JoséMaría Iglesias, en sus memorias, narró el paso de Juárez por Durango.
Inmarcesible capítulo del histórico tránsito del presidente Benito Juárez por la Comarca Lagunera, fue la visita que realizó a la hacienda de la Noria Pedriceña, el 15 de septiembre de 1864. Espontánea y permeada de patriotismo, así fue la austera ceremonia que durante las últimas horas de esa inolvidable noche presidió el héroe de la república peregrina, acompañado de sus ministros, la soldadesca y los lugareños. Si los viejos y voluminosos libros de la grandiosa historia de México, atesoran en los párrafos de sus páginas preciosas crónicas que nos relatan el júbilo de nuestro pueblo en la más mexicana de todas sus fiestas, el grito de independencia, el que estelarizó Juárez en Pedriceña ha sido uno de los mejor escenificados por los detalles de su dramatismo. Victoriano Salado Álvarez, en su magnífica obra Episodios Nacionales Mexicanos, nos escrituró con las galas de su narrativa el suceso, acontecimiento que seguirá siendo incaducable noticia del pasado para los mexicanos del futuro.
PEDRICEÑA EN EL SIGLO XIX
El casco de la hacienda de San Juan de la Noria Pedriceña, por aquellos entonces, estaba compuesto por la casona de la familia De la Pedriza y de la Hozeja -propietaria de esta finca rural- de origen santanderino y los humildes jacales de sus trabajadores y su parentela; del apellido de sus dueños, se deriva el nombre de la población. Los De la Pedriza, fueron acérrimos partidarios del Imperio de Maximiliano en Durango.
Pedriceña y su entorno, fueron descritos por historiadores y viajeros, era un pequeño caserío del que sobresalía la torre de su capilla virreinal, asentamiento humano incrustado entre la desolación de la árida faz del desierto duranguense. Sus habitantes, sufrían los agresivos ataques de los desalmados apaches y comanches, hordas barbáricas que tuvieron aterrorizado el norte de México por muchas décadas.
"Cuando llegué a La Noria (Pedriceña) encontré a los habitantes muy alarmados. Tenían varios días esperando a los indios, que ya habían cometido atrocidades en los ranchos vecinos. Las mujeres corrían por todos lados recogiendo a sus hijos y sus objetos de valor, colocando barricadas en las casas y haciendo que los reticentes hombres tomaran las armas que había". Así detalló el viajero norteamericano George F. Ruxton, su encuentro con esta comunidad a la que arribó en 1846, cuando atravesó a caballo la parte poniente del estado de Durango.
Días después, cuando Ruxton llegó a Mapimí, conoció a un irlandés que ya tenía 18 años viviendo en esta población, quien ufano le alardeó: "No ha nacido el indio que pueda quedarse con mi cabellera". (Durango, Tierra de Retos. Capítulo: Aventuras en México. Autor: George F. Ruxton. Tomo III, páginas 97 y 99. Edición de Grupo Editorial Milenio. 2009).
El historiador, periodista y escritor Victoriano Salado Álvarez, así describió el lugar en los días que estuvieron Juárez y sus acompañantes: "Es o era la Noria Pedriceña una vieja hacienda de beneficio, puesta en medio de una serie de lomas que se desarrollan como vejiga del suelo, como ampolla natural que brotara al impulso de las aguas; y todo tan pelado, tan estéril, tan triste, tan solo, que infunde pavor al más valiente… Tres lienzos de cerca, unos cuartos con puertas bajas, una noria y las casa de la hacienda; esto es todo." (Episodios Nacionales Mexicanos. Autor: Victoriano Salado Álvarez. Tomo VII, La Intervención y el Imperio, página 220. Fondo de Cultura Económica. México. 1984).
LA REPÚBLICA ITINERANTE, LLEGA A PEDRICEÑA
Procedentes de la hacienda de La Santísima Trinidad de la Labor de España (hoy La Loma), donde pernoctó los días 13 y 14 de septiembre de 1864, Juárez y sus acompañantes arribaron a Pedriceña avanzadas las horas del día 15. Los soldados que integraban el Batallón de Guanajuato y que custodiaban la caravana republicana, fueron alojados en el interior de la capilla, edificio colonial que luce -hasta nuestros días- en su altar principal un lienzo de la Virgen del Refugio y una estatua de San Juan Bautista; sobre sus paredes laterales, aparecen "el cuadro de Ánimas" y otros óleos alusivos a la vida de la Virgen María, creados por el pincel de Nicolás Simón de la Peña y Zaphia.
Al iniciar la noche las mujeres de la hacienda prepararon la cena a sus ilustres visitantes, concluida ésta, Juárez salió a caminar como lo acostumbraba hacer con sus ministros antes de su cita con el sueño; así, charlaban sobre los asuntos de la guerra y otras minucias. Los franceses andaban detrás de ellos en rabiosa persecución; ya estaban en Durango, en Monterrey y en Saltillo. Decidieron seguir al siguiente día a la Villa de los Cinco Señores (hoy Nazas), ahí esperarían los resultados de la batalla de Majoma, lugar cercano a Cuencamé, donde luego se enfrentaron las tropas invasoras y el ejército republicano al mando de los generales Jesús González Ortega y José María Patoni.
La república y sus estoicos defensores, vivían peligrosos momentos ante el avance exitoso de las fuerzas napoleónicas, la lucha se tornaba crítica y hubo días en que la adversidad parecía presagiar la derrota. Dijo Agustín Yáñez: "La grandeza de Juárez no alcanza su magnitud mayor en la hora del triunfo, sino en el infortunio". (Margarita Maza de Juárez. Autora: Ángeles Mendieta Alatorre. Página 76. Edición de la Comisión Nacional para la Conmemoración del Centenario del Fallecimiento de Benito Juárez. México. 1972).
UN GRITERÍO, ASUSTÓ A JUÁREZ EN PEDRICEÑA
El presidente Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias y Guillermo Prieto, fueron alojados en la casa grande de la hacienda que se ubica frente a su colonial capilla; luego de despedirse, se retiraron a dormir a sus habitaciones.
De pronto, el silencio nocturno que daba cobijo al caserío de la hacienda se interrumpió por un vocerío muy cercano, Juárez lo escuchó con alarma, conturbado supuso que la tropa se insurreccionaba o que les habían caído por sorpresa los franceses.
-¡Prieto! ¡Prieto!-, llamó Juárez con sobresalto a su fiel amigo y colaborador.
-¿Qué pasa? ¿Qué relajo traen? ¿A qué se debe tanto alboroto? Por favor, investiga a ver qué ocurre y ven a informarme-, le ordenó el Héroe de la Reforma a su ministro poeta.
Guillermo Prieto, se plantó frente a los hombres y las mujeres vociferantes, a quienes los inquirió con inseguridad y temeroso:
-¿Qué es eso muchachos? ¿Qué buscan?
-Que esta noche es la noche del "grito". ¿Qué nada le dice su corazón?
-Cierto hijo-, respondió el desmemoriado Prieto, apenado por olvidar tan importante conmemoración
-Noche divina, güero, la noche del "Tata" cura Hidalgo. ¡Bravo dolor… eso de dejar de celebrar el "grito"…¡Si todavía nos acobijamos con la patria!
-¡Tienes razón!-, finalizó el autor del Romancero Nacional.
Como relámpago, Guillermo Prieto a grandes zancadas regresó a la casa grande de la hacienda, dio cuenta a Juárez que los soldados y los habitantes de Pedriceña, reclamaban su presencia para improvisar una ceremonia con el fin de vitorear a los héroes de la independencia nacional que lideró Miguel Hidalgo, en Dolores, Guanajuato, en el lejano año de 1810.
EL "GRITO" DE BENITO JUÁREZ EN EL DESIERTO
Enterado por Prieto del origen de aquel ruidoso bullicio, Juárez de inmediato ordenó a sus funcionarios que lo acompañaran para comparecer ante aquel grupo de militares y civiles, nunca se imaginó que la histórica efeméride lo sorprendería en aquel recóndito sitio y, mucho menos, que se le fuera a olvidar como así sucedió.
El Indio de Guelatao encabezó el acto de pie, frente a una mesa vieja y paticoja que le acercaron, todos los concurrentes se situaron frente a él, estaban asaltados por la curiosidad y todas sus bocas callaron para que solamente se escuchara la voz presidencial.
Salado Álvarez, del presidente Juárez en aquel evento, narraría: "…estaba en pie, metido dentro de un capotillo con esclavina que le daba aspecto clerical… Negrete (el general) acababa de sacar de su baúl un riquísimo zarape del Saltillo, verde, blanco y rojo, con su águila respectiva parada en el nopal, destrozando a la víbora que yacía vencida y sojuzgada".
El principal y tenaz defensor del estado laico, evocó a los próceres del movimiento insurgente convocado por Miguel Hidalgo, habló de las dramáticas horas por las que atravesaba la república que él encarnaba, exhortó a sus oyentes a luchar por la independencia nacional y a defender el suelo patrio de los invasores franceses.
Luego, haría uso de la palabra el ministro de la corte Manuel Ruiz, quien tiempo después desertaría de las filas republicanas para unirse a los imperialistas en Chihuahua; el mandatario de sangre zapoteca, experimentó decepcionantes traiciones en los años de su lucha contra los conservadores y el Imperio de Maximiliano.
Y de pronto, alguien gritó: "¡Arriba el güero! Sí, sí arriba el güero! Que nos diga algo…! ¡Arriba, arriba Guillermo!"
-Pero… pero si no tengo nada preparado-, respondió desconcertado el ministro Prieto.
¿Qué preparación se necesita para decir algo a estas gentes de buena voluntad?-, le adujo un miembro del séquito presidencial.
LAS VIBRÁTILES FRASES DE GUILLERMO PRIETO
Al que padeciera la tragedia de la orfandad como les sucedió a sus colegas Benito Juárez, Juan Antonio de la Fuente y José María Lafragua, carencia que lo hizo adquirir la cultura del esfuerzo en edad temprana, no le quedó otra alternativa que improvisar un discurso.
Poseedor del poder de la palabra, sus dotes oratorias relucirían en aquella histórica noche, pronunció frases que conmovieron a escuincles de caras chorreadas, a viejos y jóvenes azorados por aquella experiencia que jamás volverían a vivir, a soldados y funcionarios que probaron el sabor del peligro por defender la causa republicana.
Guillermo Prieto, expresó sentencioso: "La patria es sentirnos y hacernos dueños, amplios y grandes con nuestro cielo y nuestros campos, con nuestras montañas y nuestros lagos… Decir patria es decir amor y sentir el beso de nuestra madre, las caricias de nuestros hijos y la luz de alma de la mujer que dice: 'yo te amo'. Así predicó, entre otras frases salpimentadas de mexicanidad, su mensaje a los juanes y moradores de la hacienda que al concluir su disertación lo aplaudieron eufóricos.
Una vieja tambora y un violín chillón fueron los instrumentos musicales que amenizaron el evento, los participantes habían encendido una gran fogata, sobre el cielo de Pedriceña apareció la luna que lanzaba sus níveos rayos entre el esplendoroso cortinaje de nubes y estrellas, teniendo como fondo un fantástico paisaje donde dormitaban las oscuras siluetas de cerros y montañas.
Luego de despedirse de los festejantes, Juárez caminó rumbo a sus aposentos. Pero el alegre gentío quería continuar con aquella verbena patriótica, se apostó frente al gran ventanal de la habitación ocupada por su ilustre huésped y empezaron a cantar piezas populares a modo de serenata, querían ver de nuevo a su presidente.
Sonriente y muy emocionado, Juárez abrió la puertaventana y agradeció el espontáneo saludo musical de sus anfitriones y escoltas, ya corrían las horas de la madrugada; por la mañana, habría que reanudar la marcha rumbo a Nazas. (Episodios Nacionales Mexicanos. Autor: Victoriano Salado Álvarez. Tomo VII, La Intervención y el Imperio. Páginas de la 220 a la 230. Primera Edición Facsimilar del Fondo de Cultura Económica. México. 1984).