Para Carmen Aristegui, a quien sacaron del aire hace un año, el día 13.
— Lorenzo Meyer
Para un buen número de analistas y políticos norteamericanos, la aparición como precandidato presidencial del Partido Republicano (PR) del constructor millonario de Nueva York, Donald Trump, implica una revolución en la manera de hacer política en ese país. Sin embargo, quizá se trate más bien de una contrarrevolución dentro de la muy avanzada contrarrevolución neoliberal.
Hipótesis. La irrupción del "factor Trump" en el panorama electoral de los Estados Unidos es, en parte, una consecuencia no prevista por las élites que en los setenta echaron por la borda al "Estado de Bienestar" creado por Franklin D. Roosevelt y lo sustituyeron por el modelo neoliberal -la supremacía del mercado en la asignación de los recursos- que llevaron hasta sus últimas consecuencias. Lo anterior implicó, entre otras cosas, disminuir el papel del Estado como proveedor de bienes y servicios y guardián del interés colectivo para dar mayor libertad al capital y a esa oligarquía que hoy conforma la lista de mil millonarios de Forbes.
Por cierto, en el otro extremo, el senador Bernard Sanders, el socialdemócrata que está dando buena batalla a la "candidata natural" del Partido Demócrata, la exsenadora y excanciller Hillary Clinton, también puede explicarse como una reacción de la izquierda norteamericana al estrechamiento de los horizontes de sus jóvenes más preparados.
Lo Imprevisto. Los dirigentes tradicionales del PR y cuya posición ha sido públicamente presentada por Mitt Romney, -empresario, exgobernador y excandidato a la presidencia de Estados Unidos en 2012-, han pedido (¿implorado?) a sus bases que no apoyen a quien es hoy el puntero republicano, a Trump. Romney definió al millonario neoyorquino como "un fraude" no apto para asumir la presidencia. En esta ofensiva de la "derecha sensata" contra Trump y el "trumpismo" también participa otro excandidato presidencial: el senador John McCain al igual que William Kristol, un ideólogo del conservadurismo tradicional. Kristol reprocha a los republicanos de viejo cuño su cobardía por no condenar públicamente la escandalosa demagogia de Trump a sabiendas del daño que está causando a su partido, (The Weekly Standard, 15 de febrero). Y es que los pilares del PR tradicional temen ser rechazados por las masas de Trump. El llamado de las cúpulas a la sensatez no ha tenido mucho eco porque el trumpismo se alimenta del enojo de los militantes de base y éstos se han ofendido con quienes pretenden convencerles de volver al "camino correcto" y no abandonar a candidatos moderados como Jeb Bush, John Kasich, Rand Paul, Ben Carson o Marco Rubio.
A estas alturas la única alternativa a Trump dentro del PR es Edward "Ted" Cruz, un abogado derechista inflexible, evangélico y nada carismático. Para el PR tradicional, Trump o Cruz son dos caras de un mismo desastre que puede llevar a perder las elecciones o a ganarlas, pero perdiendo al partido.
Explicación. Quienes en las elecciones primarias del PR asisten entusiasmados a los mítines de Trump son, en general, ciudadanos blancos que ven en la vulgaridad y brutalidad del candidato la respuesta política a sus miedos y frustraciones.
Y la causa central, que no única, de esos miedos y frustraciones, está bien resumida en unas cifras publicadas por el Pew Research Center de Washington el año pasado. En 1970, cuando aún no se destruía el modelo del Estado Benefactor, los hogares de las clases altas norteamericanas se quedaban con el 29 % del ingreso total disponible pero en 2014 ya había aumentado al 49 %. En contraste, lo que el estudio definió como los hogares de clase media en 1970 recibió el 62 % de ese ingreso pero en 2014 apenas el 43 %. Además, entre 2001 y 2013 el ingreso de esa clase media cayó en 28 % como consecuencia de la crisis que estalló en 2007-2008, ("The American Middle Class is Losing Ground", 9 de diciembre, 2015). Es precisamente este sector golpeado por las pérdidas y la creciente desigualdad de ingresos, el que está alimentando esa "contrarrevolución" que le ofrecen Trump o, con un estilo más gris y menos brutal, Cruz.
La Gran Demagogia. El discurso de Trump no tiene respuesta racional para las demandas de sus bases, pero le ha resultado muy efectivo el estilo duro y vulgar en que envuelve a su promesa de "volver a hacer grande a Estados Unidos". Le ha dado resultado también pretender -y en esto sigue la línea republicana- que las causas del descontento social no están en el modelo económico dominante sino en las políticas de Barack Obama que buscan poner controles a los abusos del sector financiero, dar forma a un sistema impositivo menos inequitativo, paliar las desigualdades con una extensión del seguro de salud ("ObamaCare"). Trump también hace responsables de los males norteamericanos a los mexicanos indocumentados, calificados de criminales, y a la exportación de "buenos empleos" a China, México y Japón.
Conclusión. En el lado demócrata, el senador Sanders ha identificado mejor las razones del problema social que aqueja a Estados Unidos -el neoliberalismo sin control- pero, desafortunadamente, tiene pocas posibilidades de triunfo. En contraste, Trump y sus soluciones demagógicas van en ascenso y ese sí que es un peligro y una afrenta para México.
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