El calderonismo cumplió a carta cabal con su divisa... pero al revés: perdió el gobierno, sin ganar el partido. Y, aun frente a la evidencia, el residuo de esa corriente no acaba de digerir su doble derrota. El problema es que su dispepsia política terminará por golpear las posibilidades de Acción Nacional y, quizá, las del país mismo.
Muchas de las calamidades políticas y sociales que hoy abaten al país -la peor, pero no la única: dar con los desaparecidos- son resultado de esa gestión. La deuda del calderonismo con la nación es enorme, pero su expresión residual no lo considera así.
Como la reina Grimhilde de Blancas Nieves, los calderonistas se irritan cuando el espejito ya no replica que son los más bonitos del reino perdido y, en su furia, poco les importa hundir aún más a su propio partido y de paso arrastrar al país... regalan manzanas envenenadas.
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De no ser por su probable consecuencia, darían risa las reacciones del calderonismo residual frente al cese de Ernesto Cordero, como coordinador parlamentario de su fracción en el Senado. Atribuyen a la arbitrariedad su destitución, en vez de asumirla como una derrota más en su lucha por tomar el control del partido. Tal parece que así como hay un infantilismo de izquierda, también lo hay de derecha.
¿De cuándo data esa lucha y cuáles han sido sus etapas? De agosto de 2010, cuando Gustavo Madero renunció a la coordinación de los senadores albiazules y anunció su pretensión de encabezar al partido. Ahí arrancó la loca carrera y cadena de errores del calderonismo. ¿Por qué ganó Madero? Porque cuando el calderonismo era bravo hasta a los de casa mordía y, justamente, con quienes hoy hace coro Roberto Gil, lo bloquearon; y porque, desde Los Pinos, se mandaron señales equívocas de a quién querían al frente de Acción Nacional, que, entonces, veían como su patrimonio. Querían el partido y, desde ahí, controlar la sucesión.
El 4 de diciembre de ese año, Madero se alzó con la victoria y además recibió un bono extra. En la derrota el calderonismo se dividió y una parte rechazó negociar posiciones en el Comité Ejecutivo y con su capricho le dio carta blanca a Madero para integrar a su equipo.
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El segundo capítulo de su derrota vino en los prolegómenos de la precampaña por la candidatura presidencial.
Anotados en la competencia mucho antes de su inicio estaban Santiago Creel y Josefina Vázquez y, luego, un desorientado: el entonces gobernador de Jalisco, Emilio González. Por el lado del calderonismo se apuntaron Javier Lozano, Alonso Lujambio y, el delfín sin aletas, Ernesto Cordero. El desorientado de ese bando, lo personificó Heriberto Félix Guerra. Tal cantidad de calderonistas con supuesta talla de estadista, mandaba un mensaje: tantos era igual a ninguno.
Uno a uno se fueron bajando los calderonistas, según esto, para fortalecer a Ernesto Cordero que, de a tiro por declaración, dejaba ver que lo suyo, lo suyo no era ser presidente de la República. Al registro formal de las precandidaturas llegaron Creel, Vázquez Mota y Cordero. Las posibilidades de Creel se fueron diluyendo y Cordero creyó acrecentar las suyas golpeando a Vázquez Mota, bajo los postulados de la guerra sucia -espionaje, incluido- a la que tanto se aficionaron los calderonistas. La debilitaba, pero él no se fortalecía.
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La siguiente derrota del calderonismo no tardó en llegar, perdieron la candidatura presidencial de nuevo con un ingrediente extra.
Josefina Vázquez Mota se hizo de la candidatura pero, con un handicap, los ataques de Cordero en su contra fueron batería gratuita para el priismo. Eso sí, los calderonistas de cepa se pusieron un salvavidas. Hasta el jefe de campaña de Vázquez Mota se puso uno. Cordero, Lozano, Lujambio, Salvador Vega, Gabriela Cuevas, Mariana Gómez del Campo, Luisa María Calderón y, desde luego, Gil aseguraron un escaño en el Senado. Antes de escuchar el grito "sálvese el que pueda", amigos y familiares ya traían los flotis puestos.
Cuanto el calderonismo pudo hacer para que Vázquez Mota perdiera, lo hizo. La divisa parecía ser: si no es de los nuestros, no será de ella. A esa idea, la propia candidata sumó sus propios errores hasta asegurar la derrota como destino. No al segundo, al tercer lugar cayó el panismo y, entonces, el calderonismo hizo su mejor imposible: hacer de la derrota su victoria. Facturaron el resultado a Gustavo Madero, presionaron su renuncia y nada. Un revés más en su cadena de errores.
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Después de perder el gobierno -por así denominar esa administración-, el calderonismo modificó su ambición y divisa: intentó ganar el partido.
Propuso refundar el partido y la idea fue rechazada, ensayó fijar la agenda de la asamblea y se la modificaron, quiso realizar el cónclave antes de que su líder dejara Los Pinos y se realizó en marzo y, por último, quiso erigirse como interlocutor del nuevo gobierno y no pudo. No ganaron una, el equipo de Madero los derrotó en toda la línea. De esa carrera y cadena de errores hoy queda el calderonismo residual, que aún no digiere la derrota ni se explica por qué el espejito no lo reconoce como lo mejor del reino perdido.
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Por todo eso, asombra la reacción del calderonismo ante el cese de Cordero. Quienes hicieron todo lo necesario para entregar el gobierno al priismo, ahora denuncian que Madero quiere convertir a Acción Nacional en satélite del partido en el poder. Por favor. Cosa de verse en el espejo y en vez de preguntar, responder qué fue lo que hicieron.
Daría risa el calderonismo residual, pero el asunto no es para eso. Boicotear a Madero rebasa con mucho el afán de reemplazarlo, golpea un Pacto de por sí limitado en un momento en que el país se desbarata, en buena medida por la gestión calderonista. Michoacán se desploma y en las mismas anda Guerrero. La indagatoria de los probables vínculos de algunos maestros con grupos armados en Oaxaca inquieta. El pantano de la corrupción en Tabasco es insondable. La incompetencia electoral y gubernamental en Veracruz cualquier día dará una ingrata sorpresa. La economía no muestra los signos deseables. La violencia social y criminal no deja de llamar a la puerta.
Suficiente daño provocó el calderonismo al país para venir, ahora, a cobrar pequeñas venganzas que restan cohesión y unidad a un partido opositor ya de por sí maltrecho, pero fundamental en la recomposición del país. La mezquindad del calderonismo con su propio partido y con el país no debe encontrar espacio. Perdieron el gobierno sin ganar el partido, ahora intentan descarrilar la política que, en su fragilidad, no acaba de enrielarse. Es increíble.