pero su presencia nunca estuvo ausente".— Theodore C. Sorensen
Hay dos formas de llegar a ser embajador de México. La primera obliga primero a esperar a que la Secretaría de Relaciones Exteriores lance su convocatoria de ingreso al Servicio Exterior Mexicano, cosa que no ocurre todos los años. Los aspirantes deben presentar un examen de cultura general con énfasis en las relaciones internacionales, una prueba de español, un examen de dominio (no simple conocimiento) del inglés y uno de traducción de alguna de las otras lenguas oficiales de la Organización de las Naciones Unidas.
El aspirante somete un ensayo sobre un tema de actualidad de política exterior y un examen oral para demostrar fluidez en el inglés hablado. Después acude a entrevistas y a exámenes médicos y psicológicos. Los seleccionados toman cursos en el Instituto Matías Romero durante seis meses. Si aprueban, empiezan a trabajar, pero sin una plaza asegurada, la cual sólo se otorga después de un período de prácticas de trabajo de seis meses.
Este proceso sólo abre la puerta a una carrera diplomática. Para ser embajador hay que pasar 20 o 30 años trabajando en puestos de nivel inferior en la Cancillería y en los consulados y embajadas. Es un trabajo exigente y solitario en el que hay que cambiar de residencia cada tres o cuatro años. Cuando algún funcionario tiene ya la experiencia para alcanzar el máximo cargo de la carrera diplomática, y hay una vacante disponible, los candidatos son evaluados por los subsecretarios y el secretario e incluso por el presidente de la república. Muchos no son elegidos a pesar de haber perseguido la posición toda la vida.
Hay otra manera de ser embajador. Basta con ser amigo del presidente.
Yo pensaba que un gobierno como el de Enrique Peña Nieto, que ha introducido un sistema de evaluación en la educación, favorecería el primer camino y no repartiría las embajadas más codiciadas a sus amigos o aliados políticos. Pero me equivoqué.
El presidente ha nombrado a Miguel Basáñez (a quien conocí hace años y aprecio en lo personal) como embajador de México en los Estados Unidos. Basáñez es un hombre inteligente con licenciatura en derecho y maestría y doctorado en ciencias políticas. Fue uno de los primeros encuestadores de nuestro país, aunque su trabajo ha sido cuestionado. En 1994 publicó una encuesta que mostraba un escenario muy apretado en la elección presidencial. Cuando el priista Ernesto Zedillo ganó por cómodo margen, Basáñez escribió un artículo en Excélsior en que explicaba que su encuesta había sido en realidad la más precisa, pero que se había desviado por la asignación que hizo de los indecisos a los distintos candidatos. Además de encuestador, Basáñez ha sido profesor en México y Estados Unidos, secretario particular de Alfredo del Mazo González cuando éste fue gobernador del estado de México y funcionario público en gobiernos priistas.
Entiendo que un presidente debe tener ocasionalmente la posibilidad de escoger a un embajador que no sea de carrera, pero que cuente con capacidades especiales, como el conocimiento de algún idioma o cultura poco comunes. Sin embargo, el único argumento que he escuchado de por qué se nombra a Basáñez es su cercanía personal con el presidente.
De qué sirve exigir tanto a los aspirantes y miembros del Servicio Exterior Mexicano si al final los embajadores son nombrados de manera discrecional por el presidente. Que no se entere la CNTE. No sea que pida que se elimine todo el sistema de evaluación de la Reforma Educativa para que las plazas de maestro se otorguen por un sistema tan discrecional como el que Peña Nieto ha usado para escoger embajador en Washington.
BACHELET
Michelle Bachelet está buscando cambiar la fórmula económica que permitió a Chile tener la economía más exitosa de América Latina. Ha elevado impuestos e impulsado una reforma educativa que castiga a las escuelas privadas. El crecimiento económico se ha detenido y la popularidad de la presidenta se ha desplomado.
Twitter: @SergioSarmiento