Este pequeño pueblo parece estar en el fin del mundo.
Un pequeño pueblito en el fin del mundo te conquista por su sencillez. Los habitantes están acostumbrados a caminar con cuidado por las calles, los osos polares pueden llegar en cualquier momento. Puertas de coches y casas permanecen siempre abiertas en caso de toparse con uno. Recuerda, lo importante es no correr.
A la orilla de la playa, los letreros de advertencia con imágenes de osos polares son uno de los espectáculos preferidos por los turistas que quieren su "selfie" del recuerdo.
Cuando estás de visita, puede parecer curioso, pero es toda una cultura aprender a respetar a estos magníficos animales.
El pueblo cuenta con su propia "cárcel para osos", en la que "castigan" a aquéllos que entran a la localidad, no sólo por seguridad de las personas, sino para que estos pierdan el interés de tener contacto con el ser humano o de buscar comida en la basura.
En el agua, miles de belugas rodean sus costas, la Bahía de Hudson alberga a la mayoría, mientras que otras más permanecen en el río Churchill, donde tienen a sus pequeñas crías, juguetonas y curiosas ante los turistas.
Y por las noches, especialmente en invierno, el cielo se ilumina con las luces del norte, las bellas auroras boreales cuyos tonos varían: verde, amarillo, rojo y azul, y danzan para aquéllos que las ven desde tierra.
Podrás llevar de recuerdo un atrapasueños original, elaborado por artesanos inuit, los pobladores originales de la zona. Cuenta la tradición, que estos hacen que tus pesadillas desaparezcan cuando los cuelgas a la luz del sol. Es toda una experiencia de vida que sin duda te dejará huella por el resto de tu vida.
Peludos en el Ártico
El recorrido inicia en Winnipeg, Manitoba, donde parte el tren a Churchill, "la puerta de entrada al Ártico". El viaje por las vías dura casi 45 horas, pero en una cabina privada, con una pequeña cama plegable, no es tan pesado. Eso sí, el tiempo pasa lento sin internet, ni radio, ni televisión.
Es la oportunidad para conocer a los demás pasajeros, ver el paisaje y desconectarte del mundo. Por la ventanilla, la panorámica se transforma, pasando de terrenos arbolados, plantaciones amarillas de canola (Winnipeg es la productora número uno del mundo) y de las praderas a la inhóspita tundra.
Llegamos por fin a este pequeño pueblo que parece estar en el fin del mundo. A primera vista, luce triste, y las calles están desiertas. Es el hogar de aproximadamente 800 habitantes que reciben provisiones por aire y barco. No hay conexión por carretera al resto del continente.
La primera impresión no pudo ser más errónea, y es que el sitio es conocido como la capital mundial de las belugas y los osos polares.
Mi vista se fija en dos puntos: la zona del puerto con enormes contenedores y un complejo que sirve como centro de salud, escuela, biblioteca y lugar de reunión. Este fue construido por militares en la época de la guerra fría, cuando se establecieron en la zona para protegerla de los rusos.
Belugas por todos lados
Es tiempo de iniciar la aventura. Nos dirigimos al puerto para rentar un kayak. En el río Churchill, habitan cerca de tres mil belugas, entre madres y crías. La mejor época para verlas es desde finales de junio hasta finales de agosto.
Los instructores nos ponen sobre aviso, ya que las belugas, conocidas como "canarios de mar", son muy curiosas y se acercan. No debemos tocarlas, porque podemos ocasionarles alguna enfermedad; debemos estar atentos porque les gusta mojar a la gente cuando respiran.
La corriente de agua nos aleja de la orilla y debemos remar con fuerza para regresar. Al comienzo, ninguna beluga se acerca. Pero, justo cuando pensé que sólo las vería a metros de distancia, escucho como rompen cerca de mi bote enormes burbujas de agua. Poco a poco se oye la respiración de varias, suenan los chapoteos. Veo como una roza mi kayak mientras pasa debajo de él.
Después de unos minutos, estoy rodeada. Las crías, que son grises, se asoman, le dan pequeños golpes a la embarcación, veo sus ojitos y grito. Después, leí que los cantos las atraen, probablemente mis alaridos despertaron su curiosidad, porque me siguieron un buen rato.
A la mañana siguiente, salimos desde temprano y regresamos al embarcadero. Subimos a un bote "Zodiac". Navegamos la Bahía de Hudson, que se conecta con los océanos Ártico y Atlántico. Ahí viven miles de belugas, pueden habitar agua dulce o salada. Veo como los adultos se convierten en niños, deseosos de una "selfie" con las ballenas.
Llegamos a Sloop Cove y caminamos tres kilómetros hasta el fuerte Príncipe de Gales, lugar considerado Sitio Histórico de Canadá, por su historia de guerras entre ingleses y franceses en el siglo XVIII, además de ser donde se inició la Hudson's Bay Company.
El recorrido es guiado por guardias forestales armados. La instrucción es caminar en línea, sin separarse del grupo, y estar alerta, no se sabe cuándo puede aparecer un lobo o un oso polar. El suelo se siente suave, como una alfombra mullida cubierta de bayas silvestres.
Tierra de osos
Al salir a explorar el pueblo, inicia la magia. Si ves un oso, no debes correr. Lo ideal es subirse a un coche o entrar en una casa; la gente no cierra con seguro las puertas. Desde pequeños, los habitantes aprenden estas sencillas reglas.
En la zona de la playa, los letreros de "Deténgase, no camine en esta área", avisan cuáles son las zonas en donde puedes encontrar un oso polar. La foto junto a las señales es uno de los "souvenirs" preferidos de los turistas.
Nuestro itinerario incluye un paseo al sur del pueblo, a una zona que hace cientos de años estaba cubierta de glaciares. Ahí el guía, también armado, nos lleva a través de grandes rocas. Nuevamente, las reglas son claras: si vemos un oso debemos detenernos, no mirarlo a los ojos y menos correr. Siempre se espera la reacción del animal y lo ideal es no llamar su atención. Lo que menos desean todos es que se tenga que usar el rifle.
El clímax del viaje es el paseo en Tundra Buggy, un enorme vehículo con neumáticos gigantes en el que nos adentramos a la zona que atraviesa la migración de osos polares. Es uno de los pocos lugares en el mundo donde conviven, ya que normalmente son solitarios. El sitio es el primer punto donde comienza a congelarse el agua antes del invierno, cuando la temperatura baja a los 40 grados bajo cero. La mejor época para verlos es entre octubre y noviembre.
Avanzamos despacio por los caminos que dejó el ejército hace años. El vehículo es amplio, incluye baño y una mesa para el desayuno. No se debe comer fuera de él, ya que los osos huelen a kilómetros y está prohibido alimentarlos.
Vemos tres osos. Uno de ellos, curioso, nada hacia nosotros y permanece algunos minutos observándonos. A veces se acercan al Tundra Buggy y hasta se paran en dos patas recargándose en él para tratar de ver su contenido.