Eva, la verdad sea dicha, no quería comer del fruto prohibido.
Trató en principio de resistir la tentación. Pero las tentaciones, ya se sabe, se hicieron para caer en ellas, y al final Eva cedió a la sugestión de la serpiente.
Tampoco Adán quería comer. Pero ¿qué hombre que tenga el alma en su almario y en su debido sitio el corazón es capaz de rechazar la incitación que le hace una mujer? Comió, pues, también de la manzana.
En lo alto el Creador suspiró con alivio y le dijo al Espíritu:
-¡Uf! ¡Por un momento pensé que no iban a caer!
¡Hasta mañana!...