Por estos días, nada más lagunero que los moyotes. Nada más íntimo que su presencia. El asunto podría parecer trivial, hasta que las picaduras nos recuerdan una fina violencia. No sé cuántas veces he sido pinchado desde que empezaron las lluvias, pero la cuestión ya toma importancia cuando las marcas muestran su territorio. En sigilosa advertencia, escuchamos un ruidillo zumbado las orejas. Basta con un solo moyote para arruinar la noche. Pero no importa la hora, al fin las picaduras están a la orden del día. Hay algo omnipresente en ese ejército con alas. Si creíamos habernos librado de alguno, siempre queda el lugar para otro, otro y otro.
Tras un año notablemente lluvioso en la región, lo cual es mucho decir en nuestros páramos y ardientes yermos, los moyotes se han vuelto nuestros más fieles seguidores. La vida florece con el agua y con ella un crecimiento exponencial de hambrientos mosquitos. Así, las lluvias nos dieron tregua con el calor, no así con los millones de zancudos.
Hace unos días, Macario Schettino, quien para su suerte vive en México, me preguntó con desconcierto: ¿qué son los moyotes? Mosquitos, zancudos o moyotes, aquí no nos queda duda del significado, ni de su insistente existencia. En la capital del país, otrora sede del imperio Mexica, se perdió en el tiempo el uso de la palabra náhuatl: móyotl. Para los chilangos moyote es un vocablo incomprensible. Para los laguneros es una aguda presencia.
El escritor Saúl Rosales nos dice en su último libro, Jales sobre el habla lagunera, que la palabra moyote es un tesoro literario. Además, tenemos que agregar: también es un dolor de cabeza. Rosales nos explica que móyotl, convertida en moyote, es esa palabra que abandonó el mundo Mexica y encontró perdurable acogida en la Región Lagunera. Esta es una comarca no náhuatl en su origen, pero sí dotada de condiciones ambientales más que propicias para la sobrepoblación veraniega de los "mosquitos zancudos" mencionados por Bernardino de Sahagún. En una suerte de identidad cotidiana, cada vez que pronunciamos la palabra moyote, traemos al presente, la herencia tlaxcalteca en La Laguna.
En la desesperación por tanto moyote, mi buen amigo Heriberto Ramos, nos recomendó la planta Citronela para ahuyentar, no sé si los malos espíritus, pero al menos a los mosquitos. Quizá, de ahora en adelante necesitemos en la región una política pública que haga de esa planta, la más querida planta lagunera. A la par de las palmeras y mezquites, tendríamos abundantes Citronelas en camellones y jardines públicos.
Hace tiempo, Javier Leyva, hombre apasionado de los cactos, la historia y su comunidad, me compartió aquella terrible historia, de cómo durante años, el abuso de pesticidas y químicos en el campo lagunero, arrasó no sólo con las plagas, de paso mató a la fauna. Así se exterminaron parvadas vitales para la región. Como un principio torcido, al eliminar un mal, se provocó otro mayor. Esparcidas desde los cielos, toneladas de DDT rompieron la cadena alimenticia de las aves y también acabaron con ellas. Finalmente regreso al principio. Con los moyotes, los laguneros tenemos literalmente un lazo de sangre. Por aquí y por allá ya somos parientes.
DÍA MUNDIAL SIN AUTO
Los cambios también empiezan por los mensajes y las pequeñas acciones. El lunes pasado el colectivo de mujeres ciclistas "Bicionarias Laguna" invitó a los alcaldes de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo a realizar acciones con motivo del Día Mundial Sin Auto. Algunos servidores públicos fueron en bici a su trabajo, otros compartieron el coche, e incluso, el alcalde Luis de Villa, se fue caminando al trabajo. El objetivo fue dar un descanso al automóvil y hacer conciencia de ciudades más humanas e incluyentes. La movilidad es fundamental para espacios más equitativos y eficientes, pero la mayoría de los presupuestos públicos se destina a los automóviles, que sólo transportan a la tercera parte de la población. En consecuencia pagamos por una exclusión urbana de peatones y ciclistas. Ya es hora de equilibrar la cosas.
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