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Mover, y crispar, a México

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Un síntoma inconfundible de crispación social es cuando la gente inteligente comienza a decir burradas de antología y a creer y repetir versiones absolutamente inverosímiles. Las redes sociales, es cierto, están llenas de este tipo de versiones encendidas de la realidad, pero cuando éstas pasan a las páginas de los periódicos, o a las voces de los analistas, significa que el enojo le ha ganado a la inteligencia, que la sociedad está crispada y ha dejado de pensar.

El caso Ayotzinapa, mas allá de su muy particular tragedia, se ha convertido en el catalizador del enojo nacional. Todas aquellas molestias que, por una razón u otra estaban contenidas, súbitamente explotaron y cambiaron las condiciones de gobernabilidad. Y no es que el enojo estuviera pertrechado esperando el momento para surgir, siempre estuvo ahí, ignorado, quizá esperanzado, pero silenciado.

Una de las características del autoritarismo es su incapacidad para escuchar. Los gobiernos autoritarios saben, o creen saber, lo que el país quiere. Por eso el autoritarismo está siempre ligado con el centralismo. Desde un escritorio en un despacho de la ciudad de México los funcionarios del gobierno de Peña Nieto decidieron mover a México, un México que no sólo no conocen, tampoco les gusta. Un Sub-México al que desprecian porque no va a la modernidad, porque vive en el atraso, pero que a la vez temen porque no lo entienden.

Entre más tarde el gobierno de Peña en resolver el problema de Guerrero más difícil será enderezar el barco del ánimo nacional (uno de los problemas del centralismo es que no sólo se concentra la capacidad de decisión, también se carga con toda la responsabilidad política). Lo que comenzó como una protesta por la participación de policías municipales en el secuestro de 43 jóvenes se convirtió en un reclamo nacional por la incapacidad del Estado de cumplir con la primera y más básica de sus obligaciones: darnos seguridad.

La moraleja es muy sencilla: no se puede cambiar la narrativa (la famosa narrativa que tanto venden los asesores de imagen) si no se cambia la realidad. Cuando la narrativa es falsa, lo que provoca es irritación social. No me queda claro si nos venden un país que no existe por simple y llana demagogia, o, peor aún, nos venden el país que se imaginan desde sus escritorios de políticos encumbrados, donde los pobres son mercados por desarrollar, los muertos bajas del inventario y los desaparecidos un cifra por contar. Esa es su famosa narrativa.

Lo que no podemos negar es que ahora sí el gobierno de Peña ha logrado mover, y crispar, a México; ha sacado a la gente y en enojo a la calle (y un país crispado deja de pensar).

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