La nota que aparece esta mañana en el rotativo español El País no tiene desperdicio, habla del nacimiento de los "enojados mexicanos": "son los enojados, los engañados, los ignorados, los estudiantes, sobre todo, de las universidades privadas que, hartos de una democracia devaluada, se han echado a la calle para protestar contra la corrupción, los partidos políticos y la manipulación informativa de las grandes cadenas de televisión", afirma. En efecto, quienes pronosticábamos que las campañas rumbo al primero de julio serían aburridas y carentes de sustancia, hoy no opinamos lo mismo. A escasos quince días de aquel viernes negro donde estudiantes de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México metieron en aprietos al candidato del PRI, hoy la prensa internacional y los especialistas, el ciudadano de a pie y la clase política, todos hacen mención a un fenómeno que nadie previó y otros tantos subestimaron. Y sí, están enojados; razones no les faltan…
Muchos de los jóvenes que participan en las protestas de las que somos testigos, pertenecen a la "generación x", calificada como apática y profundamente desinteresada en todo lo referente a la arena pública. Sus padres y abuelos a menudo los llaman conformistas pues "a diferencia de lo que vivimos las generaciones de la postguerra, teniendo que trabajar para salir adelante gracias a la cultura del esfuerzo, para ellos las cosas han sido mucho más fáciles", comentan. Si bien estos chavos no han experimentado en carne propia las crueldades que supone un enfrentamiento, los miedos que imperaron durante la Guerra Fría, la lucha por los derechos civiles y la tiranía de las dictaduras características del siglo veinte, ello en ningún momento pone en duda la legitimidad de su enojo ni la validez de dicha indignación. Probablemente les hemos fallado.
Aunque en nuestro país el fenómeno es nuevo y aún se desconoce qué forma o dimensiones tomará en las próximas semanas, lo cierto es que México no es inmune a lo que pasa alrededor del orbe en los anales del tercer milenio: ciudadanos hartos de un modelo económico fallido que pone de manifiesto su ineficacia al acrecentar las abismales diferencias entre ricos y pobres; una coyuntura que añora los liderazgos de antaño y exhibe cuán mediocres son los políticos y qué tan prostituida está la democracia y todo lo que engloba; la falta de oportunidades y un futuro promisorio para millones de jóvenes que recién salidos de la universidad sencillamente no encuentran trabajo ni caminos para explotar su potencial. La incertidumbre como el mal endémico del siglo veintiuno.
Al tiempo, diversos actores de la sociedad mexicana erróneamente desestiman a los jóvenes al reducirlos a un puñado de facciosos que no son representativos de las mayorías ni merecen mayor atención y lo único que hacen es ruido a través de las redes sociales, las cuales dicen, ni forman opinión pública ni tendrán mayor impacto de cara a la elección presidencial. Guardadas las proporciones y tomando en cuenta que México no vive bajo el yugo de una tiranía, bien cabría recordar que muchos de los movimientos e irrupciones sociales de esta década -en especial en el mundo árabe- se gestaron a través de Internet. Para ejemplos prácticos, lo sucedido en Egipto o el reciente y estrepitoso fracaso de Nicolás Sarkozy en las urnas. También es menester hacer mención de que si revisamos lo ocurrido durante el siglo pasado, caeremos en la cuenta que los grandes ideólogos y revolucionarios de aquel tiempo provenían del mismo lugar que los chavos de la Ibero: de una clase media informada y pensante, de las aulas. Porque fuera todo romanticismo o sueño guajiro, las revoluciones por lo general son ideadas desde estratos sociales privilegiados.
A los estudiantes se suman distintas voces y líderes que concuerdan y simpatizan con la legitimidad de su causa. Porque tú y yo en el fondo sabemos que la razón los asiste, que manifestarse es su legítimo derecho y que sólo se deja de ser joven cuando se pierden los ideales. Por ello, apoyémoslos, hagámosles caso, prestémosles atención, pero de la misma forma enfaticemos el hecho de que existe un momento donde de la crítica se debe pasar a la acción, a la propuesta, al compromiso irrenunciable con su país y con la democracia. Ayudémosles a darle sentido a esa voz. Hoy es urgente hacerlo; de otra forma el camino hacia la anarquía es muy corto.
Ignoro si hoy vemos el principio de algo que terminará cambiando a México y a su circunstancia. Lo que sí estimo, querido lector, es que son muchas las cosas que no marchan y deben ser revisadas. Si nuestra pretensión es consolidar a nuestra joven e incipiente democracia, debemos lograrlo a partir de un constante ejercicio de autocrítica donde la sociedad entera participe. Porque a seis décadas de haberse filmado, los "olvidados" a los que hizo mención Luis Buñuel, ahí siguen y tienen cara de estudiante, de ama de casa, de profesionista, de empresario, de luchador social, de obrero, de campesino: es decir, somos todos. El mundo nos falló, México nos falló, pero no haciendo nada, nosotros también le estamos fallando a México.
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