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La frivolidad como estrategia

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

En medio de una situación financiera complicadísima, una perspectiva presupuestal crítica para el próximo año y una sociedad crispada por abusos de derechos humanos y crímenes sin aclarar, la Presidencia de la República opta por la frivolidad como estrategia de comunicación. Primero fue la reaparición de las sonrisas de la pareja presidencial en una boda (después de jaloneo parisino), luego la carrera de los diez kilómetros en 50 minutos (lo que habla de la buena condición física del presidente) y para rematar un absurda y patética foto de unos calcetines para demostrar que el presidente sí sabe cuál es el derecho y el revés... en materia de ropa deportiva.

Esto habla con toda claridad de la concepción de país que prevalece en el círculo del presidente. Nos siguen viendo como un pueblo menor de edad al que hay que construirle la novela cotidiana: si todos vieron el jaloneo presidencial, hay que mostrarles la reconciliación; si la salud del señor Peña es tema, hay que ponerlo como hombre de acción, capaz de grandes hazañas físicas (aunque se vea patético el número de guaruras alrededor); si las redes sociales hablan de calcetines, hablemos de calcetines y convirtámoslos en tema de conversación: #calcegate.

La de Peña ha sido con mucho la presidencia más frívola. Vicente Fox fue, y sigue siendo, el más frívolo en lo personal, pero en este sexenio a la frivolidad la institucionalizaron y la hicieron política pública. Es cierto que comenzó desde que Peña era gobernador del Estado de México y precandidato; la señora Rivera fue parte esencial de esa estrategia. Siguió en la campaña y en la transición. Lo que resulta inconcebible es que regresen a ella en uno de los momentos más críticos del país en muchos años, cuando el secretario de Gobernación está fundido y el de Hacienda a punto de entrar al horno.

El tercer informe del presidente Peña Nieto pinta muy complicado, más aún después de triunfalismo del segundo. Las condiciones cambiaron radicalmente en doce meses y desde la presidencia insisten en construir una narrativa en la que nada ha pasado, aferrados a la imagen de eficiencia de los gobiernos del PRI y del presidente perfecto.

No hay reforma que valga cuando el dólar se dispara y el crecimiento no llega; no hay discurso que sirva cuando la violencia galopa y brinca de un estado a otro; no hay presidente guapo, pareja perfecta, o calcetín jocoso que quite el hambre o regrese a los desaparecidos.

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