetnobotánica y Paleoambiente del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, asegura que los restos orgánicos de animales y plantas proporcionan información sobre las condiciones ambientales del sitio, el tipo de alimentación y vestimenta, permiten conocer los recursos que se usaban, cómo se obtenían y para qué. Así, si en un basurero hay restos de cerámica, éstos pueden ayudar a fechar la época en que vivió esa población.
Por desgracia, dice López Luján, en Tenochtitlan no se encuentran basureros prehispánicos, pero sí hay en el Centro Histórico de la Colonia.