
La vida de ermitaño
Vivir solo no es sinónimo de vivir aislado, así como compartir el hogar con otros individuos no es garantía de llevar una saludable convivencia social. Y aunque apartarse de los demás suele ser una simple cuestión de preferencias, también puede ser indicio de un problema psicológico que requiere de atención urgente.
A veces todos disfrutamos de estar apartados. Sin embargo hablamos de algo ocasional pues lo común en el ser humano es buscar el contacto con los demás. Aun quienes viven solos, en algún momento del día buscan reunirse con otros: pareja, amigos, familiares, compañeros de trabajo.
No obstante también hay individuos que parecieran aislarse. Incluso si habitan la misma casa que otras personas, buscan alejarse; se organizan para hacer sus comidas en espacios distintos, procuran encerrarse en su habitación lo más posible. En el trabajo, restringen el trato con sus compañeros al mínimo indispensable, a tal punto que llegan a permanecer durante años en la misma empresa sin que los demás se enteren siquiera de su estado civil, mucho menos de qué les gusta hacer en sus horas libres. Nadie los echa de menos en las fiestas, porque de hecho están acostumbrados a que no acudan. Y desde el punto de vista social se les llega a considerar ‘ermitaños’.
TRAS EL AISLAMIENTO
Al interactuar, o al no hacerlo, comunicamos afecto, aceptación, solidaridad, simpatía; también hostilidad, rechazo, dificultades, entre muchas otras cuestiones. Para entender a alguien que elige apartarse o vive como ermitaño es preciso valorar numerosos factores. En primer lugar las diferencias de manejo de energía y contacto con el mundo, es decir algunos rasgos de personalidad que difieren de un sujeto a otro y que provienen de su temperamento, el cual es originado en un porcentaje alto por su genética y su funcionamiento biológico, como sería el balance entre la introversión-extraversión. Así como sus ciclos circadianos que determinan sus niveles de energía y por lo tanto de interacción con la sociedad.
Cada ser humano presenta una tendencia hacia la introversión o extroversión que predomina y se puede observar desde la niñez, pues difícilmente se modifica durante la vida: es la forma de ser y aparece como un rasgo en la personalidad. Bajo estrés aumenta, es decir, se hace más visible y le sirve al individuo como su modo de enfrentar la existencia, de contactar al mundo. No es mejor uno u otro, son simplemente rasgos que se instalan desde la formación del temperamento y no se eligen a voluntad. Determinan las actitudes y formas de relacionarnos con los demás.
Quienes son introvertidos funcionan con los siguientes rasgos: dan importancia a lo interno, les molestan las interrupciones, tratan de pasar desapercibidos, prefieren actividades reflexivas en soledad y únicas, tienen pocos amigos y muy selectos, son reservados, no les agrada contar cosas íntimas y si llegan a hablar de algo personal lo hacen de manera muy concreta, diciendo estrictamente lo necesario; les gusta escuchar, son callados, discretos, mesurados, hacen una sola cosa a la vez. A los extrovertidos, la gente así les parece aburrida y retraída.
Por el contrario los extrovertidos tienden a funcionar con las siguientes características: dan importancia a lo externo, son avasallantes, no se disgustan ante las interrupciones, son amigos del mundo, escogen actividades que los pongan en contacto, en ocasiones no les agrada estar solos, son muy expresivos, les entusiasma hablar de ellos mismos, acaparan la atención, se interesan en los asuntos de los demás, hacen varias cosas a la vez, invitan a la acción. Les cuesta entender el deseo de aislarse, simplemente no lo toleran. A los introvertidos, les parecen superficiales.
Lo anterior nos puede ayudar a entender que existen sujetos a los que simplemente no les interesa ser ‘el alma de la fiesta’ y anteponen la soledad a cualquier convivencia. Esto no los hace ser malos o inadaptados, simplemente muestran una alta tendencia hacia la introversión.
PANORAMA EXTREMO
En cada ser humano hay un predominio de alguno de los dos rasgos mencionados, los cuales son permanentes y determinan la actitud de quien los posee. Desde esta perspectiva puede explicarse la tendencia a ‘arrinconarse’.
Sin embargo también hay otras condiciones que pueden orillar a alguien a alejarse de los demás: la fobia social y los trastornos de personalidad como el tipo esquizoide, el de evitación social por ansiedad y el paranoide, que dictaminan algunas conductas de aislamiento; en estos casos hablaríamos ya de padecimientos psicológicos que ameritan un tratamiento, el cual de no recibirlo implicará sufrimiento y grandes dificultades de desadaptación en la vida funcional del afectado y de aquellos que le rodean.
Quizá la más común de estas alteraciones es la citada fobia social, un trastorno psicológico del espectro de los problemas de ansiedad, caracterizado por un miedo intenso a situaciones de convivencia, el cual causa una considerable angustia y deterioro en la existencia diaria. Quien la padece se siente inseguro y con un gran temor de acudir a reuniones, fiestas, conocer gente nueva, hacerse notar frente un grupo al pasar o tener que saludar en cualquier situación. Ante la sola idea de exponerse a uno de estos estímulos, es usual que la persona manifieste reacciones vegetativas como ansiedad generalizada, temblor, rubor, sudoración de las manos, y una serie de pensamientos que lo harán rehuir por todos los medios a la situación que tanto le angustia, excluyéndose para evitar la interacción. Aunque el sujeto reconoce que su miedo al contacto es infundado, o que sus pensamientos son irracionales y no debería tenerlos, superar tales cuestiones le resulta muy difícil y requiere de ayuda psicoterapéutica.
Los tratamientos más exitosos son la combinación de algunos medicamentos de tipo ansiolítico con terapia grupal de enfoque cognitivo-conductual; a través de esta última se busca desarrollar un modo más sano de interacción. Si no se cuenta con un grupo, la terapia individual también puede ser bastante efectiva en la reeducación de los hábitos del paciente, quien en su inconsciente necesita el contacto, pese a que por su problema encuentra el núcleo de su sufrimiento en el trato con otros.
CONTACTO: INDISPENSABLE
Los seres humanos somos sociables por naturaleza. Así como requerimos alimentarnos, hidratarnos, conservar la temperatura corporal, dedicar tiempo al descanso y a dormir, también la interacción afectiva es fundamental porque determina el funcionamiento y la estructuración de la personalidad desde el nacimiento hasta la vejez y la muerte. Los estudios experimentales nos muestran que cuando un individuo es aislado por varios días, sufre el deterioro paulatino en diversas áreas como la percepción, la inteligencia, el lenguaje y los rasgos del carácter.
Por medio de la interacción construimos la realidad. Al evitar relacionarnos con los demás se empobrece y debilita el núcleo de sostén de nuestros afectos.
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