Los principales partidos políticos del país se encuentran en un proceso de renovación de dirigencias y ajuste interno luego de las elecciones del domingo 7 de junio pasado con las que se eligieron a los 500 diputados federales del Congreso de la Unión. En medio de las críticas por un lado que señalan la mala salud de la democracia mexicana, y de las apologías por el otro de que el proceso democrático vive su mejor momento, es necesario revisar estadísticas y realidades que dicen mucho de lo que pasa con el sistema de gobierno que rige a México.
I. La famosa representatividad. Durante la pasada elección, 53 de cada 100 ciudadanos no acudió a emitir su sufragio, es decir, más de la mitad de la lista nominal conformada por mexicanos mayores de edad con credencial para votar vigente. Esto quiere decir que la Legislatura LXIII que está por iniciar en septiembre próximo fue elegida por menos de la mitad de los ciudadanos que podían ejercer su voto. ¿Pero a quiénes representarán en verdad los diputados federales electos? Si se compara la votación de cada partido con el total de personas del listado nominal, se verá que a muy pocos. Por el PRI, la primera fuerza del Congreso, votó el 29.18 por ciento de quienes acudieron a las urnas, pero sólo el 14.9 por ciento de las personas que en este país pueden votar. El PAN, segunda fuerza electoral, obtuvo el 20.89 por ciento de los sufragios emitidos, pero sólo el 10.75 de todos los sufragios posibles. Con este mismo ejercicio, el porcentaje de votación del PRD pasa del 10.83 al 5.56. O sea que los tres partidos que acaparan 7 de cada 10 curules de la Cámara de Diputados representan en conjunto apenas a 3 de cada 10 ciudadanos mexicanos de pleno derecho. Extraño para una institución que se arroga la responsabilidad de ejercer la soberanía del pueblo mexicano.
II. Sociedad civil, sociedad partidista. Hay quienes desde los partidos no ven problema alguno en la escasa representatividad descrita en el punto anterior y justifican el status quo bajo la conveniente y simplona premisa "así son las reglas de la democracia". Reglas que, por cierto, aprueban los propios partidos, aunque sean ellos mismos quienes después las violan. Ríos de tinta han corrido para explicar las razones de la baja participación de los ciudadanos en las elecciones. Pero hay datos que pueden ayudar a explicar en parte este fenómeno. Uno tiene que ver con la convicción y la visión que se tiene de la democracia. Según una encuesta realizada por el Instituto Nacional Electoral para el Informe País de 2014, sólo el 53 por ciento de los mexicanos considera que la democracia es un sistema preferible sobre todos los demás; el 23 por ciento cree que a veces es preferible un sistema autoritario, y al 18 por ciento restante le da lo mismo un sistema u otro. Para la mitad de la ciudadanía la democracia es un "juego" en el que muchos participan, pero pocos ganan. Y las instituciones con menor nivel de confianza son, en primer lugar, el Congreso y en segundo, los partidos políticos. En resumen, existe una acotada convicción democrática y una gran desconfianza ciudadana hacia los principales actores del sistema, quienes se valen de clientelas electorales para "legitimar" su arribo y permanencia en las estructuras políticas. Les basta movilizar a 3 de cada 10 mexicanos con credencial de elector para conseguirlo.
III. El PRI y su falsa renovación. Aunque con cada vez mayores dificultades para mantener su piso mínimo de votación (el llamado voto duro), el PRI será el partido mayoritario de la próxima legislatura. Sus aliados (Verde, Nueva Alianza) le darán la mayoría absoluta, con lo que podrá prescindir de pactos con la oposición para sacar adelante las iniciativas y reformas del primer mandatario. Esta semana se hará oficial el nombramiento de Manlio Fabio Beltrones como presidente del Comité Ejecutivo Nacional, "candidato de unidad" quien ya ha anunciado que su dirigencia estará marcada por una cercanía con la figura del presidente de la República. Este anuncio se da cuando los índices de aprobación de Enrique Peña Nieto han caído a sus peores niveles en lo que va del sexenio, por lo que le urge ayuda de su partido para librar la segunda mitad y tratar de evitar una debacle mayor que los lleve a perder la elección en 2018. Una vez más, el PRI actúa desde el poder para sí mismo y sus clientelas electorales con los esquemas antidemocráticos del pasado y las prácticas y vicios de siempre. El "nuevo PRI" siempre fue una ficción.
IV. EL PAN y su demonio interno. Con un amplio margen de ventaja, Ricardo Anaya será el próximo presidente del CEN de Acción Nacional. Los panistas optaron por el continuismo y rechazaron la vía del cambio que enarbolaba el chihuahuense Javier Corral. Anaya seguirá, quizá con algunos matices, la línea de Gustavo Madero, quien dejará el cargo no sin antes haber reconocido lo que ya no se podía negar: la corrupción cada vez más extendida al interior del partido. A la par, los liderazgos regionales se mantendrán casi como hasta ahora se han configurado, a pesar de los malos resultados que han obtenido, como en el caso de Coahuila y Durango. El relevo se da en un momento en el que Acción Nacional atraviesa por una grave crisis de identidad motivada en parte por su incapacidad para adaptarse a volver a ser oposición luego de haber sido gobierno durante 12 años con resultados de marcados claroscuros.
V. EL PRD en su laberinto. El partido del Sol Azteca ha ido perdiendo terreno en su principal bastión, el Distrito Federal, y en otros estados debido a las pugnas internas de las famosas tribus y al descuido en la selección de sus candidatos y posteriores gobernantes. El caso Iguala, con un alcalde vinculado al crimen organizado, es una clara muestra de la descomposición del partido. Y la elección pasada consolidó lo que se ha convertido ya en la principal amenaza para el PRD: Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador que va por la conquista de la capital de la República.
VI. El mal ejemplo del Verde. Del PVEM basta revisar sólo su catálogo de violaciones a la ley electoral a lo largo de su historia reciente para darse cuenta de su esencia. Un partido que ha servido a los intereses del PRI y que se ha valido de cualquier cantidad de trampas para sumar votos y aumentar su presencia, todo, por supuesto, con la venia del INE, autoridad que la semana pasada decidió mantenerle el registro a pesar de las pruebas de violación sistemática.
Frente al panorama descrito, vale preguntarse: ¿qué se puede esperar de la democracia electoral mexicana? ¿Qué pueden esperar los ciudadanos de esta democracia? ¿Será posible construir en México una democracia más allá del juego de los partidos políticos? ¿Servirán y alcanzarán para ello las candidaturas independientes?
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