Sólo porque la circunstancia empaña las fechas patrias, no sobra iniciar este texto expresando tres sentimientos.
-Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.
-Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados...
-Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian...
Viene a cuento manifestarlos porque, con tanto brinco y jaloneo político, de pronto se olvida el pasado y por lo mismo se borra el futuro. ¿Y de dónde esos sentimientos? Pues de los expresados por José María Morelos y Pavón, un héroe cuyo ideario hoy cumple 200 años y, siendo vigente, ni quien le haya tirado un lazo.
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A partir del establecimiento de la videopolítica sólo existe lo que se ve.
Esa política mediática, donde sólo actúan los profesionales de la escena o los rebeldes decididos a llamar la atención, pretende borrar o borra -como si no existiera- cuanto ocurre fuera de la vista. Sin embargo, en la penumbra, en los salones y los despachos del poder es donde muchas veces se defienden, negocian o transan decisiones, tanto o más importantes que aquellas que como "show mediático" se ofrece a los telespectadores, la ciudadanía que mira con asombro sólo la porción de la realidad transmitida.
Mucho más llamativo resulta ver cómo una turba de maestros disidentes tunde a golpes o patadas a un granadero que al director de un corporativo que, sin escándalo ni transmisión en directo, tunde a amenazas o dobla como puede al funcionario responsable de pretenderle imponer un gravamen o limitar sus ganancias.
En esa lógica -donde sólo existe lo que se ve-, la única fuerza resistente a las reformas estructurales emprendidas es la del magisterio. Luces y cámaras se concentran en el plantón, el bloqueo, la marcha o el desalojo que descuadra a la capital de la República, como si los grandes intereses afectados por la reforma fiscal-social recibieran con júbilo y aplauso el designio de ver limitados sus privilegios y prebendas.
Duro con los maestros gritan, casi a coro, quienes en el circo de la política de tres pistas -sin querer o adrede- intentan jalar la atención sólo en la reforma educativa y, de ese modo, ocultar el fondo de la reforma fiscal-social que, sin duda, puede provocar turbulencias mucho más fuertes, pero no tan visibles como las generadas por el magisterio. Los intereses afectados por esa otra reforma son tan poderosos que no requieren plantarse en la plancha del Zócalo para ser atendidos, ellos levantan el teléfono y, si se deja, citan en su oficina al funcionario responsable para que les explique qué rayos pretende.
Llevando a la exageración lo que se "ve" como importante en la reforma fiscal-social, es curiosa la atención prestada al gravamen sobre el alimento de las mascotas, las colegiaturas y los refrescos frente a la presunta irrelevancia o invisibilidad de la eliminación del régimen de consolidación fiscal, el gravamen a las ganancias en la Bolsa o la imposición de derechos a la explotación minera.
Es tan interesante lo visible como lo invisible, la realidad en su conjunto no sólo en una porción.
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Lo cierto es que, en estos días, la intención de emprender una serie de reformas estructurales está llegando a su punto de definición. Aquel donde queda claro si, en verdad, se quiere o no mover al país y si la clase política, adherida al Pacto por México, está decidida y tiene con qué sostenerse firme en el propósito de recuperar el espacio que al Estado corresponde frente al mercado, el territorio y los poderes fácticos, criminales o no.
Es comprensible, desde luego, que la distancia entre el propósito original y el resultado final de reformas de ese calado no sea necesariamente la prevista, pero inaceptable sería pervertirlas o deformarlas en unos casos sí y en otros no. Si se decidió hacer girar la pirinola nacional asumiendo aceptar el dictado del costado donde cayera, no hay reversa. Y, sobra decirlo, la pirinola cayó del lado donde dicta: "todos ponen".
En la sencillez de ese dictado no hay excepción posible, sobre todo, si se quieren replantear los términos del Estado, atemperar la desigualdad social, reivindicar a la política, crear auténticas condiciones de competencia y darle oportunidad al país como nación. Ponen todos. Los maestros, los especuladores, los contribuyentes, los empresarios, los refresqueros, los partidos... y, desde luego, el gobierno. Todos ponen, dice la pirinola nacional.
Suena absurdo subrayar lo anterior pero, de pronto, pareciera que hay cierto consenso y apoyo para que el otro ponga, pero no uno. Todos con México, siempre y cuando a mí no me molesten ni me toque poner.
Más allá del acierto o desacierto de la estrategia adoptada para emprender rápido y al mismo tiempo esas reformas -excepto la energética, que exige una reconsideración-, tal decisión obliga sostener la postura en el conjunto de los frentes abiertos. Aflojar en uno y apretar en otro, conceder en uno y en otro no sería devastador, dejaría por resultado un país todavía más confrontando y polarizado, en una atmósfera contaminada por la violencia. En esa decisión tampoco hay reversa: el sacrificio abarca a todos.
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Sin posibilidad de determinar la capacidad del gobierno y los partidos para controlar y conducir el proceso político-legislativo de la reforma de la educación, las telecomunicaciones, las finanzas, la hacienda, la político-electoral, del control del endeudamiento de los estados, el combate a la corrupción, del régimen en el Distrito Federal, del acceso a la información... hay un campo o frente no incluido en estricto sentido en ese proceso, pero que demanda mayor velocidad y una actuación tan inteligente como efectiva: el de la seguridad pública.
En ese campo, no se advierte un avance y está golpeando la posibilidad de la recuperación del Estado. El crimen disputa el monopolio de la fuerza, del tributo y del control del territorio al Estado y si éste no reivindica su control y dominio, cualquier otra reforma puede resultar simple artificio. Si el derecho a la vida, a la integridad, al patrimonio no está garantizado por el Estado, cualquier sacrificio puede resultar en vano.
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Pueden no parecerlo, pero hay sentimientos de la nación irrenunciables.