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Tres gangsters

SERGIO AGUAYO

Para apreciar mejor lo qué significa la fuga revisemos la historia de tres gangsters.

El crimen organizado se formalizó en 1932 y su gran sacerdote fue el italoamericano, Charlie "Lucky" Luciano (1897-1962). El colombiano Pablo Escobar Gaviria (1949-1993) trasladó el epicentro de esta actividad a Medellín y Joaquín "El Chapo" Guzman Loera llevó a una etapa superior las ideas de Luciano y los métodos del colombiano aprovechándose de nuestra priviliegiada ubicación geopolítica.

En 1998 Time calificó a Luciano como uno de los "titanes" estadounidenses del siglo veinte. Pocos años después, Forbes modificó el dictamen. El Chapo es el gangster "más grande de todos los tiempos"; para la DEA es el "padrino del mundo de la droga". Tienen razón y lo fundamentaré con unas comparaciones.

Los tres fueron a prisión. A Luciano lo liberó el gobierno antes de tiempo por los servicios prestados durante la Segunda Guerra Mundial, pero lo deportó a su natal Italia. Escobar Gaviria simplemente dejó un presidio que él mismo construyó y gobernó. El Chapo ya lleva dos escapatorias comprando funcionarios y derrochando inteligencia, organización y tecnología.

Guzmán Loera está pasado a la historia por su capacidad empresarial. Ha transformado a la Confederación de Sinaloa en una empresa globalizada y diversificada asentada sobre una sólida base social y territorial. El Chapo es temido, respetado y querido en sus territorios y seguro que en Sinaloa ya ensayan los corridos que estrenarán durante las celebraciones.

Me dirán que El Chapo es el retoño de un estado enclenque, ineficaz y corrupto. Es cierto, pero lo mismo pasó con los otros dos. Los gobiernos de los Estados Unidos y Colombia tuvieron etapas de gran debilidad agravadas por su tendencia a evadir la realidad. El legendario fundador del FBI, John Edgar Hoover, rechazaba su existencia y en Colombia llegaron al extremo de aceptar que Escobar Gaviria, su gangster, se convirtiera en diputado suplente.

El intento del colombiano de meterse a la política y el uso del terror provocaron un rompimiento con las élites que, con el apoyo de Washington, eliminaron a Escobar Gaviria en un tejado de Medellín. Luciano murió por un ataque cardiaco propio de Hollywood. Esperaba, en un aeropuerto italiano, a los productores de una película sobre su vida y el vanidoso italoamericano ya había elegido al protagonista ideal. El Chapo, por el contrario, seguirá haciendo historia por un buen tiempo.

Ahora bien, los Estados Unidos y Colombia corrigieron la negación y se lanzaron contra el crimen organizado al cual fragmentaron. El Estado mexicano, y en particular Enrique Peña Nieto, sigue sin reconocer el fracaso de la estrategia mexicana contra la delincuencia organizada. Cuando el presidente mexicano compareció en París era una coyuntura ideal para anunciar una revisión a fondo de las políticas; en lugar de ello nos informó, en cinco ocasiones, que ya había girado instrucciones e indicaciones a subalternos. ¡Por favor!

Es urgente que el Estado mexicano adopte una visión integral y regional que reconozca -sin proclamarlo- la existencia en México de dos estructuras de poder nacional. Una la encabeza Peña Nieto y la otra tiene como jerarca a El Chapo Guzmán. Los gobiernos mexicanos han seguido el ejemplo de los Estados Unidos y Colombia y han resquebrajado algunas bandas, pero sigue intacta la Confederación de Sinaloa que acaba de demostrar su consistencia, organización y poderío.

Esa nueva política debería tomarse en serio el combate a la corrupción y al lavado de dinero además de legalizar rápidamente la marihuana para reducir en algo la riqueza de las bandas. Es mucho más urgente atender las conexiones de nuestra criminalidad con el exterior. México ni puede ni debe seguir actuando como un siervo de los Estados Unidos; tenemos que exigirles un esfuerzo serio para frenar ese contrabando de equipo bélico que arma a los criminales. Nuestro país debe también sacudirse el papel de gendarme de la frontera sur y lanzarse a promover enfoques comunes con el resto de la Cuenca del Caribe y entendimientos precisos con Guatemala y Belice.

En síntesis, necesitamos una política realista. Nos guste o no, El Chapo preside una organización criminal que tiene décadas aclimatándose a cada país como parte de un crecimiento regional. Y en su México florece la herencia de los Lucianos y los Escobares. A lo mejor y lo detienen, pero con ello no desaparecerá el Estado paralelo que carcome a México.

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Colaboró Maura Álvarez Roldán

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