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Camellazo electoral

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Dicen que el camello es la versión del caballo que Dios le encargó una comisión de ángeles. Bueno, eso según los creacionistas. Los que los que somos creyentes de la ciencia sabemos que en realidad el camello es la evolución natural del caballo, en un medio ambiente dominado por diputados.

Las reformas electorales recientes no han hecho más que ponerle jorobas a un sistema que, mal que bien, funcionaba. Desde que nació el primer Instituto Federal Electoral (IFE) independiente de la Secretaría de Gobernación, con un aparato burocrático y candados de una tamaño directamente proporcional al de nuestras desconfianzas, cada reforma no ha hecho sino complicar lo que ya de por sí era un sistema barroco.

Lo más absurdo de la reforma aprobada ayer es sin duda la pérdida de autonomía de los institutos electorales de los estados. En cualquier república federal que se precie de serlo lo que habría desaparecido era la estructura federal en los estados, los consejos estatales del IFE, pero gracias a los enojos de los pansitas con los gobernadores priistas ahora los organismos electorales de los estados, que organizarán las elecciones locales, serán electos por el nuevo Instituto Nacional Electoral (INE) y controlados desde el centro.

Si lo que buscaba la reforma con esta modalidad de control era sacar a los gobernadores de los institutos electorales lo que van a lograr es meterlos al centro del INE. Ahora el cabildeo para nombrar a los consejeros locales no será en los congresos estatales, sin el el seno de Consejo General; los 11 consejeros van a sufrir el acoso de 32 gobernadores, ninguno de los cuales se va a quedar con las manos cruzadas, pues encima los gobiernos estatales tendrán que pagar los sueldos y las estructuras. Pero suponiendo, en el país de nunca jamás, que los gobernadores tuvieran un arranque democrático y decidieran no meter la manos en los consejos electorales, los 11 nuevos Consejeros del INE tendrán que nombrar 224 consejeros estatales, que no conocen, en todo el país.

Otro de los objetivos plateados por la reforma era bajar costo, lo cual por supuesto que tampoco se logrará, pues ahora todos los funcionarios estatales tendrán que ganar igual. No contentos con esto, en la nueva ley electoral basta que cuatro de los 11 consejeros del INE o cuatro consejeros locales se pongan de acuerdo, alegando imparcialidad política o problemas de paz social, para ejercer el derecho de atracción y llevar la elección de Baja California o Campeche a la ciudad de México desde donde funcionarios que difícilmente conocen Cuautitlán tendrán que tomar decisiones sobre todo un país que es profundamente plural y diverso.

La reglamentación de candidaturas ciudadanas o independientes es quizá la peor joroba del camello. Ser candidato a presidente requiere casi tantas firmas como las necesarias para hacer un partido, pero ser candidato a diputado requiere más apoyo que los votos necesarios para ganar un distrito: quien quiera ser candidato a diputado necesitará cerca de 100 mil firmas, cuando las elecciones se gana a diputado federal se gana con entre 30 o 40 mil votos.

Pero no hay de qué preocuparnos, esto no es para siempre; seguramente después de las elecciones de 2018 algún partido hará un pancho y tendremos un nuevo camellazo electoral.

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