Nadie quiso al gatito negro. Nadie.
Bien pronto sus hermanos encontraron casa. Pero los gatos negros, dice la conseja, traen la mala suerte, y no hubo quien quisiera llevarse a este gatito.
Ahora lo tenemos con nosotros. Va y viene por la casona del Potrero como un pequeño emperador etíope. Sus ojos amarillos parecen estrellas de ámbar en una noche oscura. Se detiene de pronto y fija su mirada en mí. Es un gato niño, y sin embargo me inquieta la forma en que me ve.
¿Qué me quiere decir este gatito? ¿Hay en sus ojos agradecimiento o un ominoso anuncio del destino? Quién lo sabe. Nadie nunca sabrá lo que un gato está pensando. Un perro es un libro abierto. Un gato es 10 mil libros cerrados.
Miro al gatito negro. Él me mira a mí, y no sé quién -o qué- me está mirando.
¡Hasta mañana!...