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El científico tuvo una fructífera trayectoria, en la que alcanzó importantes avances como obtener oxígeno y otros elementos de origen natural en su laboratorio. ESPECIAL
Debido a los logros obtenidos en el campo de la química, así como por el papel que desempeñó en 1833 durante la epidemia de cólera en México, Leopoldo Río de la Loza, fallecido el 2 de mayo de 1876, es considerado como uno de los científicos mexicanos que trascendieron en las ciencias y el personaje de la semana de quien compartimos algunos datos.
De acuerdo con la biografía publicada en www.redescolar.ilce.edu.mx, el científico tuvo una fructífera trayectoria, en la que alcanzó importantes avances como obtener oxígeno y otros elementos de origen natural en su laboratorio.
Leopoldo Río de la Loza nació el 6 de noviembre de 1807 en el seno de una familia acomodada. Realizó estudios en el Colegio de San Ildefonso y al concluirlos se matriculó en la Escuela de Cirugía, donde inmediatamente ingresó a la materia de botánica impartida por el profesor Vicente Cervantes.
Durante su estancia en la Escuela de Cirugía también conoció a profesores destacados como Andrés Manuel del Río, con quien tomó la asignatura de mineralogía, y Manuel Cotero, con quien estudió química. En 1833 obtuvo los grados académicos de médico, cirujano y farmacéutico, justo en el año en el que el cólera se propagó en México.
La epidemia, que fue descubierta desde 1817, despertó su interés científico, no obstante de la peligrosidad de la enfermedad y de la concepción que tenían muchos de los pobladores, quienes la consideraban como un castigo divino por las reformas liberales que afectaban los intereses del clero.
El gobierno ofreció acciones inmediatas para combatir la epidemia, por lo que solicitó la ayuda de los mejores farmacéuticos y médicos de ese de tiempo, entre los que se encontraba Río de la Loza, quien asumió un papel determinante en el combate de esta enfermedad.
En su trayectoria como docente de la Escuela Nacional de Medicina y el Colegio de Minería fue sobresaliente, promovió la aplicación de la química en distintas disciplinas que mantenían alguna relación, y contribuyó en ámbitos como la medicina, la farmacéutica y la agricultura con múltiples conocimientos.
Hacia 1847, año en el que se suscitó la invasión del ejército estadounidense en México, Río de la Loza formó una compañía médico militar, integrada por profesores y estudiantes de la Escuela de Medicina, para defender la capital del país.
Su trabajo en la milicia, pese a tener formación científica, fue muy reconocida debido a su destreza en combate, por lo que tomó la decisión de unirse al batallón Hidalgo, en el que tuvo la oportunidad de convivir con abogados, artesanos y jóvenes empresarios para defender el país.
Como científico investigador, consiguió el aislamiento de sustancias como el oxígeno, anhídrido carbónico y el nitrógeno dentro de un laboratorio, con lo que se convirtió en el primer mexicano capaz de realizar tal proeza.
Estos logros, aunados a sus investigaciones realizadas a vegetales y sus componentes, le mereció la Medalla de Primera Clase en 1856, presea otorgada por la Sociedad Universal Protectora de las Artes Industriales de Londres.
Tras el deterioro gradual de su salud, los últimos años de su vida quedó imposibilitado de continuar con sus labores de investigación y experimentación, así como con su trayectoria como docente, por lo que tuvo que abandonar todas las actividades en las que destacó.
Algunos datos disponibles de su biografía señalan que Leopoldo Río de la Loza, antes de su deceso, dejó un sobre en el que pedía que su cuerpo fuera cubierto con una capa española que utilizaba para impartir cátedra y que su muerte no fuera difundida, para poder tener un entierro discreto.
Falleció el 2 de mayo de 1876 en la Ciudad de México. Sus restos fueron sepultados en una fosa de segunda clase en el Panteón Dolores y se cumplió su deseo de tener un funeral modesto.