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Globalización y desigualdad

ALBERTO AZIZ NASSIF

Recientemente asistí a una reunión en Ciesas en donde se hizo una revisión sobre la globalización.

Especialistas de diversas partes del mundo (Brasil, India, Japón, Francia, Inglaterra y México) plantearon algunas claves para entender este amplio, diverso y complejo problema de nuestro tiempo. Hay una suerte de ABC que establece algunos de los referentes de un sentido común global: desde hace 25 años se sabe que la caída del muro de Berlín modificó la geografía estratégica y los procesos del desarrollo; otro componente es la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación que permitieron la conexión y la inmediatez; y la gestión del consenso de Washington, la llamada revolución conservadora, que gestionó mercados financieros con menos regulación, menor intervención del Estado y con fuerte orientación a la exportación y el comercio. Si estas piezas son importantes para establecer referentes básicos, hay otra parte igual o más importante que es la construcción de un imaginario donde se percibe que el proceso de globalización es inevitable, como avalancha de la que no podemos librarnos. ¿Estamos ante un mundo ineludible del que nadie escapa y poco se puede hacer? O ¿se trata de una serie de políticas que se gestionan en centros de decisión, con una lógica de poder que se vuelve intangible, pero que impone las condiciones del desarrollo general?

Hay un conjunto de fenómenos que acompañan estos procesos globales: la agudización de los procesos de inmigración, que gravitan en torno a la búsqueda de trabajo y mejores condiciones de vida; los imaginarios y narrativas de que asistimos a nuevas identidades y plataformas de conexión instantánea en donde las distancias geográficas cambian. Se han diversificado los análisis y hay planteamientos novedosos que trabajan los procesos de globalización desde abajo, desde los sectores informales de la economía. Se han multiplicado los foros para el debate y se ha generado una polaridad que se expresa en la metáfora de algunos movimientos sociales, como el de los Ocupa en Estados Unidos, que dejaron huella mediante el alto contraste entre el 1% que decide y se apropia de la riqueza y el 99% que padece esas decisiones. Existen movimientos sociales -de diversa cultura y geografía- que impugnan la globalización hegemónica de las grandes corporaciones que mueven los hilos de la riqueza, expresan la crisis del modelo desde el corazón de la globalización.

La protesta social se ha extendido sobre los tejidos que ha producido esta globalización: los impactos laborales han hecho del trabajo un mundo de precariedad; los impactos ambientales poco a poco acaban con los recursos naturales y con la sustentabilidad del planeta; los efectos sobre los sistemas políticos han transformado a las democracias en formas de políticas limitadas y han vaciado de contenidos a la representación popular; el crimen organizado deja impactos graves en materia de seguridad; surgen ciudadanías fragmentadas en donde el bienestar, el futuro y la certezas de la anterior generaciones han desaparecido del horizonte para la mayoría de los jóvenes, que llegan a un mundo sin trabajo y sin seguridad social.

Tratar el tema de la globalización abre una caja de Pandora que tiene muchas caras. En el mundo académico existen en el buscador de Google 396,000 textos, artículos, libros y capítulos, que se han producido sobre la globalización. Hay un mundo de referencias conceptuales que han surgido para trabajar la temática, como la sociedad red (Castells); las relaciones entre lo global y lo local; los entre-espacios globales, entre muchos otros. Pero hay un problema persistente que se ha agudizado: la desigualdad. El mundo globalizado genera un conjunto de relaciones que producen una mayor desigualdad; las tasas impositivas bajan para los sectores de mayores ingresos; los mecanismos de bienestar social disminuyen de forma sensible; la flexibilidad laboral destruye la protección laboral. Todos estos componentes forman una globalización que agrava la desigualdad. Como dice el economista Stigliz, la desigualdad es causa y consecuencia del sistema político, porque las fuerzas del mercado son reales, pero están condicionadas por los procesos políticos. De esta forma, el papel del Estado en la redistribución es un factor clave. La globalización y todos sus procesos son formas gestionadas, en donde los Estados y la política juegan un papel clave. En suma, no estamos frente a una avalancha inevitable, sino ante una forma construida, y en México tenemos una globalización que genera mucha desigualdad, pobreza y precariedad.

Investigador del CIESAS

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