Este sabroso relato lo oí de labios de mi amiga Gloria.
Érase que se era una muchacha que había tenido sus dimes y diretes con la vida. Aun así le salió un novio que, ignorante de su pasado, le propuso matrimonio. Y por las dos leyes, para mayor fortuna.
Ella fue con la costurera del pueblo a fin de que le hiciera su vestido de novia, pues -le contó con orgullo- se iba a casar de blanco. La tal costurera conocía las andanzas de la futura desposada. Le dijo entonces:
-Mira, Fulanita: yo soy muy estricta en estas cosas. Me consta que has tenido asunto por lo menos con tres hombres, así que le voy a poner a tu vestido tres lentejuelas de color. De ese modo no irás toda de blanco, y yo tranquilizaré mi conciencia.
-¡Uh! -exclamó, burlona, la muchacha-. Si por cada vez que he estado con un hombre le vas a poner al vestido una lentejuela, entonces en vez de vestido de novia va a salir uno de china poblana.
Me gusta mucho oír cuentos como éste. Y más me gusta compartirlos contigo.
¡Hasta mañana!...