El año de 1220 los frailes misioneros fueron a Alemania.
Italianos, ni una sola palabra sabían de alemán. Pero vieron a una mujer que preguntaba algo a un mendigo. El pordiosero dijo "Ja"; la mujer trajo un pan y se lo dio.
Desde entonces ellos respondían "Ja", que quiere decir sí, a todo lo que les preguntaban. Decían "Ja" sonriendo, y les daban agua y comida.
Cierto día llegaron a un pueblo. El extraño aspecto de los forasteros llamó la atención del señor de la comarca.
-¿Vienen ustedes a predicarnos herejías? -les preguntó ceñudo-. ¿Han llegado a turbar a mi gente, que practica la religión católica?
Los frailecitos, sonrientes, contestaron:
-Ja.
El poderoso señor los hizo apalear y los redujo a cárcel.
Lo que he narrado no es jocosa invención o puro cuento. Les sucedió a los primeros padres franciscanos que salieron de Asís a predicar. El relato tiene una moraleja: aun los que hacen el bien han de aprender a decir no. Con una sonrisa siempre, pero a veces es necesario decir no.
¡Hasta mañana!...