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El realismo sucio de Raymond Carver

La fragilidad como escritura

El realismo sucio de Raymond Carver

El realismo sucio de Raymond Carver

Nadia Contreras

Hay libros que surgen de la vida cotidiana y sus avatares. Sus personajes pertenecen a familias quebradas en donde la vida es desatino habitual. Así es la obra de Raymond Carver (1938-1988), escritor estadounidense inscrito en el llamado 'Realismo sucio'.

Sobre este autor hay un amplio espectro bibliográfico. Intentaré, alejándome de lo ya dicho, ofrecer una visión personal, certera no sé, pero cuando menos con el atrevimiento de quien navega y desconoce la cascada al final del río. Tres rosas amarillas (Anagrama, 2010), es un libro completo e intenso; su hilo temático es la vida trágica de los personajes. La vida, sus dos caras: la felicidad breve y la desesperanza como una sombra que jamás se ausenta.

Carver vivió la fragilidad: el alcoholismo. No hace falta explicar los días arrebatados, la larga lista de empleos, los nervios de punta, las visiones. Los biógrafos de quien escribiera, entre otros libros de poesía y compilaciones: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976); De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981) y Catedral (1983), coinciden sobre sus últimos diez años: estable y fructífero. Casado con la poeta Tess Gallagher e integrante de Alcohólicos Anónimos, se dedicó a escribir.

Raymond Carver es parte del llamado 'Realismo sucio' que destaca entre sus características: la sobriedad en el relato, la precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en todo lo que se refiera a descripción. El adverbio y la adjetivación quedan reducidos al mínimo. En cuanto a los personajes típicos, se tiende a retratar seres vulgares y corrientes que llevan vidas convencionales”. En este estilo se inscriben los narradores estadounidenses John Fante, Charles Bukowski, Richard Ford, Tobias Wolff y Chuck Palahniuk.

De tres rosas amarillas abordaré cuatro textos: Cajas, Quienquiera que haya dormido en esta cama, El elefante y Tres rosas amarillas.

CAJAS

La madre del protagonista está lista para mudarse. El protagonista y Jill (su actual pareja), van a cenar con ella por última vez. La relación es tensa, aunque cuando ambas mujeres están juntas son bastante amables la una con la otra. Se abrazan siempre que se encuentran o se despiden. La madre, a diferencia de otras mujeres de su edad, no es feliz, ni lo será en ningún momento:

-¿Y cómo creéis que me siento? -dice mi madre. Y luego añade-: Otras mujeres de mi edad son felices. ¿Por qué no puedo ser como ellas? Lo único que quiero es una casa y una ciudad en la que pueda ser feliz. ¿Es eso un crimen? Espero que no. Espero no estar pidiendo demasiado a la vida.

El pasado de la madre es un continuo ir y venir, la tristeza a cuestas y el olvido de lo que se ama entre un departamento y otro aún se trate del mismo edificio. Jill atina la siguiente frase: Te deseo un buen viaje de vuelta, y que al final del camino encuentres ese lugar que tanto buscas.

QUIENQUIERA QUE HUBIERA DORMIDO EN ESTA CAMA

La falta de sueño hace que Jack se sienta frágil. Ni él ni Iris, su mujer, han podido dormir. El teléfono suena en plena noche, a las tres de la madrugada, y les da un susto de muerte. La mujer, al otro lado de la bocina, pregunta por Bud, pero Bud no vive ahí. La mujer, pasada de copas, insiste y aún el teléfono descolgado ella aguarda a que el hombre que busca responda. El relato es muy interesante y puede comentarse desde varios puntos de vista:

a. ¿Quién es Bud? La mujer está segura de encontrarlo y no termina la llamada. ¿Será que Jack ha olvidado su nombre anterior y la cama que comparte con Iris fue la cama que compartió con esa otra mujer?

b. Iris sueña. En sus sueños su exmarido y no Jack. En la somnolencia, la imprecisión, los personajes... ¿Están despiertos o sueñan el pasado donde acaso se sienten más protegidos?

c. Iris y Jack hablan de la muerte. Ella dice: Quiero que me prometas una cosa [...] Si algún día me pasa, quiero decir […] Quiero que me desconectes de la máquina si un día tienes que hacerlo. ¿Me lo prometes? Él, en cambio, pide lo contrario: No. No me desconectes. […] déjame conectado todo el tiempo que sea posible. […] Déjame estar vivo […] Y no metas prisas. La cama se vuelve ataúd; Jack se percata que ha llegado al lugar extraño del aniquilamiento.

EL ELEFANTE

El protagonista de esta historia lleva a cuestas el peso de la familia. Su madre, sus hijos y un hermano dependen de él económicamente. El relato es abrumador. Cada uno, a su modo, lo hace responsable de su supervivencia.

El cuento tiene tres momentos importantes. Este que acabo de mencionar, el sueño en el que aparece el padre llevándolo en hombros, él y George (compañero de trabajo) en el coche a toda velocidad mientras el viento aúlla en las ventanillas.

El sueño del protagonista hace referencia al pasado. Él es un niño pequeño, de unos cinco o seis años, el padre lo alza, lo monta en sus hombros:

'Puedes soltarme. Te tengo bien sujeto. No vas a caerte'. Al oírle decir esto, caí en la cuenta de la fuerza con que sus manos asían mis tobillos. Y entonces le solté la frente. Liberé las manos y extendí los brazos a ambos lados. […] Yo hacía como si fuera montado en un elefante.

La parte final del relato nos ofrece dos alternativas. En la primera, el protagonista huye. No a Australia como era su promesa. En dirección hacia las montañas, se ata el cinturón de seguridad y aprieta los dientes. En la segunda, el hombre en el vértigo por la carretera (George se encarga de recordarle lo pendiente: “he pedido un préstamo y he rectificado el motor de este cacharro”), sabe de la familia. Lo necesitan, no puede huir.

TRES ROSAS AMARILLAS

Con este texto Carver se adjudica el título del 'Chéjov americano'. Es un decir, ya que si se analiza detenidamente su obra, el estilo del escritor ruso está por doquier. Carver recrea los últimos días de Chéjov una vez que la enfermedad de la tuberculosis lo arrastra sin remedio. El cuento es maravilloso, comparto tres escenas:

Los tres intercambiaron miradas: Chejov, Olga, el doctor Schwöhrer. No hicieron chocar las copas. No hubo brindis. ¿En honor de qué diablos iban a brindar? ¿De la muerte? Chejov hizo acopio de las fuerzas que le quedaban y dijo: “Hacía tanto tiempo que no bebía champaña…” Se llevó la copa a los labios y bebió.

Era el joven rubio que había traído el champaña unas horas antes. Ahora, sin embargo, llevaba los pantalones del uniforme impecablemente planchados, la raya nítidamente marcada y los botones de la ceñida casaca verde perfectamente abrochados. Parecía otra persona. No sólo estaba despierto, sino que sus llenas mejillas estaban bien afeitadas y su pelo domado y peinado. Parecía deseoso de agradar. Sostenía entre las manos un jarrón de porcelana con tres rosas amarillas de largo tallo.

Antón Chejov estaba muerto. Ahora atiéndame bien, dijo la mujer. Quería que bajara a recepción y preguntara dónde podía encontrar al empresario de pompas fúnebres más prestigioso de la ciudad. Alguien de confianza, escrupuloso con su trabajo y de temperamento reservado. Un artesano, en suma, digno de un gran artista.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

La literatura de Raymond Carver se fundamenta en los dolores de la vida y cómo el hombre reacciona ante ellos; una literatura de lo cotidiano, lo vulnerable. La fragilidad hunde a estos personajes (nos hunde también a nosotros) en el alcohol, el egoísmo, el fracaso, su fatalidad. Y pocos, muy pocos, miran la sagrada inocencia de los días.

Twitter: @contreras_nadia

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