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El vaso medio vacío

SALVADOR KALIFA

El sábado 22 de agosto el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, hizo ante los diputados electos del PRI varios planteamientos con los que quiso transmitir el mensaje de que la economía mexicana se mantenía fuerte.

En esa ocasión dijo que "Tenemos una depreciación del tipo de cambio al mismo tiempo que tenemos la inflación más baja en 50 años, que el desempleo está bajando, que tenemos cifras récord de creación de empleos formales en el IMSS."

El tono de esas observaciones, como es de esperarse, fue que el vaso está medio lleno, sin referirse a los aspectos que también lo hacen ver medio vacío. Sin menospreciar la parte positiva de dichas observaciones, así como el beneficio de contar con un tipo de cambio flexible, conviene también detenernos en señalar la parte negativa de las mismas.

En lo que toca a la depreciación del peso, puso como ejemplo la situación de Colombia, donde las devaluaciones son bienvenidas por las ventajas competitivas que representan. "Decía Mauricio Cárdenas, mi homólogo: 'Acá cuando el Peso colombiano se devalúa, la gente lo festeja. Van a llegar más turistas, vamos a exportar más, las remesas son mayores'".

El mensaje implícito del secretario, al resaltar el caso colombiano, es que la depreciación de nuestra moneda debe ser bienvenida y que la gente lo debería festejar. En efecto, el vaso medio lleno nos dice que la caída del peso estimula las exportaciones, encarece las importaciones, y abarata el costo de la mano de obra en dólares. Esto último aumenta nuestra competitividad con el exterior.

Lo que no nos dice Videgaray es que esos beneficios son de corto plazo, puesto para que se logren en el mediano y largo plazo la depreciación se necesita traducir en un recorte generalizado del poder de compra de los mexicanos, lo que no es para festejar.

La depreciación que mejora la competitividad es necesaria en algunas ocasiones, pero definitivamente no es el medio idóneo para alcanzar un avance sostenido de una economía y mejorar el nivel de vida de su población. Uno no alcanza el desarrollo económico a base de devaluaciones continuas de su moneda, ya que éstas son equivalentes a mantener deprimidos los salarios en el país.

Por el contrario, los grandes éxitos en ese sentido, entre los que destacan Japón, Corea del Sur y ahora China, han fincado su crecimiento en los incrementos de productividad, lo que se traduce a lo largo del tiempo en una apreciación importante de sus monedas, si bien con altibajos en el camino, mientras que en nuestro caso el trayecto del peso ha sido en una sola dirección, en mucho debido al estancamiento de nuestra productividad.

La inflación, es cierto, es la más baja en 50 años. Esto se debe, en mucho, a factores transitorios como la disminución en los precios de las telecomunicaciones y de la electricidad. Hacia delante la historia será distinta.

La depreciación de una moneda, además de deteriorar el poder de compra de los salarios, también ejerce una influencia negativa sobre las presiones inflacionarias dentro de una economía. México no es inmune a ello y muy pronto veremos las consecuencias negativas de la depreciación sobre los precios.

Nuestras autoridades siempre han sido muy entusiastas al señalar la caída en la desocupación y la creación de empleos formales en el IMSS, aun en medio de las peores crisis económicas. No extraña que lo mismo hiciera el secretario de Hacienda a fines de agosto. Esta es la parte del vaso medio lleno, que es bienvenida.

Podemos o no creer los datos de ocupación, así como cuestionar si el alza de empleos formales es fruto de la tarea de fiscalización del IMSS o de la contratación de personas previamente desempleadas, pero lo relevante en este caso es que Videgaray no reconoce el vaso medio vacío: Que esa "mejoría" en el empleo, ante un crecimiento del PIB tan parco, implica una caída o, por lo menos, un estancamiento de la productividad.

El problema de fondo es que los distintos gobiernos en México siempre se han preocupado más por "proteger" los empleos, cuya permanencia se debe más a la rigidez y costo de la legislación laboral vigente que a sus políticas coyunturales, aun a costa de un desplome de la productividad en nuestro país.

La rigidez de nuestras leyes laborales evita una mayor desocupación en una crisis, pero para salvar esos puestos de trabajo reduce la productividad y con ello deteriora considerablemente las perspectivas de una mejoría sostenida en el nivel de vida de toda la población.

En síntesis, es bueno hablar de los aspectos positivos del entorno económico, pero también se deben reconocer sus limitantes para que las políticas públicas se avoquen a superarlas. Mientras siga hablándose sólo del vaso medio lleno, pagaremos los costos del vaso medio vacío.

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