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Un mundo sin encuestas

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Hay políticos que creen que los problemas se solucionan haciendo leyes, como si el acto de voluntad fuera suficiente para cambiar el mundo. Por eso hay problemas eternos en este país, pero sobre todo, gracias a ese tipo de diputados, tenemos una cantidad inaudita de leyes y reglamentos absurdos.

Dos legisladores del PRD, Gerardo Villanueva y Martí Batres, propusieron reglamentar para que no se puedan publicar encuestas durante toda la campaña. El razonamiento es muy sencillo: como ellos consideran que las encuestas les afectaron en la elección del mes de julio pasado ergo hay que acabar con las encuestas. Con esa lógica lo siguiente será legislar para fusilar a todo aquel que no vote por ellos. Además de autoritaria, la propuesta es profundamente torpe.

Las encuestas fueron, sin duda, el factor más vergonzoso de la elección presidencial y es momento en que las empresas de estudios de opinión no termina de rendir cuentas. El daño que le hicieron las malas encuestas al negocio es enorme, pues el golpe fue debajo de la línea de flotación, nada menos que en la credibilidad.

¿Afectaron la votación? Imposible saberlo. Más aún, ni siquiera podemos establecer si el afectado fue el que supuestamente iba a ganar por 20 puntos, y sólo ganó por seis, o el segundo lugar o el último. Las encuestas fallaron, incluso podemos decir que mintieron, lo que no podemos es negarnos como ciudadanos el derecho a hacer y publicar encuestas. Sí se requiere una reforma en materia de encuestas, pero para que éstas se puedan publicar hasta el último día de la elección. El derecho a la información está por encima de las leyes electorales.

Los ciudadanos no podemos vivir al ritmo de las paranoias de los partidos políticos ni la democracia se puede reinventar, como los han hecho en las últimos 25 años, después de cada elección. El castigo a las encuestadoras y a los medios que mintieron o fallaron durante el proceso electoral nos toca a los ciudadanos. Hace seis años, tras un elección cerrada y cuestionada, los partidos hicieron una reforma electoral tortuosa porque quisieron solucionar el enojo de un candidato y no los problemas de fondo.

Una democracia sin encuestas es como hot dog sin mostaza. No es que no pueda existir o no sea hot dog, simplemente pierde el sabor, pero sobre todo nadie nos puede imponer cómo debemos comer el hot dog.

Las encuestas son un signo de madurez democrática; las malas encuestas o las encuestas falsas son reflejo de la corrupción de este país. Lo que hay que atacar, pues, es la corrupción de los partidos y las empresas, no el derecho de los ciudadanos a hacer y conocer estudios de opinión.

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