Recuerdo una anécdota que en algún momento contó Carlos Castillo Peraza. El PAN celebraba una de sus primeras gubernaturas. Eran momentos de fiesta tras décadas de ser una oposición tenaz. A primera hora, después de anunciarse el triunfo electoral, el comité estatal de ese partido recibió a un militante que renunciaba al PAN. Entregando su credencial, se separaba definitivamente del partido. Renuncio: yo me registré en un partido de oposición, no quiero militar en un partido que gobierna.
La estampa retrata bien una cara del panismo. Creer en la política como una tarea de resistencia, como un vehículo de la discrepancia, no un órgano para gobernar. El presidente Calderón ha empezado la mudanza a su antigua casa cambiando el foco de sus propuestas. Ya no habla el Ejecutivo que gobierna sino el Ejecutivo que prepara el retorno a la oposición. Una presidencia que ejerce una oposición anticipada. En sus iniciativas preferentes, Calderón recupera para el PAN el paraíso perdido de la oposición, el querido terruño de las convicciones a las que el PAN dio vacaciones durante doce años. Actúa ya con un sentido nuevo de ético: no la ética de la responsabilidad atada a las consecuencias directas de los actos sino el compromiso con las convicciones que regala a otros la administración de las consecuencias.
No deja de ser llamativo que durante doce años, los panistas no hayan tenido una iniciativa seria contra el régimen corporativo que heredaron y que tanto denunciaron desde la oposición. En estos sexenios nunca mostraron prisa por democratizar la vida interna de los sindicatos. De hecho, los años azules prolongaron el viejo entendimiento priista con las camarillas sindicales. Tan pronto ocupó la presidencia, el PAN depuso sus banderas anticorporativas para entenderse con líderes que antes señalaban como el mayor ejemplo de la antidemocracia mexicana. Acción Nacional se olvidó de sus denuncias, dándole una segunda vida al corporativismo. Una segunda encarnación que fue, quizá, más nociva que la primera porque a la falta de representatividad, añadió independencia. Gracias al panismo descubrimos un corporativismo salvaje. Que ahora el PAN recupere su vieja bandera anticorporativa es indicio de que prepara el retorno a la tierra opositora. El presidente no actúa ya como presidente, sino como un adelanto del opositor: desafía al nuevo gobierno y le exige definirse en una materia extraordinariamente delicada para el partido histórico del corporativismo.
Cuando se pensaba en la propuesta de las iniciativas preferentes, era fácil entender que el presidente contara con un instrumento para conminar al Legislativo a pronunciarse expresamente sobre las prioridades de su gobierno. En asuntos clave, el Congreso no podría congelar propuestas del Presidente. Para bloquear una propuesta presidencial habría que hacerlo públicamente... y arriesgarse a pagar los costos. Lo sorprendente es que la institución se estrena con una presidencia agonizante que, lejos de defender un proyecto vivo, presenta su testamento político. Empleada de esta manera, la institución de la iniciativa preferente adquiere un perfil distinto e inquietante. Lances de opositor con reforzadas facultades de gobierno. Si el Ejecutivo tiene un sitio en el proceso legislativo es por la responsabilidad que tiene al aplicar las normas. Por eso se le concede la facultad de proponer leyes, se le permite hacer observaciones y vetar las leyes que apruebe el Congreso. Por eso se le concedió recientemente esta iniciativa preferente. En este caso, la iniciativa testamentaria de Felipe Calderón puede tener un efecto determinante en la definición del perfil de su sucesor.
Los panistas nunca han controlado la máquina de hacer leyes, pero desde la minoría han marcado el proceso legislativo y político desde hace tiempo: han propuesto, han bloqueado, han exhibido. La iniciativa del próximo expresidente de la república desafía a Enrique Peña Nieto y puede exhibir la falta de compromiso con las reformas que dice defender. Con saludable mala leche, la iniciativa de reforma laboral exige el pronunciamiento del PRI en materia de democracia sindical. ¿Rechazará ese partido el voto universal y secreto de los trabajadores para elegir a sus dirigentes? ¿Tropezará con la tontería de que esa regla viola la autonomía sindical? ¿Exhibirá el presidente electo su incapacidad para transformar su coalición política en una coalición reformista? ¿Podrá darle un giro a esa federación para apoyar una reforma que afecta los intereses inmediatos de sus dirigentes? El carácter de su gobierno puede quedar marcado con la decisión que tome antes de asumir el cargo. Quizá la decisión políticamente más relevante de Felipe Calderón sea la que hizo como el opositor que ocupaba una presidencia agonizante. Y una de las decisiones más importantes de Peña Nieto puede ser la que tome antes de dormir en Los Pinos.
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