Sin indicios sólidos, referentes firmes, instituciones fuertes y diagnósticos honrados, los pronósticos valen tanto como las profecías...
En estos días, donde la propaganda domina sobre la información, el deseo sobre la realidad, la consigna sobre el razonamiento, el conciliábulo sobre el debate, la corrupción sobre la honestidad, el despilfarro sobre la austeridad y los acuerdos cupulares sobre los nacionales, la predicción del porvenir rebota entre las puertas del paraíso y las del infierno. Las minorías de uno y otro bando -es una pena, pero son minorías las que monopolizan la política- impulsan, según recursos, intereses y posturas, una u otra posibilidad, queriendo encontrar eco y respaldo en la opinión pública, la expresión de una sociedad imaginaria.
Ante esa circunstancia, a lo largo de este año será menester tomar a diario el pulso del país, particularmente durante el primer semestre, para determinar si refunda o desfunda su horizonte.
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La fragilidad del poder político -gobierno y partidos-, así como la mezquindad y la falta de honestidad, transparencia y congruencia en su ejercicio permiten suponer lo que se quiera y profetizar que lo mejor o lo peor está por venir. En esa circunstancia, los factores e intereses beneficiados o perjudicados por las reformas no desaprovecharán la última oportunidad para aumentar lo ganado o reducir lo perdido, emplearán su fuerza a fondo.
Las reformas emprendidas -tan sólo emprendidas-, sin tener asegurado el puerto de destino, se anuncian y se analizan, se apoyan o se resisten de manera aislada y no de conjunto. Vistas una por una sin conexión entre ellas, cualquier profecía encuentra asidero para declarar el resurgimiento o el hundimiento del país.
Miradas de ese modo, un día se acusa nostálgico echeverrismo en la Reforma Hacendaria y al siguiente se aplaude la gracia modernizadora de la Reforma Energética. Un día se reclama atacar al crimen en sus ingresos y al siguiente se reprocha pedir cuentas a quienes, supuestamente sin saberlo, le lavan el dinero. Un día se exige atender a los "ninis" sobre la base de una sólida política social para arrebatar el ejército de reserva al crimen y al siguiente dejar el cuento de la falta de oportunidades y disparar de nuevo. Un día se llama a atemperar, a través de la conciliación, el malestar del magisterio ante la reforma y al siguiente se critica falta de firmeza para levantar a toletazos su plantón.
Ciertamente, el gobierno y los partidos no han atinado en elaborar un discurso que articule y engarce el conjunto de las reformas o, bien, no lo han elaborado porque el conjunto carece de concepto y constituye un proyecto invertebrado.
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Lo cierto es que gobierno y partidos, aun cuando ahora tomen distancia entre sí, embarcaron al país en una serie de cambios estructurales sin preestablecer claramente una ruta, un ritmo y un itinerario. Una responsabilidad mayúscula por sí sola, agravada por el hecho de haberla asumida cupularmente, pero comprensible por los sucesivos fracasos protagonizados en intentos anteriores.
Ante la falta de datos y claves para elaborar un pronóstico serio, se puede profetizar al gusto la victoria o el fracaso. Pero, si se escapa a esa tentación, será menester prever hasta donde sea posible y analizar precautoriamente, día a día, el primer semestre del año para descifrar el porvenir no del sexenio sino del país.
El calendario, la agenda y las vicisitudes imprevisibles -azar y velocidad incluidos- jugarán sus cartas. Cartas marcadas y sin marcar para beneficiar, perjudicar, descarrilar, alterar o incluso pervertir los propósitos fijados. Cada día contará en esos días.
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Tan pronto como este mismo mes, dos instituciones, una recién nacida y otra en peligro de fenecer, entrarán en escena: el Ifetel y el IFE.
El primero actuará sin las leyes reglamentarias adecuadas y, en esa condición, lanzará la convocatoria para licitar dos cadenas nacionales de televisión. Los intereses en juego son pesos pesados y, en los términos de la convocatoria y la conducción del proceso, se advertirá la posibilidad de ese nuevo órgano.
'El IFE, amenazado con su desaparición e incompleto en su composición, recibirá la solicitud formal del registro como partidos de múltiples agrupaciones. Dos destacables: el Movimiento Regeneración Nacional, que afronta la convalecencia de su dirigente Andrés Manuel López Obrador, y Encuentro Social, cuya presencia ha sido minusvalorada. Ambas con fuerte probabilidad de lograr su registro, cuando los partidos ya registrados pretenden cerrar la puerta a nuevos concursantes.
Si no es que ya están listas, en estos mismos días se afinan las iniciativas de las leyes reglamentarias de la Reforma Energética. Cerrar el debate público y acotar el parlamentario en torno a ellas es un albur. Y, en paralelo, el panismo reclamará -en la Reforma Electoral- su parte del trueque acordado con el gobierno, un litigio sin parangón: avalar el mazacote legislativo será sembrar bajo conciencia una bomba de tiempo, echarlo abajo será asumir un incumplimiento con un costo elevado en extremo.
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A partir de febrero y hasta finales de abril, tendrá lugar el periodo ordinario de sesiones del Congreso con un cúmulo enorme e importantísimo de leyes reglamentarias que, sin duda, perfilarán el destino de las reformas constitucionales aprobadas. Un período legislativo donde el gobierno y su partido no requieren de integrar mayorías calificadas para sacar adelante esas iniciativas pero, no por ello, exento de buscar apoyo. En medio del cual, panistas y perredistas deberán definir quién se queda con las riendas de su respectivo partido.
En el mismo lapso, dos efemérides no podrán celebrarse conforme al protocolo acostumbrado en tanto que su símbolo y contenido ya es otro. ¿El 5 de febrero, cuál Constitución habrá de celebrarse? ¿Conmemorar el 18 de marzo la expropiación petrolera será un contrasentido?
El 2014 está en el aire. Mejor calibrarlo día a día.