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El impacto del Pacto

Sobreaviso

René Delgado

Remover una civilización y fundar una nueva o, si se quiere, replantear los fundamentos de un país para darle perspectiva es una hazaña. Exige enorme claridad en el propósito, firme y decidida determinación y, obviamente, un acuerdo fundamental entre autoridades, dirigencias y actores clave de la política, la sociedad y la economía. Además de un esfuerzo y un sacrificio sostenido durante el tiempo necesario.

Determinaciones y procesos de ese calibre no se ven todos los días, pero se dan de vez en cuando. Incluso, en ocasiones, la adversidad obliga a los protagonistas a recorrer ese camino sin habérselo propuesto o, aun, sin desearlo. No es excepcional que las epopeyas tengan por origen un accidente y por horizonte un mejor destino. El azar juega también en la política.

En todo caso es en la realización de proyectos de esa magnitud donde gobernantes y políticos adquieren talla de estadistas. No siempre se les aprecia debidamente cuando se arremangan la camisa y se ensucian al operar la monumental proeza pero, cuando la concretan, a su tesón lo condecora la gratitud de una nación reconstituida.

¿Qué talla y peso tienen y retenden los autores, operadores y promotores del Pacto por México? ¿Hasta dónde llega su decisión: van a reemplazar los pilares del país o sólo quieren sostenerse en pie frente a lo que, de pronto, se perfila como una debacle? ¿Aspiran a la trascendencia o la sobrevivencia? ¿O, sencillamente, se trata de los profesionales del pragmatismo en caza de una recompensa rentable a corto plazo sin importar lo que, al final, ocurra?

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Puede no parecerlo, pero el país se encuentra a la puerta de una crisis de una dimensión desconocida.

La economía no marcha, apunta en dirección a una recesión. La movilización con tintes insurreccionales del magisterio disidente revela no la resistencia a una reforma, sino malestar social profundo. La actividad criminal, expresada brutalmente en la violencia, la extorsión y el dominio de mercados y territorios, mantiene su desafío al Estado. La tentación de algunos sectores empresariales de "poner en su lugar" al nuevo gobierno habla de una fuerza que se siente dueña de esa institución. La pugna al interior de los tres principales partidos exhibe organizaciones desvertebradas, afectadas por grupos y corrientes urgidos por asaltar el control de un instrumento ajeno a la ciudadanía. El gobierno todavía no es tal y, sin embargo, en su seno ya se advierten pugnas por ejercer un poder que todavía no asegura. Los ajustes en algunos medios de comunicación no acreditan una decisión independiente, sino comprada, negociada o impuesta desde fuera, por no decir, desde el gobierno.

Ese es el paisaje del país, cuyo fondo es el de un precipicio. Por eso no es ocioso preguntar por el alcance del Pacto por México.

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Al mirar la composición del voto parlamentario en las reformas hacendaria, político-electoral -ambas por concretarse- y en la petrolera -todavía sin dejar ver su posibilidad-, se advierte un juego de canjes, no un acuerdo del gobierno y los tres principales partidos.

No. La hacendaria tiene por eje una alianza entre priismo y perredismo. La político-electoral, una alianza entre perredismo y panismo. Y de abordarse y aprobarse la petrolera, una alianza entre priismo y panismo.

¿Qué resta del Pacto frente a esas alianzas mutantes, donde el gobierno baila con quien le conviene y los partidos se balancean al ritmo de sus intereses particulares o de quienes representan? ¿Dónde queda México en ese extraño Pacto que, de pronto, más bien parece un ménage à trois?

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Si el Pacto derivó de la ocurrencia de detectar las demandas principales -coincidentes o no- del gobierno y los partidos e impulsar su instrumentación y aprobación para consolidar, en su respectiva posición, a los principales protagonistas, marginando del acuerdo a su correspondiente organización y sin considerar su impacto nacional, se está ante una puntada peligrosa. Se está frente a un ejercicio que, sin sustento ni respaldo político y social, tiene por destino el del fracaso. Gobierno y partidos, en vez de constituirse en la solución del problema nacional, terminarían siendo si no la causa, sí parte medular del problema.

Si no fue así, si el Pacto fue y es producto de una reflexión de fondo, una visión de largo plazo y una decisión de los principales protagonistas, a costa incluso del apoyo de sus afines y a costa de su propio sacrificio, en aras de emparejar el terreno político, económico y social del país para darle perspectiva, el acuerdo exige un reafianzamiento y el diseño de una estrategia de defensa y divulgación mucho más elaborada.

Un proyecto que remueve los fundamentos de una circunstancia o una situación crítica demanda un esfuerzo político y comunicacional mayor, hasta ahora no visto. El silencio, los spots, el discurso de ocasión y el solemne juramento de promesas no explican un cambio de paradigma de esa magnitud. Exige también acciones concretas y contundentes, predicar con el ejemplo para recuperar terreno a la desconfianza cultivada, por años, por gobiernos y partidos.

Es una batalla de impulso, ejemplo y defensa que reclama enorme destreza para reconocer, ganar y sumar a la causa a quienes de las élites y las bases sociales entienden la dimensión del asunto. Emparejar y pavimentar el piso de un país no es sencillo. Es una batalla que exige sumar, no restar. Si se resta, que es una posibilidad, entonces es menester echar mano del autoritarismo a diestra y siniestra, asumiendo los costos. Con esto no se juega, se decide y actúa.

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Estructuralmente el país requiere un ajuste, coyunturalmente le urge. Eso está claro, pero sacudir estructuras sin removerlas y, sobre todo, sin la intención de construir otras no es un riesgo, es un peligro. Amenazar con afectar intereses gremiales o empresariales sin hacerlo sólo desata los ánimos. Los peores ánimos, sobre todo el de hacer justicia por propia mano con lo que se pueda: bloqueando calles o inversiones a fin de sabotear, someter o eliminar a quienes sacuden sin remover las estructuras.

Con todo y tropiezos, el Gobierno ha dado muestra de osadía, el maderismo de inteligencia, el chuchismo de oportunidad. Pragmatismo que no basta para asegurar el Pacto y reconstruir el país.

Cualquiera que sea el origen del Pacto, en medio de una tormenta, gobierno y partidos se embarcaron en una aventura promisoria, pero en cuyo trayecto no hay puerto de abrigo. De ahí la pregunta si tienen claro el puerto de destino, si conocen la ruta y, sobre todo, si tienen decidido llegar a él.

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