y los proyectos expresados en público
va de nula a total, pero eso sólo se
sabe ex post facto"— Lorenzo Meyer
Anécdota. En ocasiones una anécdota puede ser el indicador perfecto para ilustrar la naturaleza de un fenómeno complejo. La que se cita a continuación es parte de un pequeño texto con el que un connotado filólogo, Antonio Alatorre (1922-2010), respondió a unas interrogantes de Leopoldo Ledezma en relación a la gran novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo, ("Confabulario", El Universal, 9 de agosto).
El contexto de la anécdota es este: durante su campaña presidencial, Miguel de la Madrid (MM) como candidato e inevitable ganador, decidió visitar Jalisco en 1982 y alguien supuso que sería útil organizarle una reunión en Guadalajara con ciertos intelectuales y artistas jaliscienses. Alatorre aceptó ir a esa reunión por la oportunidad de hacer una visita sorpresa a su familia y, a la vez, ser testigo del folklore priista. En el hotel donde se hospedaban se reunió a los invitados y "Allí un individuo calvo y chaparro, con facha de politiquillo, nos espetó una breve alocución cuya esencia era la siguiente: 'Exprésenle ustedes al señor licenciado [De la Madrid] sus deseos de que a la cultura del país se le aplique una dosis extrafuerte de nacionalismo'. Yo, la verdad -confesó Alatorre- me sentí ofendido. ¿Qué idea tenía de los intelectuales ese calvito que creía que se nos podía 'adoctrinar' como a niños de kínder?". El encuentro entre candidato e intelectuales no tuvo mayores consecuencias, pero más tarde Alatorre supo que el "politiquillo" y "adoctrinador" había sido Carlos Salinas de Gortari, entonces encargado de organizar las reuniones de "consulta popular" para MM.
Lo revelador de la anécdota es que presenta a Salinas como un aparato de la campaña de un MM que, designado por José López Portillo para sucederle, se comprometió con un discurso que pretendía que el nacionalismo -"condición y soporte de la Revolución Mexicana"- fuera la idea rectora del sexenio 1982-1988.
Fue por eso que Salinas demandó de Alatorre y sus colegas ideas con una "dosis extrafuerte de nacionalismo". Sin embargo, cuando ese mismo Salinas sustituyó en la presidencia a MM, ya no tuvo empacho en acordar con Estados Unidos y Canadá un tratado comercial (TLCAN) que sería el punto de partida de un proyecto colocado a 180° del nacionalismo revolucionario que como "adoctrinador" dijo defender.
Interpretación. Si la anécdota es indicador de lo frágil del compromiso del político con sus "ideales", el gran viraje del PRI en relación al nacionalismo es, a su vez, indicador de la fragilidad del discurso político en general y de las dificultades que tienen tanto ciudadanos comunes como analistas para aquilatar su verdadero significado.
Se puede argumentar que la gran crisis económica que se desató sobre México en ese annus horribilis de 1982 llevó a una crisis del sistema que, a su vez, desató otra dentro del PRI que resultó en el desprendimiento de su ala cardenista que luego se transformó en el opositor Frente Democrático Nacional y que todo desembocó en las elecciones presidenciales sin credibilidad de 1988.
El grupo de tecnócratas que con Salinas se hizo entonces con la presidencia decidió echar por la borda el nacionalismo "extrafuerte" y apostar por su opuesto: por la abierta supeditación económica y política al proyecto norteamericano, apuesta que sigue vigente.
Problema sin Solución. ¿La dosis "extrafuerte" de nacionalismo que Salinas buscaba en 1982 era falsa desde el arranque o fue la realidad posterior la que obligó a sustituirla por su contrario, por una dosis de antinacionalismo igualmente fuerte? Por ahora imposible saberlo. Lo único evidente es que el ciudadano no dispone de una fórmula que le permita determinar con certeza cuándo el discurso del político es real o falso o cuando fue originalmente genuino pero luego se modificó a golpes de realidad.
Veamos otro par de ejemplos para ahondar en el tema. El discurso antisemita de Hitler fue claro desde que publicó Mi lucha, en 1925, cuando no tenía responsabilidad de gobernar. Sin embargo, cuando las circunstancias le permitieron alcanzar el poder, resulta que mantuvo lo dicho cuando era apenas un actor secundario en el drama alemán. El resultado fue un caso de terrible congruencia política con un final catastrófico a escala universal.
Un ejemplo contrario es el del general Lázaro Cárdenas. El, desde el inicio de su campaña presidencial prometió revivir la moribunda política de reparto agrario. Hizo ese compromiso a pesar de que entonces la figura dominante era la de Plutarco Elías Calles, un personaje ya distanciado del agrarismo y que, además, había mostrado ser capaz de quitar del poder a un presidente -a Pascual Ortiz Rubio- si éste no le satisfacía. Pocos creyeron entonces en el discurso cardenista, pero a poco fue él quien se deshizo de Calles e hizo realidad su compromiso original: la reforma agraria.
Conclusión. El discurso del político deber ser siempre tomado en cuenta por el observador, pero sólo como indicador, nunca como un compromiso efectivo. Únicamente la prueba del tiempo, el ex post facto, puede mostrar si lo dicho originalmente fue cierto o falso y en qué medida. Y si fue falso, hasta que punto fue un vil engaño o fue producto de las circunstancias o, finalmente, una mezcla de ambos. Y eso es parte de lo que hace de la política un fenómeno tan difícil de analizar pero, a la vez, tan apasionante de estudiar y de vivir.