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Y sin embargo se mueve

ADELA CELORIO

Insomne, licenciosa en sus antros, discotecas, casas de juego y de prostitución. Despierta siempre para recibir a las oleadas de emigrantes que llegan para quedarse. Con calor o con el inclemente frío de enero, la Central de Abastos trasiega desde la madrugada las toneladas de alimentos que abastecen los mercados para alimentar a veinte millones de tragones; y antes de que amanezca, los repartidores de periódicos dejan de casa en casa nuestra diaria ración de muertos.

En nuestro polifacético Zócalo que lo mismo se abandera para celebrar las Fiestas Patrias que se convierte en el punto clave de rabiosas protestas políticas con el apoyo de urinarios y cocinas portátiles; la actividad nunca se detiene: playa en verano, pista de hielo en invierno, multitudinaria sede de conciertos o salón a cielo abierto para que las quinceañeras bailen su primer vals con el jefe de gobierno. Recinto de la feria del libro, de exposiciones temporales, de museos itinerantes y próximamente, gigantesco altar de muertos; que de seguir la violencia incontrolada, bien podría exhibir calaveras fresquecitas. Otra activísima ciudad dentro de la ciudad, es la Basílica de Guadalupe con su hervidero de peregrinos y su mercado de santos, de vírgenes, de rosarios, de crucifijos; y por supuesto de "La Morena"; a punto casi, de convertirse en partido político.

En las calles casi ocho millones de vehículos bufan de rabia, envenenan el aire y colapsan la circulación. En el Metro varios millones de personas se acomodan con calzador. Escuelas y universidades matutinas, vespertinas y nocturnas, son insuficientes. Ningún trabajador sale sin su mochila a la espalda conteniendo algún alimento, aspirinas, una navaja… Kit de sobrevivencia en una ciudad en la que nunca se sabe a qué hora podrá uno volver a su casa.

Periféricos, ejes viales, dobles y hasta triples pisos insuficientes para desplazar a los habitantes en una de las mayores concentraciones urbanas del planeta. Difícilmente otra ciudad despertará pasiones tan encontradas y patologías tan inexplicables como ésta, donde persistimos (sólo los tercos que por lo visto somos muchos) en seguir viviendo, a pesar de los amenazantes movimientos telúricos y de la delincuencia que se organiza hasta en las mejores familias.

Y sin embargo se mueve. No hay, no hay; pero resulta que siempre hay, porque en esta ciudad nuestra, el terco milagro se repite todos los días con la multiplicación de los panes y los peces con que tantas madres alimentan a sus hijos. ¿No es acaso un milagro que en una capital tan caótica los niños ocupen aunque sea impuntualmente su sitio en las escuelas, los empleados en sus oficinas, y los enamorados no pierdan la libido? ¿Que los humeantes botes de tamales aparezcan entre la niebla de la madrugada para que de camino al trabajo, hombres y mujeres desayunen cuando menos una "guajolota"? ¿Qué a la hora del hambre sillas y mesas invadan las aceras con una variada oferta de tacos, tortas o las imprescindibles quesadillas? ¿Que en la futurista zona de Santa Fe, en Polanco o en el risueño barrio de La Condesa, la gente beba y fume tranquila en terrazas al aire libre? Sólo que sea porque confiamos en una Policía que siempre alerta, uniformada y muy bien equipada, vigila las calles, los comercios y los bancos.

Que armada hasta los dientes, patrulla la ciudad en poderosas pick-ups, y siempre podemos contar con que llegue tarde a cualquier hecho delictivo… y de los delincuentes ni sus señas. Condenados a vivir tras las rejas de los guetos; prisiones en las que nos hemos refugiado los inocentes mientras los delincuentes andan sueltos, ¿no es acaso un milagro que nuestro jefe de gobierno haya podido bautizarla como "Capital en movimiento"?

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