La palabra mesura significa moderación y, compostura. El diccionario de la lengua nos señala que moderación es cordura, sensatez, templanza en las palabras o acciones: y templanza es moderación, sobriedad y continencia. La política, decía don Jesús Reyes Heroles, ideólogo del PRI, es el arte de tragar sapos y culebras y hacerlo elegantemente, con una sonrisa, como si fueran fetuccines a la boloñesa acompañados de queso parmesano recién rallado.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Se necesita un gran esfuerzo mental para no volver el estómago, pocos políticos lo soportan. Los más vomitan a las primeras de cambio. Lanzan pestes y malas razones cuando el guiso no es de su total satisfacción. Se va uno y viene otro demostrando que están cortados con las mismas tijeras y hechos de la misma ralea.
Allá por la primera mitad de la centuria pasada, subía los escalones con agilidad, sin mucho esfuerzo, para llegar al quinto piso de mi vivienda de estudiante, cuando un mecapalero, cargando un inmenso ropero de los llamados de tres lunas con una especie de faja colocada en la frente, sorteaba un piso tras otro cada vez más cerca de su destino.
Usaba un lenguaje soez, propio de su oficio, mientras sudaba atrozmente. El armatoste más que pesado, sin embargo, le estorbaba para avanzar. En ciertos momentos lanzaba a los cuatro vientos palabras mal sonantes cargadas de angustia pareciendo que desfallecería desde los primeros escalones del piso inicial, no obstante resoplando llegaría al primer piso. Ahí lo deje no sé si estaría pensando en su cruel estrella, las palabrotas las soltaba a diestra y siniestra, más a la siniestra. ¿Qué sabía él de mesura si era un infeliz cargador?, ¿qué de modales, si, todo indica, nació en un basurero. Su ignorancia debió de ser inconmensurable.
En estos días recordé, por asociación de ideas, al califa Harum al -Rashid. Aarón el Justo. Nació el año 763 en Bagdad y murió el 23 de marzo del año 803. Es un personaje real que utilizó Sherezada en sus cuentos de las Mil y una noches. Durante una noche entre las noches acompañado de su amigo Giafar al Barmaki y de Masrur, el porta alfanje, salieron disfrazados a las oscuras calles de Bagdad; el califa quería oír de primera mano a sus súbditos, no que le dijeran que todo andaba bien si no sólo la verdad para aliviar los males que padecían los pobladores y estar en posibilidad de remediarlos. En estos días nuestros gobernantes se aprestan a oír sólo lo que les favorece y les enfurece escuchar que no cumplen con sus deberes, si ese fuera el caso.
Pero suponiendo fuera cierto, que aquí en Torreón se reúnen en grupo para criticar la actuación de las autoridades, debo decirle con su actitud hostil, revive o pretende revivir los tiempos arcanos de la quema de libros, de la cruz gamada, de la cámara de gases. Nadie y menos que nadie el ciudadano puede o debe platicar sobre los asuntos públicos si el poderoso no lo autoriza. A eso se le llama despotismo.
Se pretende eliminar así la vida democrática del municipio por un poder único que amenaza con establecer un sistema que se aplicaba, como decía el marqués de la Croix, contra los que en público o secreto hicieren conversaciones juntas, asambleas, corrillos o discursos de palabra o escrito, pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos que nacieron para callar y obedecer, no para discutir ni opinar en los altos asuntos del gobierno.