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Ser docente, un verdadero privilegio

Jaque mate

ROLANDO CRUZ GARCÍA

"Si existiera la fuente de la eterna juventud, sería el trabajo docente; trabajando siempre con niños o con jóvenes".

Rolando Cruz García

A propósito del Día del Maestro, no hay mejor ocasión para reflexionar acerca de tan controvertida celebración y de tan deteriorado personaje, ya que es de todos conocido el doble discurso con el que en México, nos referimos a los profesores; por un lado un reconocimiento discursivo que puntualiza que no hay nadie más importante en el aula y en la escuela que el maestro, detallándose incluso una serie de atributos deseables que el "profe" debiera tener siempre; y por otro lado las pésimas condiciones laborales y salariales que los mentores tienen, amén del nulo reconocimiento que la sociedad les otorga.

Es frecuente escuchar, por ejemplo que los profesores son los responsables del fracaso escolar de los estudiantes; cuando existen estudios científicos en pedagogía y en evaluación que han demostrado que los resultados del aprovechamiento escolar son multirreferenciales; es decir, competen a los alumnos, profesores, métodos, planes y programas de estudio, escuelas, familias y comunidad, por lo menos.

Los escenarios que acompañan al docente en su diario trajín laboral son, en muchas ocasiones desoladores, sobre todo por la reiterada interpelación respecto a la eficacia y la trascendencia de su tarea cotidiana.

¿Son los profesores Quijotes lidiando contra molinos gigantes de viento? ¿Son generales que enarbolan la bandera blanca rindiéndose ante la superioridad del enemigo?, me parece que ni una cosa, ni la otra. Entonces ¿qué son? Son brasa encendida siempre, nexo del presente con un futuro esperanzador; son la fuerza que mueve, el cariño que motiva y la palabra que descubre cultura.

Las características de la condición humana del profesor, que por vocación abraza a la docencia, es la que les permite tolerar y enfrentar la desesperanza de no poder actuar y corregir de inmediato la adversidad del fracaso escolar. Sólo desde la vertiente educativa es posible responder al reto, que la situación actual les formula insidiosamente: ser los responsables de una sociedad reprobada. Sólo reconociéndose profundamente educadores, podrán encontrar la clave para sortear con éxito el pesimismo que ésta realidad conlleva.

Ser educador, entraña un compromiso histórico y social, precisamente porque es el propio quehacer el que se resuelve en la cotidianeidad de la relación profesor - alumno. Asumir esta relación exclusivamente como obligación meramente formal, es desubicarla de su real sentido, pues supone desconocer el aporte de las biografías personales de cada alumno, en dónde el docente tiene la ocasión y el privilegio de escribir en ellas.

El docente es dueño y señor de su aporte teórico, técnico y humano; no obstante, no lo es de los resultados que dichos aportes dan. Tal paradoja afirma que la educación no es un fenómeno colectivo sino un prodigio personal, porque se hace con el consentimiento libre del educando.

Los resultados inmediatos que se obtienen en el aula, vía estímulo - respuesta, reducen la acción educativa a una mera instrucción, lo que aligera y soporta la tarea del docente, pero sabemos que educar a una persona apunta más allá: a la formación del criterio, a la transmisión de valores y estilos de vida, al comportamiento y a la conducta, sólo por mencionar algunos aspectos de la verdadera formación.

El docente ha tenido que actuar siempre contra corriente. Por lo tanto, no deben asombrarse, desconcertarse o desanimarse, porque los vientos no jueguen a su favor. La realidad actual es cada vez más compleja y globalizada y en ella conviven toda una gama de problemas que van desde los éticos hasta tecnológicos, lo que puede hacerle dudar acerca de la trascendencia de su labor educativa.

La educación es un proceso de largo aliento. Su fin es el perfeccionamiento de la persona y dicho perfección no se obtiene de golpe y de una sola vez, sino por etapas y tiempos, en aproximaciones sucesivas y más bien apunta a la gradualidad de lo que se enseña y de lo que se aprende.

Cuando los profesores logran "meter" a sus alumnos en el presente, en el aquí y en el ahora y se vuelven capaces de saborear los logros que su propio tiempo les permite, entonces dichos logros, en apariencia sencillos, pequeños y ordinarios, les posibilitan la sensación de la meta alcanzada, de hacerlos propios. "Vivir ilusionadamente consiste, entre otras muchas cosas, en poner nuestras ilusiones al alcance de nuestras posibilidades" (Miguel Ángel Martí).

El profesor ayuda al desarrollo personal, al adquirir virtudes o corregir defectos, incide en la calidad y en la percepción real y comprensiva del propio alumno y de los demás. El movimiento por ser mejores se convierte en patrimonio personal que de manera natural se torna en actitud de servicio: permitir y procurar siempre que el alumno sea mejor que él mismo.

Servir es proponerse como medio para que los estudiantes logren sus fines, aquí radica la grandeza de un verdadero líder: el que inspira, motiva y mueve conciencias. Su tarea más importante será la formación de las nuevas generaciones y a partir de ella, la trascendencia del profesor estará garantizada.

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