Asquel, asquil, ázcatl, áxcatl
Escribí en el título de este texto la grafía española con que en La Laguna escribimos el nombre de la hormiguita diminuta que en el verano aparece para aterrorizar a las amas de casa, saquear los depósitos de comida, desaparecer los restos de cucarachas, modificar la corteza terrestre y morder humanos para dejarles una comezón ardiente.
Pero existen otras formas de escribir su nombre, como las que se remiten a la etimología náhuatl y que no existen más que en los diccionarios; mas también las que en español prefieren la zeta a la ese para quedar en azquel y azquil; y todavía otra que, si Alzheimer no me deja mentir, la he leído en Agustín Yáñez: esquil, esquiles.
Este autor, Agustín Yáñez, es quien en sus novelas y relatos breves escritos a mediados del siglo XX nos muestra que la palabra asquel no es tan exclusiva de la comarca lagunera y que su uso se ubica en regiones de honda y amplia raigambre náhuatl.
Las tierras flacas, novela cuya historia sucede en la región de Los Altos de Jalisco, es donde podemos “escuchar” ese vocablo, asquel, que nos es tan familiar, que nos inquieta porque ha inquietado a gentes que nos han escuchado decirlo y que lo consideramos casi una propiedad privada en La Laguna.
En la novela de Yáñez un personaje llamado Jacob Gallo regresa después de muchos años. Ante la inminencia de su aparición en el pueblo corren los chismes, las habladurías, las fantasías porque había salido humillado y ahora regresa con poder político y militar. El desquite imaginado provoca hablillas, rumores, “borregos”.
En el caudal de imaginaciones salidas del pueblo, Yáñez hace aparecer en Las tierras flacas, una de sus novelas que más me gustan, la palabra asquiles: “Comenzó el acarreo de trozos para construir la olvidada historia del hijo desconocido y maldecido. Como asquiles formaban hilo con invenciones hasta los que nunca supieron del caso.”
En la otra de las dos novelas, la más famosa, Al filo del agua, la palabra asquiles surge entre los oficios de semana santa –igual que en el libro mencionado antes– en medio de habladurías populares a propósito de que el cura ha hecho alusiones enigmáticas, sibilinas, de zahorí (para usar una palabra que aprendí en esta novela).
Escuchemos otra vez la parienta de asquel, asquil, en la narración de Yáñez: “(¿No hay, entre los que se escandalizan, quien se muerda la lengua y no pueda tirar la primera piedra?) Esplendor de la tarde (los campos vacíos). Las calles pobladas, como hilerillas de asquiles […]”
Como nahuatlismo, el vocablo “asquel” habrá llegado a la comarca lagunera con los tlaxcaltecas acarreados a finales del siglo XVI o con las migraciones que atrajo a esta región el auge algodonero de finales del siglo XIX y principios del XX, o por ambos senderos.
Si mediante la narrativa de Agustín Yáñez sabemos que el término asquel se usaba, o se usa, en la geografía donde colindan Jalisco y Zacatecas, el Diccionario del náhuatl en el español de México reafirma esa ubicación, aunque ignora su uso en La Laguna. Se puede leer en ese diccionario: “azquel, azquil o azquilín. En los estados de occidente, cierta especie de hormiga cuya picadura es irritante. De ázcatl, hormiga.”
Por su parte, el Diccionario Porrúa de la lengua española, no proporciona el término como asquel ni como azquel. En ese diccionario viene así: “azquil m. En México, hormiga doméstica pequeña.”
Y sí, define al insecto como doméstico, quizá porque, como leí en otro lado, también lo cree saqueador de las alacenas. Pero claro que no es sólo doméstico. Al pie de la higuera en el patio de mi casa que se asienta sobre un subsuelo arenoso y al pie de la buganvilia en la banqueta exterior, los laboriosos asqueles alzan dunas con los escombros de sus túneles y cavidades. Modifican la corteza terrestre.
Por cierto, los asquelitos no me caen mal aunque me disputen los higos del verano con sus mordidas que me dejan las manos y los brazos inquietos por una sabrosa picazón ardiente. Me conmueve su pequeñez y me gusta que limpien la casa de los restos de cucarachas.