Tarde de otoño; tarde ya. El frío de la calle se asoma por las ventanas y llama a la puerta de la casa. No le abrimos.
En la cocina el chocolate humea. Es del bueno, de ése que aquí se llama "de metate". En jarro de barro se calienta en la estufa, y antes de servirlo se bate con el molinillo, para que forme en la taza la sabrosa espuma.
En estos momentos recuerdo unos versos de encomio a ese prodigio mexicano: "Es tan santo el chocolate / que de rodillas se muele, / juntas las manos se bate, / y viendo al cielo se bebe".
Venga más frío. Vendrá más chocolate; dará calor al cuerpo y confortación al alma. Si todos los hombres del mundo bebieran un chocolate como el que ahora estoy bebiendo yo, se acabarían las guerras, y reinarían en toda la redondez del orbe, para siempre, el amor y la paz.
¡Hasta mañana!...