La foto del senador y líder del sindicato petrolero Romero de Champs viendo un catálogo de Yates mientras se discutía la Ley Nacional Anticorrupción pinta a la clase política de cuerpo entero: la ley anticorrupción les hace lo que el viento a Juárez (que a juzgar por las imágenes y las estatuas ni siquiera lo despeinó). Paradójicamente, la riqueza de los políticos se convirtió en el Leit Motiv de las campañas. No alcanza el INE a censurar un anuncio cuando ya apareció otro (porque lo que hace es censura, no otra cosa) y han logrado demostrarnos a los electores que la corrupción es universal.
¿El dinero de los políticos es tema de debate? Por supuesto que sí, y no por una asunto de moralina franciscana, sino porque mientras quieran administrar el poder y vivan o pretendan vivir del erario es un tema que nos incumbe a todos. Aunque no les guste.
Nunca he confiado en los empresarios que se meten de políticos y van por la vida diciendo que ellos siguen siendo empresarios. Mucho menos creo en el argumento de que, como son ricos, ellos no necesitan robar. A los ricos les gusta el dinero, o si se prefiere les gusta el dinero por sobre todo lo demás, y la mayoría están dispuestos ha hacer cualquier cosa para tener más: donde otros ven un problema ellos ven un negocio. Hay algunos casos, contados, de empresarios que van a la política, lo hacen bien y regresan al mundo empresarial, pero son excepciones. La mayoría entra a la política, nunca salen de ella y cada día son más ricos, lo que significa que, o bien los negocios funcionan mejor sin ellos (y uno preguntaría si los gobiernos no funcionarían también mejor sin ellos) o que encontraron nuevas vetas de negocio en la política y por ello se pegan a la gran ubre cual becerros hambrientos.
La riqueza de los políticos que desde jóvenes se han dedicado sólo a eso es todavía más sospechosa, porque nunca falta el político honesto (más escasos que un animal en peligro de extinción) que por contraste evidencia a los que no lo son. No es, como muchos piensan, un tema de vida privada, pues son ellos los que ostentan los lujos. Los relojes de César Camacho, el presidente del PRI y los viajes de las hijas de Gustavo Madero; los excesos de los gobernadores panistas, priistas y perredistas; las fiestas del Niño Verde; las casa de los funcionarios del gabinete o las excentricidades de los líderes sindicales, son temas no sólo a los que tenemos derecho a saber sino necesidad de discutir. La próxima batalla de nuestra eternamente inconclusa democracia viene por ahí: hacer obligatorio a todos los funcionarios y candidatos al declaración pública de 3 de 3: de bienes, de impuestos y de conflictos de interés.