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Nacionalismos aparte

ADELA CELORIO

"Hemos tenido identidad nacional en demasía, exorbitante nacionalismo, revolución desmesurada, simbolismo sobrado", ha dicho el antropólogo Roger Bartra y creo que en estos días patrios tendríamos que reflexionar seriamente sobre eso. Como ya he contado en otras ocasiones, no creo en nacionalismos que limitan la vida y provocan miopía. Por supuesto tampoco creo que un país sea mejor que otro, ni que existan razas superiores. La única pureza de sangre que reconozco es aquella que da la educación, la cultura y la empatía que seamos capaces de tener con el otro, especialmente con el diferente, el excluido, el débil. Creo en un solo Dios, pero no me amenaza que otros lo invoquen con el nombre de Jehová, de Alá o con el que les guste. Me parece un poco simple afirmar que "Como México no hay dos" porque el planeta Tierra es grande y complejo, y en el largo camino de mi vida he asistido a culturas y paisajes sorprendentes. A ciudades tan trepidantes como nuestra capital. He navegado por mares que me han dejado sin aliento y he percibido las mismas miradas amorosas entre hombres y mujeres de diferentes razas y religiones. En todos los países el mismo impulso sexual y la misma ternura y devoción de los padres por sus hijos.

Me he beneficiado de la generosidad y la solidaridad de personas de diferentes creencias y nacionalidades, y me consta que los niños lloran y sonríen por las mismas razones en cualquier país; y que en todos las religiones florecen los siete pecados capitales. Siempre encuentro las mismas luces y las mismas sombras en la raza humana por lo que me rehúso a seguir cargando el bagaje de mitos y ficciones fundacionales; y ni siquiera en estos días patrios caigo en la tentación de envolverme en la bandera para sentirme patriota. Prefiero sentirme cosmopolita, y cuando alguien frente a mí usa palabras discriminadoras como indio, negro, judío, homosexual, naco, prole y tantas otras formas que hemos inventado para disminuir al otro y apuntalar así una pobre autoestima; me dan ganas de repetir aquella pregunta que mi dulce abuela materna hacía con frecuencia a sus nietecitos: "¿Quieres que te tumbe los dientes de un bofetón?"

No soy nacionalista -decía- porque me siento igual de bien, o de mal, en cualquier lugar de cualquier país, mientras me tranquilice la idea de que cuando así lo decida, puedo volver a reposar la cabeza en mi almohada, en mi cama, en mi casa, que, nacionalismos aparte, es México. Aquí se entierran mis raíces y florecen mis retoños. Aquí mi trabajo, mi pan y mis viejas pantuflas.

Nacionalismos aparte, amo a este país con mexicana alegría porque disfrutar de la vida es algo que aquí nos tomamos muy en serio. Lo amo por las gardenias de Fortín, por la siesta arrullada en una hamaca. Por las Posadas, las piñatas y el frenesí que nos provoca la Navidad. Por los callejones de Guanajuato donde sin querer queriendo, me pierdo siempre. Por el despilfarro de sol que nos hace morenos, y la colorida luz donde nuestros pintores mojan sus pinceles. Lo amo porque aquí conocí el mar, las letras, el amor, la maternidad, los libros, y los pretextos de mis talleristas. Por los jugosos mangos de Manila que mi abuelo compraba en Chacaltianguis y la inquebrantable alegría de Los Portales de Córdoba donde siendo muy niña me aficioné a la cerveza.

Por el danzón, que bien marcadito, bailamos los jarochos en las calles. Por mis amigas de Mérida, de Monterrey, de Veracruz, de Morelia. Por mis amores Laguneros, por los vinos de Casa Madero y por Las Chonitas de Durango. Por la cortesía del águila mexicana que para subir al nopal pide permiso primero; y la de la gente que ofrece "esta es su casa" o "mande usted".

Por los diminutivos cariñosos con que pedimos "más frijolitos" o, "una tortillita por favorcito".

Porque es aquí donde invertí veinte años de mi vida a mal-educar a cuatro hijos, y aquí donde he trabajado varios miles de horas atendiendo a la familia, que es mi México más entrañable.

Nacionalismos aparte, este país es lo mío, y nunca me levanto de la cama sin hablar seriamente con Dios: "Sólo por hoy -le digo- líbrame Señor de la tentación de aceitar los asuntos que se me atoran, mediante el sencillo procedimiento de corromper a un policía o a un funcionario. No me dejes mentir, o bueno, sólo en caso de necesidad; y si no es mucha molestia, dame la presencia de ánimo para pagar mis impuestos a pesar de la rabia que me produce saber lo que hacen con ellos los diputados. Dame la entereza que necesito para poner buena cara a los burócratas aunque ellos me traten a mí como delincuente. Y por favorcito no permitas que me vuelva una ciudadana quejosa y plañidera sino optimista, creativa e irreverente, porque como decía Eleonor Roosevelt: "Prefiero prender una vela que maldecir en la oscuridad".

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