Más iniciativas legislativas, más operativos, algunas medidas administrativas y ninguna acción de gobierno resumen el mensaje presidencial de antier que, a causa de la expectativa generada, quedó por debajo de ella.
El presidente Enrique Peña Nieto manifestó vehemente deseo, pero no clara voluntad, de remontar la crisis que lo coloca en un predicamento y, con gesto de circunstancia, repitió viejas fórmulas frente al mismo problema. En ese esquema, el planteamiento presidencial puede eventualmente atemperar la circunstancia, no resolverla. El dicho del mandatario no conjura el peligro, lo posterga... y no toma riesgos, esto es, no invierte en la política con ánimo de ganar base social y credibilidad.
Los colmos de la subcultura política se reiteraron. México no es un país de leyes, pero el más mínimo cambio exige reformarlas. México sufre al presente, pero disfrutará el futuro. México ve hacia adelante, lo que obliga a no fijarse en lo de hoy o en lo de antes. A México le va mal, porque va bien. México se mueve, aunque no está claro para dónde.
Se echa de menos la osadía, el coraje y la decisión del primer año del sexenio, quizá, porque no es lo mismo presentar y darle marco jurídico a un programa de gobierno que realizarlo.
La dimensión de la crisis viene de lejos y su solución tomará años. Y, en efecto, los problemas no se resuelven con una varita mágica ni con un tronar de dedos. Sin embargo, crear una atmósfera de cambio con mejora, construir una base de apoyo e impulso ciudadano exige, más allá de proyectos a mediano y largo plazo, acciones concretas e inmediatas de gobierno.
Entre éstas, muchas se pudieron adoptar. Zanjar el asunto de la Casa de Higa con la devolución del inmueble y anular el concurso del empresario en la licitación de las obras públicas del gobierno. Remover del despacho al secretario de Comunicaciones, Gerardo Ruiz Esparza, porque no se puede decir sí y, de inmediato, no para rematar en un quién sabe. Reconocer que el estratega Luis Videgaray no puede con ese paquete y el de las finanzas públicas, es lo uno o lo otro. Asumir que el operador Miguel Ángel Osorio Chong está rebasado por las emergencias y que, acaso, convendría redefinir su ámbito de acción. Entender que si la política social dejará de ser brazo de la política electoral, es de considerar si Rosario Robles debe permanecer al frente de ella. Confirmar o no al procurador Jesús Murillo Karam en su puesto, pero no dejarlo en el limbo. No se quiere con esto despachar a esos funcionarios a sus casas, sí señalar la urgencia de revisar si la posición que juegan es la suya o si es menester reacomodarlos. Ni una palabra, ni una reflexión, se oyó al respecto.
El mandatario tampoco anunció una, tan sólo una acción concreta y contundente contra la corrupción que es causa del malestar social. No se trata de desatar una cacería de brujas, sí de marcar con casos ejemplares un hasta aquí. La omisión sugiere un pacto de complicidad. En todo caso, si el silencio presidencial sobre ese particular pretende establecer una suerte de perdón y olvido o de borrón y cuenta nueva, no hubiera estado mal decirlo.
Asimismo, no hubo el gesto de solidaridad con quien menos gana o ni empleo tiene, decidiendo reducir el sueldo del propio jefe del Ejecutivo y su equipo, exhortando a los legisladores y ministros a hacer lo mismo. Medio millón de pesos mensuales por impartir justicia no habla de sensibilidad ante la injusticia social. Si reducir los sueldos es imposible, entonces abatir el despilfarro de recursos que se ha vuelto práctica hasta en los órganos autónomos, ahí está el Instituto Federal de Acceso a la Información.
Una señal de que no todo es a futuro se hubiera agradecido.
Por fortuna o a causa del desastre que afrontan, el presidente Enrique Peña Nieto no apuntaló su propuesta en los partidos.
Los tres partidos con los que ha concertado acuerdos, partidos están. El priismo pronuncia con renovado júbilo el "sí, Señor Presidente" que, a la postre, terminará por dañar al Presidente y a sí mismo. El perredismo, aunque Carlos Navarrete lo considere como un militante más, ha perdido otro de sus pilares. El panismo se ilusiona con el imperio de las ruinas, pero les falta disputarlo entre sí. Jauja para los partidos de membrete que, en la descomposición, ven un manjar de oportunidades, mientras Andrés Manuel López Obrador se pega a la pared festejando la marcha fúnebre de sus adversarios.
Esta vez, el Ejecutivo advirtió la inutilidad de recargarse en los partidos. La pregunta es dónde piensa apoyarse. Las diez medidas propuestas no le garantizan el respaldo de la sociedad si no arroja resultados en el plazo corto, y sería contraproducente que, en aras de sobrevivir, se echara en brazos de los grupos de poder que supuestamente quería someter.
Solo no puede. Urge perfilar el gobierno que pretende para definir en quién se va a apoyar.
Al abordar el primer año de la gestión de Enrique Peña Nieto, el Sobreaviso concluía: "Un año después, el gobierno debe serenarse si quiere cumplir, bien, seis".
Ese texto remataba precisando que el peñismo debería corregir errores y establecía como prioridades: "Convertir la administración en gobierno, evaluar al equipo determinando quién debe permanecer y prepararse para la prueba de ácido de la elección intermedia. Controlar y ejercer el gasto, al tiempo de combatir decididamente el robo, el chantaje y el despilfarro. Afinar la política de seguridad en combinación con la social para reponer la credibilidad en el Estado como garante de la vida, la integridad y la seguridad de las personas".
A punto de cumplir dos años en la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto no ha resuelto su reto: gobernar, no administrar problemas. Es hora de definirse y tomar decisiones, no de dudar... menos de repetir fórmulas cuyo fracaso perfila un rostro de tragedia.
La sociedad debe radicalizar la demanda, no el reclamo. Ojalá el jefe del Ejecutivo se acerque más a ella.
